s lo que se requiere para organizar año con año la pasión de Cristo en Iztapalapa, representación en la que participan cerca de 200 actores y más de 2 mil extras, todos integrantes de los ocho barrios originarios de la alcaldía.
Recientemente declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de México, comenzó por la devoción al Señor de la Cuevita, el cual, de acuerdo con la creencia popular, detuvo las muertes que causó la epidemia de cólera morbus que asoló a la Ciudad de México en 1833. Un año más tarde, la celebración comenzó en el periodo de Semana Santa de 1843, por lo que en 2023 cumple su 180 aniversario.
No cabe duda de que existe una memoria colectiva ancestral. Si recordamos que los frailes, al enterarse de que muchos rituales religiosos de los antiguos mexicanos se llevaban a cabo en grandes representaciones públicas, vieron un buen camino para ayudarse en la evangelización.
Estas costumbres (prehispánicas y virreinales) se expresan ahora en esta impresionante celebración comunitaria y religiosa, con una gran dosis de sincretismo. Todos los participantes –cerca de 3 mil– tienen un papel y un vestuario.
El más importante es del joven que va a representar a Cristo. Tiene que ser soltero, nativo de alguno de los ocho barrios de Iztapalapa, católico y haber hecho la primera comunión; estatura mínima de 1.75 metros, buena conducta y costumbres y no tener tatuajes ni perforaciones. También, su apariencia debe ser similar a la del imaginario cultural de Jesús y –digo yo– ser fortachón porque va cargar la cruz de 95 kilos, y subir con ella el Cerro de la Estrella, que no es poca cosa. Muchos jóvenes de Iztapalapa pelean cada año por el papel. Es fácil imaginar el estatus que el elegido tiene dentro de la comunidad.
Los habitantes de los ocho barrios (La Asunción, San Ignacio, Santa Bárbara, San Lucas, San Pablo, San Miguel, San Pedro y San José) conviven entre la modernidad y la tradición.
La participación ordenada de tanta gente es impactante. Resulta emotivo ver niños escrupulosamente ataviados como soldados romanos, lindas adolescentes con túnicas que consuelan a Cristo en sus caídas, mujeres y hombres de todas las edades y decenas de caballos.
Es novedoso mirar a elegantes soldados de las fuerzas romanas de élite, con su vistoso atuendo, coronado con un casco dorado de plumas y una gran capa, sobre caballos con montura charra pitiada y cabeza de plata.
El viernes pasado tuvimos la oportunidad de presenciar de cerca los distintos actos del Viernes Santo, gracias a una invitación de la alcadesa Clara Brugada, quien, con su eficiente y amable equipo de colaboradores, nos trasladaron a los escenarios.
La escena de la Crucifixión en el Cerro de la Estrella –donde se celebraba la ceremonia del Fuego Nuevo en el México prehispánico– es verdaderamente conmovedora. La acompañan cientos de nazarenos, que son aquellos que por promesa, manda o voluntad propia, se imponen la carga de una cruz a lo largo de todo el trayecto, muchos cubiertos con capas moradas.
Antes vimos las etapas del juicio, la cárcel, donde hay una columna y Jesús vestido de blanco es azotado con unas ramas teñidas de rojo. Ahí empieza el recorrido al Calvario-Cerro, rodeado por una muchedumbre. Todos buscan llegar al lugar de las tres caídas, del encuentro con la Verónica, la Samaritana y las santas mujeres.
Esta celebración es un modelo de lo que puede lograr una comunidad que comparte tradiciones, creencias, así como la pasión y compromiso por llevar a cabo una actividad de esta magnitud. Es un acto costoso que requiere enorme esfuerzo y organización, en el que cientos de personas de los ocho barrios participan cada año con entusiasmo y renuevan sus lazos de amistad, compadrazgo y vecindad, de pertenencia e identidad con la comunidad.
Las autoridades religiosas y políticas simplemente facilitan las cosas. La alcaldía ayuda con materiales para las escenografías que la propia comunidad elabora, la seguridad, el sonido y algún otro requerimiento de carácter técnico.
Por supuesto, en los alrededores se instala una vasto tianguis, que aquí incluye la presencia de artífices del barro, que acuden de diferentes lugares a vender las piezas más bellas: cazuelas, jarras, salseras, vasos. Hay que destacar que vimos innovaciones en formas y decoración. La oferta culinaria es muy amplia y también puede acudir a algunas de las fondas y restaurantes de Iztapalapa que... no cantan mal las rancheras
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