l pasado lunes 10 de abril, mi (nuestro) querido Fito (don Adolfo Sánchez Rebolledo) habría cumplido 81 y, como decía nuestra broma, nos habríamos emparejado. Ahora recordamos y celebramos su agudeza y generosidad, su irrevocable romanticismo y su amor por la vida y los suyos, Carmen, su compañera de vida; su adorada hija Paula; sus queridos hermanos. Nos habríamos reunido en su casa de Jiutepec, gracias a la generosa convocatoria de Carmen, para comer y hacer la obligada taxonomía de lo que pasaba y nos pasaba. Aquello pasó, pero no del todo.
La política sigue bajo control monopólico. Ahora no del partido del Estado, sino de los que forman el sistema emanado de la transición. Las cosas de la vida, empezando con la economía, el consumo, el ingreso y el empleo, siguen la tortuosa trayectoria de la doctrina dominante, neoliberal con tintes populistas, dicen los esmerados, y la precariedad se mantiene.
El Presidente, con su obsesión contra la corrupción y por la austeridad, no ha conseguido volvernos más ahorrativos ni menos ávidos, sí parece haber tenido éxito en imponer el cálculo elemental de la partida doble como criterio mayor de evaluación de la política y la economía. La penuria sigue siendo realidad para los muchos, somos una sociedad cruzada por las carencias. La pobreza no es, nunca lo ha sido, ideal de vida ni virtud, sino complejo desafío, una losa estructural.
La emigración al Norte, que muchos entendimos como señal poderosa de una situación social grave, por el daño causado sobre muchos, ha sido vista como muestra patriótica, acción heroica, cuando es prueba inequívoca de fallas mayores. Una sociedad que nos amarga a todos
, como me dijo en 1985 un decidido joven obrero de la construcción que se aprestaba a cruzar la línea y a caminar hacia el Norte.
Poder trazar otra trayectoria para nuestro país, signada por la desigualdad y la pobreza millonaria, son (muy pocos) millones los superricos y (muchísimos) millones los superpobres, ha sido obsesión de no pocos, marcadamente de Fito. Aprendimos a conjugar el componente democrático para no repetir el utilitarismo estalinista que veía a la democracia sólo
como un instrumento para la revolución. Vivimos tiempos de acomodo y aclimatación, había que definir las mejores formas de organización para hacer realidad nuestras convicciones, recién acuñadas por un socialismo democrático genuino.
Más adelante, quedé prendado de las tesis, ¿hipótesis? del italiano Rosselli sobre el socialismo liberal, que apenas se detectaban en nuestro ambiente, repelente a la idea socialdemocrática y tan proclive a explorar fórmulas corporativas para hacer política y conformar dirigencias. Hoy lo estamos viviendo.
Como quiera que sea y vaya a ser, esas fórmulas debidas al revisionismo, pero también a quienes proclamaron la necesidad de ir más allá de lo establecido y afrontar, sin cartabones, las nuevas realidades del capitalismo, que no deja de transformarse, pueden aterrizar en un sendero de (re)construcción de nuestras ideas sobre la economía política y, especialmente, sobre la ruta para imponer al socialismo y su temple de justicia social un obligado a la vez que ingenioso perfil democrático. Esa combinatoria, siempre ansiada y pocas veces alcanzada, debe volver a nacionalizarse
. Pensarse como en su momento la entendió el general y presidente Cárdenas: obligada estación de arribo de una revolución majestuosa que, sin embargo, no debería repetirse.
Solemos hablar sobre encrucijadas, pero la que vivimos hoy es más que eso. Las fortalezas de la nación mexicana, formada por su mayoría popular, pueden presumirse como superiores a nuestras debilidades, pero éstas siguen definiendo la cotidianidad del país entero. Nuestra casi obsecuente aceptación de la ocurrencia y la tontería como forma de gobierno. Nuestra inveterada aceptación de la pobreza y la penuria como formas virtuosas
de vida; nuestra sorprendente familiaridad con las formas más majaderas de hacer y experimentar políticas económicas; la ambivalencia casi viciosa en cuanto a nuestras vecindades…
Trascender tantas y complejas contradicciones supone una dialéctica igualmente compleja. No diferente ha sido nuestra política cuando ha querido ser nacional popular, justiciera y progresista. No fue poco lo logrado. Hoy es mucho lo perdido y más lo rescatable. Vamos a ver.