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Buscar un clip y otras cuestiones

Buscar un clip

E

l otro día buscaba un clip. No me acuerdo para qué, pero pensé que encontrar alguno sería sencillo en mi desordenado escritorio, o no tan desordenado, del tipo de lugares donde siempre hay un clip, o varios, en algún platito, cenicero, recipiente de metal o plástico. Sé que se trata de un objeto rudimentario, de alambre por lo general, que la civilización humana está dejando atrás, como tantas cosas relacionadas con la materialidad del papel. Aun así, es relativamente fácil encontrarlos todavía en papelerías, almacenes, oficinas y escritorios arcaicos, como el mío.

Los archivólogos y bibliotecarios odian al clip tanto como a la cinta adhesiva transparente, el pinche diúrex, por los daños que causan en los documentos al paso del tiempo. Mal que bien, conserva una variedad de usos. Abre cerraduras, destapa saleros, regaderas y coladeras, en condiciones salvajes suple al palillo de dientes, limpia boquillas de pipa y a veces, oh, todavía sujeta papeles.

No encontrar ningún clip me abismó en reflexiones que los amantes del progreso tildarían de reaccionarias, retardatarias, hasta luditas, y que por predecibles omito.

Seguimos habiendo defensores y practicantes del mundo físico: libros, plumas, cuadernos, revistas, fotografías impresas, lápices, tijeras, correspondencia pendiente, pinzas de relojero, monedas chinas perforadas, paquetes de papel bond, correctores, gomas de borrar, piedras bonitas o caprichosas de pisapapeles, pegamento, plumillas, puntillas, cúteres, tinteros, grapas y engrapadoras.

Claro que llevo tiempo conviviendo con pantallas, disquetes, cedés, uesebés, discos duros que resguardan lo blando que también elevamos al éter, volvemos virtual todo lo real y tan campantes. Donde hubo fólderes, sobres, tarjetas postales, carpetas eléctricas, engargolados, guillotinas o ficheros, hoy reinan los eufemismos de correo, archivo (file), documento, copia, diseño, los cuales, ocasionalmente, son impresos en las llamadas copias duras, por lo general desechables. Sólo lo fantasmal es verdadero.

Ante la avalancha de modernidades cotidianas a mi alrededor no me extraña que olvidara para que necesitaba un pinche clip.

Bordes de la pesadilla

Tuve un sueño horrible. Que la música se volvía toda idéntica y perenne, como que se trababa en una estática lineal, fosforescente y ensordecedora. No había modo de escuchar otra cosa. Ya nadie recordaba cómo suena un piano, un sax, un arpa, la voz llana. Sólo ese ruido obligatorio sincopado, diseñado, descerebrado. Cuando desperté, aliviado de hacerlo, los vecinos escuchaban a Bad Bunny, y sentí miedo.

El secuestro de los ojos

Con la invención de la que sería llamada caja idiota dio comienzo el secuestro de nuestros ojos, que al principio fue mínimo, si bien ya hipnótico. Me resisto a incluir en esta observación a la cinematografía, producto también de ciertas novedades tecnológicas en su momento, pero convertido desde su concepción en un espacio único y cerrado: la sala oscura, la función, la cinta misma. Permanece así aún ahora con las plataformas desatadas. Cada película es un documento, una obra en mayor o menor medida de arte.

El asunto del secuestro es otro. La televisión, al perfeccionarse y extenderse hasta lo que llegamos a creer omnipresencia, nos quitó la mirada y la puso donde a sus dueños les dio la gana. Por primera vez la propaganda parecía producto de nuestra mente, de nuestra experiencia visual. Lo vi en televisión, era argumento probatorio. Lo dijo la televisión.

Qué tiempos aquellos. Hasta nostalgia dan. Hoy nuestros ojos, y buena parte de nuestras operaciones cognitivas, residen de forma compacta y multipotenciada en televisiones: los dispositivos celulares, los videojuegos, la conectividad casi somática entre los satélites y nuestro sistema nervioso.

Recientemente evolucionamos del azoro y la diversión ante la realidad virtual, los hologramas y el montaje computacional verosímil, a la cesión de la inteligencia misma, que se nos está haciendo artificial. Padrísima. Ya no sólo vemos lo que otros dictan o deciden mostrar, moldeando nuestro albedrío, nuestras fantasías, nuestros deseos, sino que algo lo inventa y determina, mientras nos auxilia para resolver problemas que parecían irresolubles.

En su conocida novela Ensayo sobre la ceguera, José Saramago supone un mundo donde las personas pierden la vista y se sumen en el caos mientras aprenden a funcionar con lo que les queda. Más catastrófica resulta Al final de los sentidos (Perfect sense, 2011), película de David Mackenzie, donde la humanidad pierde paulatinamente los cinco sentidos. Nuestra ceguera parece su contrario, consiste en un ver continuo, bien organizado al margen de nosotros que suplanta a la realidad convincentemente.