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El imaginario de la 4T frente a la realidad
U

na mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Palabras más, palabras menos, esta frase adjudicada a Joseph Goebbels describe la estrategia retórica que el marketing político ha utilizado para la consolidación de discursos que permeen entre la opinión pública en búsqueda de votantes. La 4T y el presidente López Obrador son distinguidos, entre otras cosas, por su potente capacidad retórica.

A nadie escapa que las conferencias matutinas han sido un espacio privilegiado para la publicidad oficial de las acciones del gobierno, la crítica a opositores, la defensa ante los señalamientos de los medios de comunicación y la sociedad civil y el fortalecimiento de una narrativa que, a pesar de su poca correspondencia con la realidad, sigue siendo convincente para las mayorías. Con un discurso que simplifica la realidad y que divide entre buenos y malos, progresistas y conservadores, el gobierno en turno ha logrado no sólo mantener altos índices de aceptación después de cuatro años de gobierno, sino mantener vigente una propuesta narrativa que inicialmente aglomeró los grandes descontentos de la ciudadanía, pero que ahora dista de ser un diagnóstico atinado de la ­realidad.

La narrativa presidencial de cada mañana afirma textualmente que ya no hay corrupción ni impunidad –más que en el Poder Judicial y la oposición–; ya no hay desabasto de fármacos; ya no hay violaciones a derechos humanos, se protege a periodistas y a refugiados; ya no hay represión, masacres ni tortura; ya no hay espionaje ilegal, sino inteligencia para salvaguardar la seguridad; ya no hay personas desplazadas por la violencia ni territorios controlados por el crimen organizado y, por lo tanto, es seguro viajar por el país, fruto de una estrategia exitosa de seguridad.

En contraparte, repasando tan sólo las últimas semanas, encontramos casos preocupantes como los hallazgos de las investigaciones del Ejército espía, la ejecución extrajudicial de cinco jóvenes en Nuevo Laredo, las violaciones a derechos humanos señaladas por el reciente informe del Departamento de Estado de Estados Unidos y por muchos otros informes y publicaciones de organizaciones civiles, los recientes hechos en Ciudad Juárez donde 40 migrantes murieron encerrados tras un incendio, así como muchos otros casos de violencia homicida, feminicida y desaparición que no cesan en el entorno nacional.

Pese a su aparente efectividad, el co­rrelato es insostenible. Aunque la tendencia va ligeramente a la baja, en lo que va del sexenio suman poco más de 150 mil homicidios dolosos, cifra muy cercana a los 156 mil homicidios en el sexenio de Enrique Peña Nieto. La Guardia Nacional y el Ejército, pilares de la actual estrategia de seguridad, se encuentran entre las instituciones con más quejas ante la CNDH, principalmente por casos de tortura, desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales y detenciones arbitrarias. Los entornos de macrocriminalidad son cada vez más evidentes en casos críticos como los de Chihuahua, Sonora, Michoacán, Guerrero, Zacatecas y Guanajuato, donde el Estado es incapaz de contener el poderío del crimen organizado. Además, suman 58 defensores asesinados en los primeros tres años de gobierno y 37 periodistas asesinados en lo que va del sexenio.

La disociación entre la realidad y la narrativa presidencial es evidente, y con ella se sostiene que la presente administración no es igual a las anteriores. Sin embargo, en términos de respeto y promoción de los derechos humanos, la 4T parece estar en la misma tibieza de sus antecesores, y en términos de fortalecimiento democrático parece incluso estar en una postura regresiva.

El peligro del sostenimiento de narrativas tan disociadas de la realidad como la del Presidente, recae en que consolida un diagnóstico simplificado y popular que menosprecia la complejidad y gravedad de los problemas sociales del país y, con ello, invisibiliza el dolor de las víctimas. Además, la narrativa polarizante refuerza una enemistad social aparentemente irreconciliable que fractura cada vez más los vínculos comunitarios, incrementando nuestra preocupación por la consolidación de entornos volátiles y violentos de cara al próximo proceso electoral.

Seguramente, en los próximos meses, seguiremos viendo el fortalecimiento de esta retórica presidencial en defensa de un programa político que, en los hechos, poco ha logrado en términos de pacificación del país, reconstrucción del tejido social, reivindicación de la justicia y fortalecimiento institucional. Mientras esto no cambie, la narrativa de la 4T seguirá abonando a la fractura de nuestro tejido social y seguirá reproduciendo los signos de descomposición de nuestro entorno, mismos que no han podido ser revertidos, a pesar de las estrategias gubernamentales y de los esfuerzos de la sociedad civil, y cuyos efectos continuarán desintegrando los valiosos contrapesos civiles de nuestro régimen democrático.