Reina ácida
ay voces que nos encandilan y nos descarrilan, hay una manera de entonar que hiende entraña, hay tonos de voz como uñas que nos rasgan y nos dejan marcas en la espalda, hay voces volcán, delirio, clamor, tempestad, clímax tras clímax tras clímax.
La voz de Tina Turner es de estirpe tal.
Después de Nina Simone, ella es la reina ácida, la mujer símbolo de la causa femenina, la batalla por la emancipación.
No es gospel ni tampoco spiritual pero sí lo es: es el alma que encarna en carne temblorosa bañada en manantiales de sudor caliente, muy caliente. Es el shout, es la historia de la humanidad narrada en alaridos.
Voz relámpago, linterna, centauro, cadena de volcanes, gemido, crisma carisma, tremor y temblor.
Espectacular, su majestad Tina Turner flota en el ambiente con la boca bien abierta en sonrisa y dentadura blancas, pelos parados rubios, y grita y gime y su voz ronca toma de pronto agudos inexplicables, canoas improbables navegando en un desierto donde no hay nada más que arena y una rosa de desierto: ella.
Desert rose. A rose is a rose is a rose. Tina torna, piernas entornadas, trina y truena, atronadores alaridos que nos recuerdan la danza tribal alrededor de la fogata, las ensoñaciones vaporosas, los sueños húmedos, los pétalos de una rosa.
Su voz nos despetala, río profundo, montaña alta. Nos invita, quiere prendernos, llevarnos nuevamente al clímax: I want to take you higher, nos compele; let me light your fire, y ya nos convertimos en ceniza.
Tina Turner asciende a las alturas con las piernas temblorosas pero no de miedo sino de deseo, no de cansancio sino de danza frenética, la danza ritual del fuego. La danza de su voz suena en nuestra mente como la flama enhiesta de una vela blanca arremetida por el viento en medio del desierto. Nunca se apaga. No se apagará jamás.
May the good Lord shine a light on you, Tina, amadísima.