ace unos días, en la Feria del Libro de Bogotá, en la que México fue el país invitado y Pancho Villa el personaje central del hermosísimo pabellón diseñado por Marco Barrera Bassols, Paco Ignacio Taibo contó cómo se conocieron el muy culto y acaudalado burgués Francisco I. Madero y el iletrado abigeo Pancho Villa. Todo parecía estar en contra de ese encuentro, ¿qué tenían en común el idealista vegetariano que nació en sábanas de seda y el jugador de gallos finos que dormía al raso con la silla de montar como almohada y el sarape como cobija? Tenían en común la verdad: Villa escuchó a Madero y supo que el chaparrito hablaba con la verdad y que estaba dispuesto a morir por sus ideas y por la nación. Porque la vida que había llevado Pancho Villa le había dado un infalible detector de mentiras.
Es cierto, Pancho (el cuatrero) nunca se equivocó: desde el primer momento desconfió a fondo de Venustiano Carranza, Victoriano Huerta y Álvaro Obregón. El primero de ellos solía contar el miedo natural, instintivo que le dio la mirada y la actitud de Pancho Villa cuando éste y Pascual Orozco reclamaron a Madero el perdón otorgado al general federal Juan J. Navarro en mayo de 1911. Lo contaba para decir a sus escuchas –por ejemplo, Adolfo de la Huerta, quien lo contó varias veces en épocas posteriores– que en Villa no podían ni debían confiar… ellos, los políticos o esos políticos porque, por el contrario, Villa confió totalmente y de inmediato en Madero y sus hermanos Gustavo y Raúl; en Felipe Ángeles, a quien desde el primer día le dio toda su confianza; en políticos como Silvestre Terrazas o Federico González Garza o en sus generales de origen popular, como Toribio Ortega, José Rodríguez y Calixto Contreras.
Nunca se equivocó con los que le fueron realmente leales y por eso no perdonaba la traición de aquellos a quienes se había entregado. De esos, sólo dos lo traicionaron: supo que a su caporal Maclovio Herrera se lo iba a voltear
su padre, don José de la Luz, y nunca olvidó hasta acabar con don José de la Luz y casi todos sus hijos. Supo a tiempo que su compadre Tomás Urbina, derrotado, cansado, enriquecido, lo iba a abandonar y fue por él… y tras agarrarlo, lo perdonó. Él lo perdonó, pero no Rodolfo Fierro.
De este último hay una anécdota que muestra cabalmente ese detector de mentiras: en febrero de 1914 en un pleito de cantina, Fierro mató a dos coroneles de la Brigada Zaragoza de la División del Norte. El jefe de la brigada, general Eugenio Aguirre Benavides, le exigió a Villa que castigara al sanguinario ferrocarrilero sinaloense. Pancho se negó a hacerlo, con el argumento de lo útil que le era Fierro en las batallas, y añadió:
Además, muchachito, cuando los tiempos cambien y yo tenga que volverme a la sierra, ya verá usted cómo Rodolfo Fierro y sus compañeros se van allá conmigo, mientras que usted y sus oficiales me abandonarán
(en las Memorias de Pancho Villa, de Martín Luis Guzmán, relato corroborado en sus propias memorias por Luis Aguirre Benavides, hermano menor de Eugenio y a la sazón, secretario de Pancho).
El problema creció y estuvo a punto de causar la separación definitiva de Eugenio Aguirre Benavides de la División del Norte, lo que se evitó gracias a la mediación de Raúl Madero. Entre uno de los más ameritados de sus generales (el as del villismo
, le llamó José Vasconcelos), jefe de una poderosa brigada y hombre con caudal político propio, y su atrabiliario ayudante de campo –que no era otra cosa el mayor Rodolfo Fierro en aquella fecha–, Pancho Villa no dudó ni un momento.
Por supuesto, Villa acertó: los hermanos Aguirre Benavides lo abandonaron en enero de 1915 siguiendo a Eulalio Gutiérrez, y el general Eugenio fue a encontrar una muerte miserable a manos del general carrancista Emiliano P. Nafarrete, en tanto que Rodolfo Fierro murió siendo la mano derecha del Centauro.
A partir de septiembre de 1913 Pancho empezó a construir una amplia alianza político-militar que lo convertiría en un caudillo nacional. Siempre tuvo claro que muchos de los aliados eran eso, aliados, y que había en sus filas no pocos oportunistas y logreros en los que nunca confió, aunque los utilizó cuando le hicieron falta. Hace poco Jesús Vargas Valdés nos recordó el final que tuvo uno de ellos, el general José Delgado ( https://rb.gy/wm8q8 ).
Esta historia me vino a la mente cuando AMLO declaró hace unos días que se arrepentía de haber arropado a personajillos como Germán Martínez y Lilly Téllez… y me acordé de otros que no vale la pena siquiera nombrar, y pensé: ¿alguno de quienes han traicionado a AMLO tuvo realmente su confianza alguna vez, o supo que eran aliados de ocasión, oportunistas y logreros? Ojalá se lo pueda yo preguntar algún día, cuando ya no sea presidente.