legó el último día de la competencia con un par de títulos desiguales. El primero fue La Chimera ( La quimera), tercer largometraje de la italiana Alice Rohrwacher, sobre un arqueólogo inglés (Josh O’Connor) que en los años 80 busca a su mujer amada (de quien se dice está muerta), mientras participa en las actividades ilegales de una banda de tombarolis o saqueadores de tumbas. El primero tiene el don de localizar dónde hay tesoros de la cultura etrusca, mismos que se venden a una traficante llamada Spartaco (Alba Rohrwacher, hermana de la directora). Según sugiere el título, los personajes persiguen algo parecido a un sueño, algo difícil de alcanzar.
La propia Rohrwacher no logra cristalizar todas sus pretensiones. La película, aunque plena de momentos inspirados, no llega a cuajar finalmente. En parte porque O’Connor se muestra deficiente de carisma, y porque la realizadora se desborda en escenas que no van a ninguna parte, como los encuentros del protagonista con una matriarca (una envejecida Isabella Rossellini).
Una lástima, pues como demostró en su anterior esfuerzo –la superior Lazzaro feliz (2018), disponible en Netflix–Rohrwacher es capaz de combinar un sentido de lo cotidiano con una especie de realismo mágico que convence.
La última película en concurso fue The Old Oak ( El viejo roble), última película del laureado británico Ken Loach. El resultado es lo que podría esperarse del cineasta a estas alturas. Ni más, ni menos. Situada en 2016 en un pueblo del noreste de Inglaterra, en crisis económica por el cierre de las minas de carbón, la acción se centra en el pub epónimo, donde el dueño T.J. Ballantyne (Dave Turner) es algo cercano a un santo seglar, pues generosamente ayuda a los refugiados sirios que se han instalado en el lugar; sobre todo a una chica (Ebla Mari) interesada en la fotografía.
Escrita por el inevitable Paul Laverty, la película peca de bienintencionada al grado de parecer ingenua. Abunda el sentimentalismo ejemplificado por la secuencia en que unos perrotes, propiedad de unos gañanes, atacan y matan al perrito faldero del protagonista. Luego se revela en un flashback que la aparición fortuita de éste fue lo que impidió el suicidio de T.J.
Además, como la mayoría de los habitantes son de clase obrera –por tanto, cercanos al corazón de Loach– el inicial rechazo a los sirios no dura mucho. Sólo son cuatro ingleses malos quienes insultan a los extranjeros, derrochando racismo y xenofobia. Los diálogos de Laverty llegan a ser tan discursivos que coquetean con el panfleto.
¿Se tragará el jurado las buenas intenciones de Loach y le concederá su tercera Palma de Oro? Esa y otras preguntas son frecuentes entre la prensa internacional, en el inútil pero divertido ejercicio de tratar de adivinar las decisiones del jurado. Muchos –yo incluido– esperamos que por fin se le haga justicia mañana al finlandés Aki Kaurismäki y se le otorgue la Palma de Oro, pues en Cannes sólo ha ganado oficialmente el Grand Prix con El hombre sin pasado en 2002. Sin embargo, surgió otra pregunta inquietante: ¿no estará inclinado el presidente del jurado, el sueco Ruben Östlund, a premiar a Club Zero, de la austriaca Jessica Hausner, porque sus intenciones satíricas son igual de obvias a las suyas? Sería escalofriante mas no improbable.
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