n el Día Internacional de los Museos, el INAH homenajeó a Teresa Márquez. A lo largo de 48 años, la maestra ha renovado el lenguaje y el sentido de la museografía. Su vida profesional ha estado dedicada a defender el patrimonio histórico, frente a quienes impulsan la desamortización de los bienes culturales en favor de la industria turística y del capital inmobiliario, y de aquellos que pretenden waltdisneylizar nuestro pasado.
Tres elementos confluyen en la visión del mundo que guía y alimenta su obra. Primero, los mitos y gestos de la generación que toma la estafeta del movimiento estudiantil-popular del 68. Segundo, su rigurosa formación no-académica adquirida en sus primeros trabajos, combinada con el entorno amistoso de su madre, Teresa Martínez, y un grupo de antropólogos-historiadores. Y, finalmente, su labor al lado de grandes profesionales en el INAH y en museográfica, y de su labor en equipo con colegas como Marco Barrera y Rosa Estela Reyes.
Desde muy niña, cada mañana, en Ciudad Juárez, Tere leía con su abuelo los periódicos. Fue así como, a los 10 años, se enteró de la salvaje represión que sufrieron en el cuartel Madera, quienes se alzaron en armas el 23 de septiembre de 1965.
Tres años más tarde, el 68 se le atravesó en el camino. Cursaba, también en Juárez, primero de secundaria, en una escuela enlazada a la preparatoria federal, en la que los alumnos simpatizaban con el movimiento. Aquellas jornadas la marcaron para siempre.
En la Ciudad de México, viviendo con su mamá, entró a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), laboratorio de autogestión estudiantil anticipado por José Revueltas. Tere ingresó cuando, además del compromiso con las causas populares, aún se escuchaba el eco de la propuesta de libre aprendizaje y, en interminables fiestas, los acordes de la Sonora Romeritos de la ENAH Tropical/ que no da un paso atrás
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Comenzó a trabajar en el INAH, cuando crecía rápida y desordenadamente y lo dirigía Guillermo Bonfil. En los 70 se democratizaron las delegaciones sindicales, se basificó a quienes cobraban a lista de raya, se conquistaron condiciones laborales decorosas y se asignaron plazas que correspondían a las funciones que los chambeadores desempeñaban.
La participación de Teresa en estas luchas resultó clave. Fue una de más relevantes dirigentes sindicales de aquellos años. Simultáneamente, comenzó a militar en la seccional Ho Chi Minh y en la OIR-LM, bajo la orientación de servir a la gente y de que el pueblo es la fuerza motriz que hace la historia.
Si no hubiera tenido esa actividad política –dice–, no habría desarrollado después nada. Fue fundamental la cercanía con la gente, el planteamiento de que no soy yo la que tiene la neta, sino que hay que escuchar y aprender del pueblo, mirar el mundo al revés. Aprendí muchas cosas: desde la disciplina hasta cómo analizar la realidad
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La maestra empezó su formación profesional de forma poco ortodoxa: como fichera. No me malinterpreten: se dedicó a hacer fichas de libros y publicaciones. Su mamá y su tío Porfirio le propusieron registrar el índice onomástico, temático y quién sabe de cuántas cosas más de México en la Cultura, suplemento de Novedades. Se chutó 10 años de la publicación. Aprendió enormidades.
Tere llegó a trabajar al Castillo de Chapultepec cuando era el museo más visitado por el público nacional. Templo laico en el que se depositaban los símbolos de la historia patria, a cuyas salas se entraba sin sombrero y sin gorra, los días con mayor concurrencia eran el 21 de marzo y el 12 de diciembre. No pocos visitantes se santiguaban frente a las pinturas de Dominicos y Franciscanos, porque eran santitos muy milagrosos
. Participó de los primeros intentos de modificar el discurso de la institución, a través de pequeñas exposiciones. El reto era pensar una manera diferente de ver la historia y cómo presentarla en los museos. De allí pasó a la Coordinación de Museos del INAH.
En 1989 se fue a Museográfica, en lo que sería un posdoctorado práctico. Requerían a alguien que entendiera de colecciones y los apoyara en la instalación del museo de Nubia, en Egipto. Iker Larrauri y Jorge Agostoni se volvieron sus grandes maestros.
Mientras trabajaba en el Museo de Culturas Populares, se acercó al Museo de los Ferrocarriles. Durante tres meses le propusieron: Tere, tienes que venir a trabajar
. Ella les respondió: No, yo no quiero ir a trabajar ahí
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Las cosas cambiaron cuando fue a ver a Luis de Pablo, director general de Ferrrocarriles, a pesar de no haberlo solicitado. El funcionario le explicó la privatización en marcha en el sector, a larga historia y el gran significado para el país del sistema ferroviario. “Hay un enorme patrimonio histórico, cultural, artístico disperso –le contó–; en el proceso de privatización tiene que haber una mesa donde se discutan los criterios y la organización para salvaguardarlo. Necesito una gente que haga eso, y si usted no acepta, la verdad se lo va a llevar la fregada”. Ella accedió. Entró a Ferrocarriles, se hizo cargo del museo, se metió de cabeza en identificar el patrimonio y defendió un enorme lote urbano en el centro de la ciudad de Puebla. Incansable, se ha dedicado a rescatar colecciones ferrocarrileras, a acercarse a los viejos rieleros y a impulsar exposiciones temáticas.
Hace años, en un pueblo de Guanajuato, un viejo sabio le dijo: Usted no entiende nada. Cuando llegó el ferrocarril, era de aquí (de su pueblo) a Las Lajas y después al mundo. Antes de eso no salía nadie adelante
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A lo largo de todos estos años, del aprendizaje al escribir sus fichas, la construcción de museos al lado de grandes museógrafos y la escucha de viejos sabios, como el dirigente ferrocarrilero Salvador Zarco, la maestra Teresa Márquez se convirtió, ella también, en una sabia. No en balde el merecido homenaje que recibió.
Twitter: @lhan55