Desde hace más de un siglo, la política patrimonial dominante ha edificado una infraestructura institucional amplia y compleja -museos, archivos, acervos, zonas arqueológicas, reservas, concursos y festivales- que ha servido, entre otras cosas, para clasificar bajo una óptica occidental, elitista y mercantilista a un sin número de objetos, lugares y prácticas culturales. Mediante esta infraestructura, los estados nacionales se han apropiado de la cultura -material y simbólica- de poblaciones de distintos rostros culturales con la finalidad de construir una identidad nacional. A nivel internacional, mediante la adopción de convenciones y creación de listas de la UNESCO, se estableció otro nivel de apropiación: los patrimonios culturales de la humanidad.
En México, los procesos de institucionalización del denominado patrimonio cultural inmaterial, tanto nacionales pero principalmente los de carácter internacional, se han caracterizado por la poca o nula consulta, información y participación real de las poblaciones indígenas, rurales o mestizas que dan vida constantemente a sus patrimonios, a su cultura. Sin duda, el caso más paradigmático fue el de la pirekua, considerada el canto tradicional de los p’urhépecha, la cual, fue incluida en la Lista Representativa de la Convención de Patrimonio Inmaterial de la UNESCO en noviembre del 2010. Su inclusión generó la movilización de músicos y pirericha, y en el momento de mayor auge del conflicto, se hizo un reclamo a las instituciones de distinto orden, para que éstas respetaran los derechos colectivos del pueblo p’urhépecha, así como un posicionamiento abierto contra la turistificación de su cultura. En los comunicados públicos, el Movimiento Pireri, dejó claro que la pirekua antes que ser patrimonio de la humanidad era patrimonio del pueblo p’urhé.
El reconocimiento de la pirekua como patrimonio de la humanidad, no ha tenido ningún efecto positivo, ni para los pirericha, es decir, los compositores de pirekuas -muchos de ellos fallecidos en fechas recientes- ni para sus familias y/o comunidades. No obstante, durante estos 12 años, además de continuar componiendo y cantando en sus comunidades, han llevado a cabo algunas acciones para dar continuidad al reclamo del 2010: denuncias públicas, entrevistas a medios de comunicación, envío de cartas dirigidas a distintas autoridades tanto de la Secretaría de Cultura de Michoacán, del Instituto Nacional de Antropología e Historia como al secretario de Patrimonio Inmaterial de la UNESCO, el señor Tim Curtis; tibias han sido las respuestas gubernamentales.
En noviembre del año pasado, la Secretaría de Cultura de Michoacán, convocó a un campamento de pirericha en la comunidad de Angahuan. El evento, de acuerdo con la información institucional, se hizo para “construir una nueva relación con los pirericha” y ahí mismo se conformó una Comisión con músicos y pirericha de las comunidades de distintas regiones p’urhépecha. A tres meses del campamento, la Secretaría de Cultura del estado, ha dado pocas muestras del compromiso hecho, que resulta preocupante dada la importancia para concretar acciones de salvaguarda, algunas de ellas de carácter urgente como: la asignación de recursos económicos a los pirericha tanto adultos mayores como a los jóvenes, a las viudas de los pirericha que han fallecido, así como la creación de un fondo económico para el desarrollo de acciones enfocadas a la transmisión de los conocimientos musicales y del idioma p’urhépecha en las propias comunidades, gestionado por los pirericha y músicos p’urhépecha.
Con el cambio de gobierno, tanto a nivel estatal como nacional, creció la esperanza de contar con un proyecto elaborado de forma participativa a favor de los pirericha y sus comunidades. Sin embargo, lo que se observa es la misma tendencia que los gobiernos anteriores: una cuantiosa inversión de recursos económicos destinados a la espectacularización y turistificación de la cultura del pueblo p’urhépecha y una mínima inversión en los proyectos culturales y musicales creados desde las comunidades. Así, tenemos una continuidad de la política económica neoliberal en el ámbito cultural, donde se priorizan espectáculos como el Concurso Artístico del Pueblo P’urhépecha de Zacán, y más recientemente la K’uínchekua. La K’uínchekua de Michoacán es un festival donde se presentan, disfrazados de autenticidad cultural, sonidos de instrumentos prehispánicos, actores con coloridos vestuarios, comida, música y danzas, dentro de la zona arqueológica de Tzintzuntzan. La K’uínchekua no es otra cosa que la imitación de otros espectáculos de la “diversidad cultural” de México, como la Guelaguetza en Oaxaca o Cumbre Tajín en Veracruz.
Este tipo de espectáculos, vestidos de gran luminosidad y escenografías costosas, logran convencer a quienes creen que la vida cultural de un pueblo se puede reducir a un momento en un escenario. Sin embargo, mientras esto sucede, en distintas comunidades p’urhépecha se impulsa la educación musical, el aprendizaje del idioma p’urhépecha y el fomento de la composición y canto de pirekuas, todo esto sin el apoyo institucional, pero sí con una gran convicción de que la cultura debe estar en manos de quienes la viven, la hacen y la recrean día a día. •