En el marco de la Economía Social Solidaria se ha descrito la necesidad de una economía al servicio de la gente y no al revés. El Dr. Van der Hoff explica, en su obra “Manifiesto de los Pobres”, la importancia de buscar soluciones que no se impongan desde arriba, por las élites que se creen ilustradas; para este pensador, las respuestas se encuentran en el ser humano y en su propia capacidad de resistir, organizarse y luchar, ya que cargan con las soluciones al capitalismo viciado.
La siguiente experiencia surge por la necesidad de agricultores del municipio de Santo Domingo de Morelos, Pochutla, localidad ubicada en la costa oaxaqueña, que a través de sus autoridades invitaron a profesores y estudiantes de la carrera de Ingeniería en Alimentos de la Universidad Tecnológica de los Valles Centrales de Oaxaca para brindar asesoría técnica en la transformación del cáliz de jamaica, ya que en esta comunidad se vivía una situación muy complicada por el coyotaje en la comercialización de sus cosechas y deseaban tener alternativas de valor agregado, además de la ausencia de conocimientos para el aprovechamiento de materia prima como el mango, ajonjolí, tamarindo y otros productos de la agricultura local.
En estos primeros talleres se impartieron técnicas de transformación y conservación de productos como licores, pulpas enchiladas y mermeladas a partir de la jamaica. Las y los locatarios y autoridades estuvieron agradecidos y contentos de haber recibido estas primeras capacitaciones que posteriormente inspiraron el desarrollo de un trabajo de tesis de uno de los talleristas. Fue así como a través del Centro Interdisciplinario de Investigación para el Desarrollo Integral Regional, Unidad Oaxaca, perteneciente al Instituto Politécnico Nacional, específicamente con docentes de la Maestría en Gestión de Proyectos para el Desarrollo Solidario, más la participación de autoridades locales y la comunidad en general, se construyó un proyecto de investigación acción participativa que concluyó con la formación social y técnica de cuatro grupos de transformación de la jamaica, organizadas mediante redes de cooperación en la compra de insumos, comercialización y autogestión, logrando el empoderamiento de una docena de mujeres quienes comprendieron los principios de la economía social solidaria y la importancia de la calidad e inocuidad en la producción de alimentos.
Luego de esta experiencia de ingenieros voluntarios, persistió la motivación de seguir construyendo nuevos conocimientos socioproductivos en las comunidades originarias, por lo que se siguieron promoviendo capacitaciones en localidades como San Esteban Atatlahuca con mujeres y hombres recolectores de hongos con quienes se procesaron conservas, confitados y deshidratados; o en el caso del grupo de productores de tomate en Santa María Tlahuiltoltepec, quienes aprendieron el proceso de producción de salsa cátsup, ate y salsa para pizza; y labores con productores de amaranto en localidades de la región de la Mixteca, quienes cuentan con el acompañamiento de la Organización Puente a la Salud Comunitaria A.C., y que, gracias a sus tres programas de agroecología, economía social y familias saludables, fortalecieron los saberes en producción agroecológica, de transformación para autoconsumo y de la creación de microemprendimientos a partir del aprovechamiento de este cereal.
Con lo anterior, se han podido realizar más de 50 capacitaciones promovidas por equipos de facilitadores que gracias a contribuciones económicas de autoridades locales como bienes comunales y ejidales, además de organizaciones como Puente a la Salud Comunitaria y, no menos importante, las aportaciones propias de los talleristas voluntarios y participantes de las comunidades, se han logrado fortalecer saberes para la transformación de productos de la agricultura tradicional e incluso de recursos silvestres como los hongos comestibles, respetando en todo momento el ciclo de las especies.
Además, en cada taller se busca fomentar principios cooperativos, logrando en la mayoría de las ocasiones la creación de un ambiente de confianza, trabajo colectivo y la motivación por la autogestión. Son varios los testimonios que señalan mejoras en la calidad de vida de los agricultores, en su mayoría agroecológicos; primeramente, en cuanto al consumo de alimentos conservados de forma más natural y no “los de fábrica”, por otra parte, de la mejora en los ingresos a través de los microemprendimientos, con los cuales varios participantes han logrado mejorías en la calidad de vida para sus familias.
El precedente nos permite reflexionar que la creación de proyectos de transformación y aprovechamiento de alimentos en las comunidades rurales podrían ayudar a superar los paradigmas, incluso de formación profesional, como el hecho de pensar que una ingeniería en tecnología de alimentos debería estar únicamente al servicio de la industria en donde solo importan números, reducción de tiempos para el incremento de las ganancias, la explotación laboral y el consumo desmedido de los recursos; por el contrario, se puede observar que estos conocimientos técnicos sí pueden ser transferidos e incluso reconstruidos con ayuda de las personas, ya que si bien es cierto que la búsqueda de la seguridad alimentaria consiste en la creación de productos inocuos, la calidad no está peleada con lo artesanal, mientras se tenga un buen acompañamiento técnico, con capacitadores sensibles a las necesidades productivas de los pueblos y siendo creativos e innovadores a la hora de la formulación de productos.
Finalmente, las comunidades de las que se ha hablado, mostraron un mayor conocimiento en cuanto a términos como soberanía alimentaria y agroecología, considerándolo gracias al fomento de la autoconciencia, pero también gracias a la interacción externa que es cada vez mayor, como en el caso de la formación de redes solidarias de producción, comercialización y consumo o por las capacitaciones técnico productivas y organizativas que reciben, además porque en la actualidad hay más acceso a medios de información que promueven prácticas como el comercio justo que contribuyen a la concientización de los pequeños productores por la revalorización de su trabajo.
Sin duda aún hay mucho que hacer y, en la medida de lo posible, el poner los conocimientos profesionales al servicio de los demás nos permitirá tener un mundo más justo, una tierra más respetada, consumidores cada vez más conscientes y agricultores con nuevas oportunidades para el bienestar. •