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Las guerras de EU y su crisis de deuda
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▲ Deuda nacional de Estados Unidos, en una parada de autobús en Washington, DC. Ni republicanos ni demócratas se plantean recortar gastos militares para reducirla.Foto Afp
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n el año 2000, el gobierno estadunidense tenía una deuda de 3.5 billones de dólares, equivalente a 35 por ciento del producto interno bruto (PIB). Para 2022, la deuda ascendió a 24 billones de dólares, es decir, 95 por ciento del PIB. Esta galopante deuda pone a Estados Unidos en una crisis, y pese a ello, republicanos y demócratas no ven esta solución: poner fin a las guerras en las que su gobierno decidió participar y recortar los gastos militares.

Suponiendo que la deuda se hubiera mantenido en el modesto 35 por ciento del PIB de 2000, actualmente ésta sería de 9 billones de dólares en vez de 24 billones. ¿Por qué Washington se endeudó con 15 billones?

La principal y más importante respuesta es: por la adicción del gobierno al belicismo y a gastar en el ejército. De acuerdo con el Instituto Watson de la Universidad Brown, el costo de las guerras del año fiscal 2001-2022 equivale a la escandalosa cantidad de 8 billones, es decir, más de la mitad de los 15 billones extras de la deuda. Otros 7 billones provienen de déficits en el presupuesto causados por la crisis financiera de 2008 y la pandemia de covid-19.

Para paliar esta crisis de deuda, Estados Unidos necesita dejar de alimentar al Complejo Militar Industrial (MIC, por sus siglas en inglés), el más poderoso cabildo en Washington. El presidente Dwight D. Eisenhower hizo una célebre advertencia el 17 de enero de 1961: En los consejos del gobierno, debemos tener cuidado de no dejarnos llevar por la influencia injustificada, solicitada o no, del Complejo Militar Industrial. El potencial de que surja un poder desastroso y fuera de lugar existe y persistirá.

Desde 2000, el MIC llevó a Estados Unidos a desastrosas guerras por elección en Afganistán, Irak, Siria, Libia y ahora en Ucrania.

El Complejo Militar Industrial adoptó hace mucho una estrategia política triunfadora al garantizar que el presupuesto para el ejército alcance a cada distrito del Congreso. El Servicio de Investigación del Congreso recientemente le recordó al organismo legislativo que el gasto de defensa toca a cada miembro del Congreso y a sus distritos mediante los pagos y beneficios destinados a los militares en servicio y retirados, lo mismo que el impacto económico y ambiental en sus instalaciones, además de la procuración de sistemas armamentísticos y partes de la industria local, entre otras actividades. Sólo un valiente congresista votó en contra del lobby industrial-militar, pero la valentía ciertamente no es algo que caracterice al Congreso.

El gasto militar anual de Estados Unidos es de unos 900 mil millones de dólares, más o menos 40 por ciento del gasto militar total del mundo, y que es una cifra superior a la suma de los nueve países que le siguen en la lista de las naciones que más recursos destinan al ejército. El presupuesto militar estadunidense de 2022 fue el triple que el de China. De acuerdo con la Oficina de Presupuestos del Congreso, los desembolsos para el sector militar de 2024 a 2033 ascenderán a la pasmosa cantidad de 10.3 billones, si se sigue la tendencia actual. La cuarta parte o más de esa cifra podría evitarse poniendo fin a las guerras por elección de Estados Unidos y cerrando las cerca de 800 bases militares que tiene en todo el mundo, así como con la negociación de nuevos acuerdos de control de armamento con China y Rusia.

Pero en vez de buscar la paz a través de la diplomacia y tratar de ser fiscalmente responsable, el MIC regularmente espanta a la población estadunidense con villanos de historieta a los que Estados Unidos debe detener a toda costa. La lista posterior al año 2000 incluye al Talibán afgano, a Saddam Hussein de Irak, al presidente sirio Bashar al Assad, al dirigente libio Mua­mmar Gaddafi, al mandatario ruso Vladimir Putin, y el más reciente es el gobernante chino Xi Jinping. La guerra, nos dicen una y otra vez, es necesaria para la supervivencia de Estados Unidos.

La política exterior encaminada a la paz ha recibido la extenuante oposición por parte del cabildo militar industrial, pero no la del público. Son significativas las pluralidades dentro de la población que quieren menos, y no más, involucramiento de Estados Unidos en asuntos de otros países, y están en contra de que las tropas de su país sean desplegadas en el extranjero. En cuanto a Ucrania, encuestas revelan que una gran mayoría de estadunidenses (52 por ciento) quieren que la nación juegue un papel menor en el conflicto entre Rusia y Ucrania, a diferencia de 26 por ciento que desean que este involucramiento sea mayor. Ésta es la razón por la que ni Biden ni ningún otro mandatario estadunidense reciente se ha atrevido a pedirle al Congreso que autorice un incremento en los impuestos para financiar las guerras. La respuesta del público sería un estruendoso ¡No!

Mientras las guerras por elección de Washington han sido terribles para el país, han causado desastres mucho mayores en las naciones a las que Estados Unidos ha pretendido salvar. Como dijo Henry Ki­ssinger con su frase célebre: Ser enemigo de Estados Unidos puede ser peligroso, pero ser su amigo es mortal.

Afganistán fue la causa noble de Estados Unidos de 2001 a 2021, hasta que se retiró de ahí destruido, en la quiebra y hambriento. Ucrania es ahora presa del abrazo de Washington, y con toda probabilidad verá los mismos resultados: una guerra sin fin, muerte y destrucción.

El presupuesto militar podría experimentar recortes profundos y prudentes si Estados Unidos remplazara sus guerras por elección y las carreras armamentistas con diplomacia verdadera y acuerdos de control de arsenales. Si los presidentes y los congresistas tan sólo hubieran escuchado las advertencias de diplomáticos estadunidenses de alto nivel como William Burns, embajador en Rusia en 2008 y actual director de la CIA, Washington hubiese protegido la seguridad de Ucrania a través de la diplomacia, acordando con Rusia que no expandiría a la OTAN añadiendo a la república eslava como miembro, si Moscú se comprometía a mantener a su ejército fuera de la nación vecina. Aún así, la implacable ampliación de la alianza es la motivación favorita del MIC, porque los nuevos miembros de la OTAN son los principales clientes de armamento de fabricación estadunidense.

Washington también ha abandonado unilateralmente acuerdos claves de control de armamento. En 2002 se salió del Tratado de Misiles Antibalísticos, y en vez de promover el desarme nuclear, como están obligados a hacerlo Estados Unidos y otros países con arsenales atómicos según el artículo VI del Tratado de No Proliferación Nuclear, el MIC ha convencido al Congreso de adoptar planes para gastar más de 600 mil millones de dólares en modernizar el arsenal nuclear del país.

Ahora el MIC habla cada vez más de una posible guerra contra China por una probable invasión a Taiwán. Los tambores de guerra retumban por el incremento del presupuesto militar, pero un enfrentamiento con el gigante asiático se puede evitar muy fácilmente si Washington se adhiere a la política de una sola China (con dos sistemas políticos) y dedica más esfuerzos a mejorar sus relaciones con esa nación. Una guerra así sería impensable. Además de acabar de llevar a la bancarrota a Estados Unidos, destruiría al mundo.

El gasto militar no es sólo un desafío presupuestal. El envejecimiento de la población y el sistema de salud tienen costos que sólo empeoran los infortunios fiscales. De acuerdo con la Oficina de Presupuestos del Congreso, la deuda llegará a ser de 185 por ciento del PIB en 2052 si se mantienen sin cambio las políticas actuales. Se le debe poner un techo a los gastos destinados al sector salud mientras los ricos deberán pagar más impuestos. Sin embargo, el paso fundamental es enfrentarse al lobby militar-industrial para poner en orden el problema fiscal necesario para salvar a Estados Unidos, y posiblemente al mundo, de las perversas políticas impulsadas por los cabildos.

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Traducción: Gabriela Fonseca