ran las 0:30 horas del 28 de marzo de 1973 cuando un canto rompió el silencio de la noche:
A desalambrar, a desalambrar / Que la tierra es nuestra, es tuya y de aquel, / de Pedro y María, de Juan y José.
Era la voz de Judith Reyes, quien con su guitarra en ristre animaba el histórico momento y nos acompañaba a desalambrar la cerca que circundaban las varias hectáreas bajo una loma que parte del icónico cerro del Topo Chico.
Sesenta y cuatro familias y un contingente de Posesionarios de la Colonia Mártires de San Cosme que apoyaban conscientemente la decisión de invadir este polígono, además de un grupo de jóvenes estudiantes y pasantes de algunas carreras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, decididos a correr la suerte de quienes buscaban un pedazo de tierra para edificar sus viviendas, y estaban además convencidos de llevar a la práctica el concepto de integración política e ideológica con el pueblo.
Esta nueva toma de tierras en los siguientes días se multiplicó hasta llegar a mil 500 familias, lo que hizo posible la construcción de una sólida organización de masas.
Pero no se partía de cero; dos años antes se habían invadido las colonias Mártires del San Cosme, Genaro Vázquez y Mártires de Tlatelolco; se había construido el Frente Preparatoriano de la UANL; se habían construido además sólidas relaciones políticas con trabajadores miembros de la sección 19 de Ferrocarrileros; de la sección 67 de Mineros y Metalúrgicos; de ESB de México, y obreras de diversas empresas de la maquila de ropa; se tenían buenas relaciones con el Sindicato de Trabajadores de la UANL, con un amplio sector del magisterio democrático, etcétera.
Este trabajo previo posibilitó que la invasión de la colonia Tierra y Libertad se viera cubierta de gran solidaridad y simpatía, lo que producía diversos apoyos.
Pero también fue constantemente asediada por la policía estatal por mandato del entonces gobernador, Luis M. Farías, quien a su vez era espoliado por la prensa reaccionaria al servicio del poderoso grupo oligárquico de Nuevo León, y cuya cabeza más visible era (sigue siendo) El Norte, quienes un día sí y otro también clamaban que se pusiera orden desalojando a los violentos precaristas
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Fueron innumerables los embates de la policía estatal, que siempre fueron rechazados mordiendo el polvo ante el empuje de las masas que sabían que contaban con un amplio respaldo de otros movimientos sociales. Al final de cuentas, ante el fracaso de los órganos de represión locales, la noche del 25 de abril de 1973 tropas de la entonces séptima Zona Militar, en número bastante grande, entraron a los terrenos de la colonia y nos convocaron a salir ordenadamente y que en 15 minutos abandonáramos los terrenos en que apenas se habían construido chozas de láminas de cartón, plásticos y algunos maderos.
Esa noche la indignación de los pobladores se congeló cuando nos dimos cuenta de que no eran los uniformados, ni los judiciales, sino que eran los militares. Estaban en nuestra memoria aun frescos los recuerdos del 2 de octubre y del Jueves de Corpus, eso pesaba más entre todos los que esa noche sorteamos este acontecimiento.
Rápido y en pequeño comité, analizamos la grave situación y decidimos nombrar una comisión de tres compañeros para intentar establecer diálogo con el mando militar de más alta jerarquía en ese operativo. Por fortuna, pudimos ser escuchados y negociar lo principal: que no se desalojarían los terrenos y a cambio negociaríamos con las autoridades que los gobiernos (estatal y federal) nombraran para tal efecto. Por primera vez escuchamos el término: regularizar, que luego hasta el gobierno de Martínez Domínguez volveríamos a escuchar.
Se cumplieron 50 años desde aquella noche y fueron innumerables aportes que se brindaron a las luchas del pueblo mexicano, sin olvidar la cuota de sangre que se derramó el 18 de febrero de 1976, cuando fueron asesinados seis compañeros de la colonia Francisco Villa por la policía del estado. Igual de innumerables han sido las fallas y errores que nos llevaron a disensiones internas, pero que no le restan su importancia histórica a este proceso, donde lo principal fue lograr que el pueblo, las masas fueran actoras y no espectadoras, sujetos y no objetos en la construcción de su destino.
* Escritor. Autor del libro Así lo recuerdo.