n los próximos 12 meses escucharemos y veremos más encuestas que nunca en la historia de la democracia mexicana. En junio de 2024 no solamente se disputará la Presidencia de la República, sino también el Congreso a nivel federal, 21 congresos locales, más de mil 800 ayuntamientos y nueve gubernaturas, entre ellas, el corazón del país, la Ciudad de México.
No es menor decir que el próximo año se celebrarán los comicios más grandes de la historia. Millones de mexicanos, el mayor número de que se tenga registro, elegirán a sus representantes. Para hacerlo, quienes aspiren a los cargos de elección popular habrán de pasar los filtros de los partidos políticos, los cuales han puesto un mecanismo de selección dominante: las encuestas. Una hoja de resultados define todo. Quién manda y quién habrá de mandar. Quién va a la boleta y quién se queda a la orilla.
Ante esa realidad imperante, se nos van horas analizando perfiles, nombres, posibilidades, pero dedicamos poco, como sociedad, al análisis del método, a la disección de las encuestas como instrumento incontrovertible para ungir elegidos, marcar percepciones, construir realidades políticas.
¿Qué es una encuesta?, ¿qué grado de certidumbre puede darnos?, ¿qué muestra es confiable?, ¿qué casas encuestadoras pasan indiscutiblemente la "prueba del ácido? Las encuestas son una herramienta metodológica, no el oráculo. Ofrecen una perspectiva de las cosas en función de las variables que se pongan sobre la mesa; una fotografía del momento, como respuesta expresa a una pregunta y momento específico. No son, como suelen pintarse en la opinión pública, el vaticinio que adelanta sucesos o la bola de cristal para conocer el rumbo que tomará el país.
Ese procedimiento técnico que precede al levantamiento de una encuesta, tedioso asunto para los electores, es, paradójicamente, el fiel de la balanza del año electoral que habremos de vivir. Hoy por hoy, todos los partidos políticos se inclinan por una encuesta para la selección de candidatos y evaluar potenciales alianzas. Encuestas para tomar decisiones, y encuestas para publicar. Encuestas para crear percepciones, y encuestas para no equivocarse. De todo hay en el escenario y, a río revuelto, será fundamental discernir entre los encuestadores. Entre quienes cumplen con el rigor y la metodología,y quienes tienen los números en mente antes de empezar el ejercicio.
¿Cómo será la encuesta para definir al candidato o candidata de la oposición, si se cristaliza una alianza?, ¿de qué tamaño será la muestra, será cara a cara, telefónica, a nivel nacional?, ¿cómo será la encuesta para definir a la candidata o candidato de Morena?, ¿habrá de conciliarse el método?, ¿cómo serán las primeras encuestas que enfrenten a los candidatos presidenciales?, ¿advertencia de una contienda cerrada o preludio de una victoria cantada?
Las encuestas construyen candidaturas, triunfos, derrotas y moldean el futuro. De ahí que habrá que tener la madurez como lectores, como ciudadanos, para elegir la información que consumimos, para segregar entre las encuestas reales, muchas veces publicadas por medios de comunicación serios, y las que –el Estado de México es el ejemplo cotidiano– solamente circulan por WhatsApp. generando confusión y duda.
Por ello será fundamental que los partidos políticos definan y transparenten cómo y con quién, realizarán las encuestas para la selección de candidatos. La metodología, el tamaño de las muestras, los territorios a cubrir. Es indudable que en la disputa por el poder habrá una enorme tentación por utilizar a las encuestas como instrumento de propaganda. Sin embargo, el riesgo para quien quiera manipular una encuesta es, de cara a un electorado politizado e informado, altísimo.
Las encuestas jugarán un papel clave en los próximos meses. Saber quién y cómo las construye, será deber de los partidos y derecho de los ciudadanos. Cuando el sólo nombre de un encuestador configura la respuesta y el resultado, deslegitima el proceso y sesga la realidad. Ojalá la sociedad mexicana exija transparencia de partidos, candidatos y encuestadores.