noche se dio uno de los sucesos más importantes de esta edición: el estreno de Cerrar los ojos, cuarto largometraje del español Víctor Erice, quien no había hecho uno desde El sol del membrillo, hace 31 años nomás. (El que no haya estado en competencia sino relegada a la sección comodina Cannes Première, habla de cierta miopía por parte delos organizadores).
De 82 años, Erice ha realizado lo que puede considerarse un testamento cinematográfico, una emotiva despedidaa su oficio y una reflexión sabia sobre el tiempo y la memoria. El relato enfoca al director retirado Miguel Garay (Manolo Solo) cuando un programa sobre personas desaparecidas lo entrevista sobre su amigoy colaborador, el actor Julio Arenas (José Coronado), quiendesapareció misteriosamente veinte años antes, en pleno rodaje de una película suya inconclusa.
Garay aprovecha su estancia en Madrid para visitar a viejos amigos como el editor Max (Mario Pardo) y a un viejo amor, la cantante argentina Lola (Soledad Villamil), pero sobre todo a Ana (Ana Torrent), la hija única de Arenas. El hombre regresa al pueblo pescador en donde vive, cuando le llega el rumor de una posible aparición del actor.
Lo que resulta de esa última parte es una revelación conmovedora en la cual el cine y su capacidad de congelar el tiempo son fundamentales. Aunque es incierta la exhibición de Cerrar los ojos en México, prefiero no arruinar la sorpresa, la carga emocional de su tramo final. Baste decir que está a la altura del creador de El espíritu de la colmena (1973), ese título clave del cine español.
Volviendo a la competencia, le tocó turno a la estadunidense Asteroid City, la última excentricidad de Wes Anderson, que se ha alejado otra vez de la narrativa caprichosa que tan bien le funcionaba antes de La crónica francesa (2021), para asestarnos otro ejercicio de posmodernidad desatada. Ahora el pretexto es la aparición de un alienígena en el pueblo epónimo, donde varios turistas se encuentran varados por la cuarentena impuesta por la policía. Dividida en actos, la película intercala escenas en blanco y negro sobre la creación de una obra teatral, para volverla aún más ilegible e indigesta. Otra vez, el reparto multiestelar está desperdiciado.
Por su parte, el veterano italiano Marco Bellocchio presentó en Rapito ( Rapto) un minucioso drama histórico, situado a mediados del siglo XIX, sobre un niño llamado Edgardo Mortara (Leonardo Maltese) extraído de su familia judía por la Santa Inquisición, para convertirlo al cristianismo. Por mucho que la familia encabezada por Momolo (Fausto Russo Alesi) intenta recuperarlo, la Iglesia católica acabará por imponerse de manera insidiosa en el papado de un siniestro Pío IX (Paolo Pierobon).
Bellocchio siempre ha sido un feroz crítico de la Iglesia –recordemos sus anteriores En el nombre del padre (1971) y L’ora di religione (2002)– y aquí no ha mermado su virulencia. Formalmente la película cuenta con una fuerza operística, bien apoyada por la potente partitura de Fabio Massimo Capogrosso.
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