yer ocurrió el estreno mundial de Perdidos en la noche, el más reciente largometraje de Amat Escalante. Construida en torno a los esfuerzos de un joven (Juan Daniel García Treviño) por encontrar a su madre desaparecida en un medio dominado por una familia rica y poderosa, la película podría definirse como una especie de thriller retorcido y no siempre convincente.
Ya habrá oportunidad de hacer una crítica más amplia y razonada de Perdidos en la noche, pero, en principio, podría afirmar que se echan de menos el rigor de Heli (2013) y la voluntad de riesgo de La región salvaje (2016). Por supuesto, el aplauso al final de la función fue clamoroso (ya nos dirá el señor del cronómetro cuántos minutos fueron).
Es necesario señalar que el retacar la sección oficial con títulos atractivos ha causado estragos en la organización del festival. Con el corto de Pedro Almodóvar fueron docenas de acreditados los que se quedaron afuera, con boleto en mano. Perdidos en la noche comenzó con 20 minutos de retraso. Y prácticamente hay motines en cada entrada a la sala Debussy. Uno ya teme la que se va a armar cuando se exhiba allí la nueva película de Martin Scorsese.
En cuanto a la competencia, se presentó la producción estadunidense Black Flies (Moscas negras), dirigida por el parisino Jean-Stéphane Sauvaire. Con dos antecedentes importantes – Vidas al límite (1999), de Martin Scorsese, y el documental Familia de medianoche (2019), de Luke Lorentzen–, la película se mueve con similar intensidad por el mismo terreno.
Así, el paramédico novato Cross (Tye Sheridan) ingresa al servicio de emergencias del cuerpo de bomberos neoyorquino, acompañando al veterano Rutofsky (Sean Penn), quien sobrevivió al ataque a las Torres Gemelas. Sobre una estructura episódica, la película revela cómo los paramédicos viven su versión del infierno en la Tierra. El punto de quiebre para Rutofsky es atender al bebé recién parido por una mujer en medio de un pasón de heroína. Lo siguiente es la tragedia. Cross (cuyo apellido es significativo) deberá cargar su cruz al defender a su compañero, aunque esté consciente de su error.
Sauvaire exagera las connotaciones católicas del asunto –hay un agradecimiento al final al arcángel San Miguel– y vuelve algo obvio el dilema de su protagonista. Sin embargo, Black Flies sostiene su interés.
Cada quien su infierno. La película china Qingchun (Juventud), del documentalista Wang Bing, describe la vida laboral de los jóvenes que acuden a la ciudad industrial de Zhili, cercana a Shanghái, para trabajar en talleres de costura. Con tres horas y media de duración, el director se toma su tiempo elaborando una sencilla estrategia formal que consiste en filmar planos largos desde un solo emplazamiento –si un personaje se mueve, lo sigue con cámara en mano– que muestran a los trabajadores en la ardua y tediosa labor de coser prendas de vestir mientras escuchan música pop, echan desmadre, coquetean con el sexo opuesto o demandan mejores salarios.
Por desgracia, los personajes vistos a distancia son difíciles de diferenciar unos de otros –que me perdonen mis ancestros– y no existe, por tanto, una progresión dramática. La monotonía se instala más rápido de lo que uno digiere una comida china.
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