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Desde el otro lado

Morir en tierra ajena

C

uarenta migrantes se suman a los miles que han muerto al tratar de llegar a la tierra prometida. Fueron los que el lunes pasado perdieron la vida en un incendio cuyos primeros visos apuntan como responsables a la corrupción en el sistema carcelario y a una criminal irresponsabilidad en su manejo. Desafortunadamente no fueron muy diferentes a los que han muerto al cruzar los inhóspitos desiertos de Texas, Nuevo México y Arizona, o los que mueren hacinados en las cajas de los camiones donde son transportados como ganado, o quienes fueron victimados por la migra y los vigilantes y cowboys que los persiguen y cazan como trofeos de un safari. Lo sucedido en Ciudad Juárez es criminal y por desgracia no es muy diferente a lo que se sufre en otras latitudes. Cada día son más los que huyen de la pobreza, la represión, la guerra, el crimen y, recientemente, por las calamidades que produce el cambio climático.

Miles de historias y miles de libros e investigaciones se han escrito desde cubículos y centros de estudio con base en las condiciones de quienes intentan huir de esas terribles calamidades; sin embargo, no está clara la fórmula que ayude a evitar o, cuando menos, atenuar las condiciones y peligros de quienes buscan una vida mejor en otras tierras. En el caso concreto de los países centroamericanos, se intentó una solución que trataba de acotar el problema migratorio fortaleciendo sus finanzas y sistemas de seguridad. La pregunta es dónde quedó el acuerdo entre los gobiernos de Estados Unidos, Canadá y México que se coordinó con los de los países centroamericanos. No sería extraño encontrar una de las respuestas en el Senado de Estados Unidos, donde un puñado de legisladores conservadores se oponen sistemáticamente a la solución integral del problema.

Al parecer no ha existido, no hay ni habrá una solución viable mientras no se presente un cambio radical en los países de origen de los migrantes. Pero ese cambio tampoco será posible debido a los desequilibrios económicos provocados por las naciones que históricamente se han aprovechado de los recursos humanos y materiales de aquellos países, cuya solución es expulsar a sus ciudadanos como único recurso para que sobrevivan.

Mientras tanto la literatura sobre las migraciones seguirá enriqueciéndose con las mil y una desgracias de quienes, involuntariamente, mueren lejos de la tierra que los vio nacer, como la de quienes murieron en Ciudad Juárez.