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Nuevos peccata mundi
U

sted lo conoce y lo estima como compositor, ideólogo y frontman del cuarteto de Cabezas Parlantes que creció punk para sumar sus juegos y jugos a músicos totales como Brian Eno y Adrian Belew, y por transformar a sus Talking Heads en una banda afroamericana. O quizá por su amplio romance con Brasil, o su salseo a los pies de Celia Cruz, o por sumarse a Caetano Veloso, Ryuichi Sakamoto, St. Vincent, Fat Boy Slim, Café Tacvba. O lo vio agitarse como autómata en un saco célebremente blanco extragrande en Stop Making Sense (Johnatan Deame, 1985). Cuando menos le agradeció promover en nuestra propia ciudad el uso de la bicicleta en nombre del medio ambiente y la salud mental. Posiblemente sea su autista favorito: robótico, perfeccionista, demoledor de lugares comunes, retratista implacable del Gabacho Profundo.

Sin embargo, hace dos décadas propuso cambiar nuestro repertorio de pecados y nadie le hizo caso, lo cual es una pena. Nos hubiera al menos incomodado sanamente. Publicó The New Sins/Los nuevos pecados (bilingüe) con Dave Eggers, otro de sus cómplices peculiares, poco antes de que éste mudara de Nueva York a San Francisco su editorial McSweeney’s Books. Habían caído las Torres Gemelas, el presidente Bush emprendía una guerra estúpida y Eggers quería establecer una escuela infantil de escritores.

Manual de autoayuda radical en empaque bíblico (al estilo de las Biblias de Gedeón que aguardan en los burós de los cuartos de hotel para consuelo de las almas en tránsito), fue extraído de las lenguas originales basándose en traducciones anteriores meticulosamente comparado y rectificado. Lo ilustran decenas de fotografías simples y casuales (un poco al modo de Sebald), inquietantes gráficas y diagramas.

The New Sins de David Byrne predicó en el desierto. Presentando el librillo como un ordenador para el ojo, plantea que los pecados son invenciones de un Dios que puede cambiarlas caprichosamente: Él ha de ser amoral, un exquisito artesano de lo encantador y lo terrible, probablemente para su propio pasatiempo.

Byrne observa que el repertorio tradicional de los pecados ha cambiado en un mundo donde los ricos, los ostentosos, los que hablan alto, los vulgares y los indiferentes son admirados, vistos como modelo de comportamiento. Con guiños constantes a los círculos infernales de Dante y atento al Purgatorio, explica que los nuevos pecados crecieron a la sombra de los antiguos. Poseen, dice, la más insidiosa cualidad, ya que se hacen pasar por beneficiosos, bondadosos, dulces y adorables.

He aquí la lista: caridad, sentido del humor, belleza, ahorro, ambición, esperanza, inteligencia/conocimiento, satisfacción, dulzura, honestidad y limpieza. Uno sólo de ellos basta para condenarnos al Infierno que nos hacemos personal e íntimamente (único lugar donde el pecado existe).

La caridad, por ejemplo, es un juego de poder donde, so pretexto de la ayuda, permite controlar de forma no muy sutil a otro grupo. El sentido del humor nos permite cosificar a los demás, convertirlos en objeto de burla, ironía y entretenimiento; la comedia resulta abominable, la risa es el sonido de un animal patético y sin remedio. La belleza falsifica la verdad, enmascara la realidad del cuerpo que se pudre bajo un magnífico esfuerzo de arte funerario. El ahorro nos lleva a dejar los placeres para más tarde y hacernos mártires. Veamos la ambición: luchar, lograr, abandonar a la propia familia y amigos por una oportunidad para la fama y la fortuna ¿es un valor digno de tener en cuenta?.

Pero la esperanza tiene más peso que todos los pecados juntos. Facilita a los humanos sufrir diaria y eternamente. Nos hace pensar que la vida está estructurada en etapas lógicas. A causa de la esperanza la gente permanece ciega a la verdadera belleza del universo, que no tiene sentido ni moral.

La inteligencia no es de fiar, el autonocimiento nunca pasó de ser una forma de narcisismo erótico y todos los pecados están basados en el conocimiento; el desborde intelectual de ideas lógicas, racionales e inútiles precede al pensamiento digital y todo lo que haya de binario en nuestro mundo contemporáneo. La satisfacción obedece a una falta de oxígeno en el cerebro. La dulzura es territorio de Leviatán, un templo egipcio lleno de arañas y serpientes. La honestidad le parece inferior a la ficción: Nuestros queridos exigen honestidad cuando en realidad lo que desean es una mejor ficción. La limpieza del mundo moderno es un pecado contra la naturaleza.

Byrne destaca que hay un policía dentro de ti que te ayudará a controlarte y castigarte. El librillo (93 páginas por dos) cierra con una sección de recetas, explicaciones y usos contra la avalancha pecadora de los nuevos tiempos, y revela una nueva perspectiva para fundirnos en el Paraíso: Un hombre que carga un cántaro de agua siente su peso, pero si se sumerge en ella, el agua lo cubrirá por completo y ya no sentirá su carga. Él mismo cantaba, allá por 1979: Heaven is a place where nothing ever happens.