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Don Pablo
L

as y los pensadores, al igual que los movimientos desde abajo, adquieren grandeza cuando sus aportaciones políticas trascienden las condiciones históricas que les dieron vida, cuando son capaces de dirigirse a su propia temporalidad y al porvenir. Trazan imaginarios emancipatorios a partir de un análisis de las opresiones que se viven en un momento determinado y, a la vez, iluminan otros tiempos. Es el caso de Pablo González Casanova, uno de los principales intelectuales latinoamericanos del siglo XX, quien falleció el 18 de abril a los 101 años.

Su obra no sólo es extensa, sino que sus conceptos resuenan aun después de casi seis décadas de haber sido elaborados. Hacen eco y rebotan con movimientos sociales y con otras y otros pensadores. Se debe en parte a que emergieron enlodados, cubiertos por la tierra húmeda recogida en sus andares con organizaciones sociales y movimientos políticos. En lugar de ideas prístinas, empaquetadas, arregladas y selladas sin dejar espacio a la interrogación, nacieron rasposas, con textura artesanal que pide que otros las recorran con sus manos y les sigan dando forma. Su pensamiento fue y continuará siendo una invitación a seguir moldeando las ideas a varias manos. La apuesta es que por medio de este movimiento colectivo logremos transformaciones tangibles y profundas.

Uno de esos conceptos imprescindibles es el de colonialismo interno. En su libro La democracia en México (1965), don Pablo señala que la integración del Estado mexicano posrevolucionario se da a partir de la exclusión de los pueblos originarios, es su base fundacional. En publicaciones posteriores desarrolla la idea. Retoma las teorías de la dependencia para detallar cómo, a lo largo del país, existen polos en los que se concentran poblaciones mestizas, ladinas o de descendencia europea. Las políticas de Estado, sea de forma explicita o implícita, invierten en mejorar las condiciones de bienestar de esos polos a partir de una desinversión sistemática en las condiciones de vida de los pueblos originarios y de la extracción de la fuerza vital de sus territorios. Concluye que no existen posibilidades de una democracia en México sin acciones colectivas dirigidas a desmantelar esa estructura colonial.

Al mismo tiempo, insiste que el colonialismo interno está imbricado con las lógicas del capital. Don Pablo no ha sido el único en describir la constitución mutua entre colonialismo y capitalismo. También lo han desarrollado pensadores de la diáspora africana con quienes dialogó en su momento, como Franz Fanon, Aimé Cesaire, y otros pensadores de este continente, incluyendo Silvia Rivera Cusquicanqui, los estudiosos de la comunidad de historia mapuche y Cedric Robinson, quien en su libro Marxismo negro desarrolla el concepto del capitalismo racial.

Los zapatistas se suman a está lista de luchadores. En los comunicados del EZLN, el comandante Moisés se refiere al capataz gobierno y cuestiona porqué el Estado mexicano gobierna como si el país fuera su finca, la finca siendo una institución colonial. En comunidades zapatistas, hombres y mujeres tseltales se refieren al ajvalil, al patrón-gobierno. Las experiencias de vida en las fincas desde mediados del siglo XIX hasta los 70, en algunos casos hasta el levantamiento zapatista, dotaron de un significado particular la figura del patrón. El ajvalil es un término que no se limita a la figura de autoridad de una institución basada en relaciones económicas de explotación, representa la figura de mando político, de un gobernante, sea un presidente municipal o un gobernador. Ambos se fusionan por medio del ajvalil. En el encuentro internacional 2018 de mujeres que luchan, las zapatistas agregaron una crítica al patriarcado al referirse al ajvalil-marido.

El ajvalil refleja una matriz de poder colonial que aún ordena la sociedad. Es el referente en negativo ante el cual surgen impulsos emancipatorios, incluyendo los Caracoles y el ejercicio cotidiano de autonomía dentro de territorio zapatista. También una multiplicidad de iniciativas que se extienden a lo largo del continente y que insisten en crear condiciones que sostienen la vida-existencia de lo común.

En su libro Freedom Dreams, the Black Radical Imagination ( Sueños de emancipación, la imaginación negra radica l), el historiador Robin Kelley cuestiona a quienes miden los impactos de los movimientos sociales a partir de si logran sus objetivos y si se cumplen sus exigencias. Desde esa óptica casi todos han/hemos fracasado. El éxito se da en la medida que inspiran otras luchas sociales, alimentan nuevos imaginarios de liberación, y sostienen la convicción que otros mundos no sólo son posibles, sino que la insistencia acumulada en el tiempo ya les está dando forma.

Nos corresponde abrazar el pensamiento crítico de don Pablo, agarrando entre las manos sus aportaciones, seguirlas enlodando con nuestros andares, interrogarlas, moldearlas y lanzarlas a esas otras temporalidades en las que se acomodará lo posible.

* Profesora e investigadora del Ciesas