ntre las universidades particulares, algunas de prestigio, otras puro negocio, la Universidad Iberoamericana se ha distinguido por varias razones: su ideario, su particular historia, su compromiso con la justicia social y con la libertad de cátedra. Por ello recuerdo que aun siendo patrimonio de una orden religiosa católica, no se ha definido nunca como una escuela confesional y que en más de una ocasión, sus maestros y su alumnado han sido protagonistas de acciones comprometidas con el debate público y abierto, y han mostrado interés en problemas sociales y políticos. La Ibero no es un negocio más ni tiene compromisos con el sistema neoliberal.
Mi alma mater es la UNAM; estudié el bachillerato en la prepa de San Ildefonso, luego la carrera de derecho en CU, en la facultad que entonces se denominaba de Derecho y Ciencias Sociales; sin embargo, también me siento ligado a la Ibero, como maestro de asignatura durante cerca de 40 años y porque mi título de maestría es de esa universidad.
Ingresé como profesor de asignatura, pocos años después de su fundación, pero ya en los edificios de la colonia Campestre Churubusco; fui recomendado por un antiguo amigo de la familia, el padre Joaquín Cardoso SJ, escritor prolífico, entre cuyas obras se encuentra una relación de mártires de la persecución religiosa y la guerra cristera. Visitaba al padre Cardoso en su cubículo atestado de libros y papeles, en la casa que los jesuitas tienen en la calle de Enrico Martínez. Lo vi siempre como un anciano muy culto, inquieto, bondadoso y todo el tiempo de buen humor. Don Joaquín me prestaba libros y revisaba partes del texto de mi tesis de licenciatura sobre la libertad.
En el Departamento de Derecho de la Iberoamericana impartí la materia de derecho, sociedad y Estado, una especie de introducción a las ciencias sociales; recibí la medalla al mérito universitario y mi tesis de maestría, con el título de Teoría del derecho parlamentario, fue elegida para ser publicada por la editorial Oxford. Me liga, por tanto, a la Ibero haber sido maestro durante décadas y haber participado en reuniones de maestro cuando se discutieron los lineamientos de su ideario, que definió a la institución como no confesional. Escribí también un par de veces en la revista Comunidad y participé en conferencias en las que se invitaba a personajes destacados de la vida pública de México, entre los que recuerdo al aguerrido obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, y al inquieto y controvertido político Carlos Madrazo.
En la Ibero aprendí a ser maestro, nunca falté, ni en el campus de la Campestre ni en el de Santa Fe, hasta que, en 2000, por mi trabajo en el Gobierno de la ciudad, tuve que separarme. Así que conocí bien a esa universidad ejemplar, conviví con otros maestros y tomé parte en su vida académica.
Por ello, sé que la Ibero participó con un contingente de estudiantes, no muy numeroso, pero significativo, en el movimiento estudiantil de 1968, que la orientación de la escuela fue de libertad de cátedra y su fin crear profesionistas con conciencia social. No podemos olvidar que, en la Ibero, alumnos críticos y valientes repudiaron la presencia de Peña Nieto en su escuela, durante su campaña presidencial. De la Ibero surgió el grupo #YoSoy132, activo en la lucha por la democratización de los medios de comunicación y en favor de la participación abierta y comprometida en la vida social.
Recientemente los medios de comunicación, entre ellos La Jornada, han hecho pública una inquietud de la comunidad universitaria, por la precariedad laboral
de los maestros de asignaturas y por el abandono paulatino de los ideales de la escuela, lo que hace temer a los muchachos y maestros, que avancen los intereses económicos por encima de principios humanistas.
Como maestro que fui de la escuela, como ciudadano interesado en la educación superior y en la democratización de la enseñanza, opino sobre el tema a debate. Sería muy triste que en la Ibero se archivaran como historia los ideales fundacionales y la altura de miras, congruentes con el pensamiento de Ignacio de Loyola y de sus ejemplares seguidores en México, obran ejemplos, pero basta recordar que los jesuitas fundaron el modelo de congruencia y valor civil que es el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez.
En apoyo de estudiantes y maestros y como ex catedrático, recuerdo para mis lectores, tanto el lema de los jesuitas que es la verdad os hará libres
como uno de los principios del ideario
de la universidad, que no puede ser letra muerta: El sentido profundo y operante de la justicia social que tiende al desarrollo integral de las comunidades humanas y en especial de los actores menos favorecidos
. Por otra parte, no podemos dejar de observar, que es evidente, la congruencia de este principio, que debe conservarse, con el renovador pensamiento del papa Francisco y de la encíclica Fratelli tutti.