Padilla, cacicazgo (no sólo) universitario // Chantajes políticos // Legado, la FIL // Pleito con el gobernador Alfaro
l suicidio (según la versión gubernamental) de Raúl Padilla López, máximo jefe político de la Universidad de Guadalajara (UdG) durante décadas, trastoca el de por sí complicado panorama político de una entidad que en 2024 elegirá al relevo de Enrique Alfaro. Padilla ejerció un largo cacicazgo en la segunda universidad pública más importante del país e influyó en las definiciones electorales y gubernamentales de Jalisco, mediante alianzas implícitas o explícitas que con frecuencia recurrieron a la movilización estudiantil o universitaria en general como mecanismo de aceleración o exigencia de cumplimiento de regalías prometidas. Con priístas, panistas y emecistas en el gobierno estatal, el padillismo fue factor necesario a tomar en cuenta para la gobernabilidad, tanto por el peso natural de la universidad bajo su control como, sobre todo, por la especializada utilización de siglas partidistas que aprovechó en virtual franquicia (sobre todo el PRD) o que creó en específico (Hagamos, partido local).
Un prolongado zigzagueo de emociones (amor-odio políticos) entre Padilla y el actual mandatario jalisciense, Enrique Alfaro, desembocó en los años recientes en una confrontación abierta, ácida, en la cual el gobernador acusó directamente al verdadero rector de la UdG de utilizar el presupuesto de la casa de estudios para promoción y controles políticos y para negocios personales.
Padilla mantuvo un esquema de empresas universitarias
de las que era director o presidente y que, con dinero de la citada casa de estudios, aunque el argumento oficial hablaba de que generaban sus propios gastos, le habilitaron una careta propicia ante las comunidades cultural e intelectual del país y el extranjero, de manera sobresaliente con la Feria Internacional del Libro, que seguramente es el mayor legado del ahora difunto.
En 2018, Padilla formó parte de la resistencia contra López Obrador, al grado de mencionarse su aspiración de ser secretario federal de Cultura en una administración no morenista. Al final de su vida sostenía una doble batalla, con el alfarismo local y el obradorismo nacional. A reserva de saber si Padilla organizó de alguna manera eficaz la continuidad sin sobresaltos de su grupo en el control de la UdG (¿su hermano, José Trinidad, llamado Trino, como heredero?), su ausencia física significa una ventaja política para Enrique Alfaro y MC y puede significar una recomposición de grupos políticos en el estado que libere un potencial cívico hasta ahora inhibido o abiertamente reprimido por este caciquismo y los arreglos de cúpulas en los que han transcurrido la política, los gobiernos y las elecciones en la entidad.
La muerte de Padilla López se enmarca en otros actos de violencia relacionados con políticos. Recuérdese el asesinato del ex gobernador priísta Aristóteles Sandoval, en Puerto Vallarta, bajo dominio del cártel con denominación estatal. En 1975, el anterior jefe máximo de la UdG, Carlos Ramírez Ladewig, fue asesinado a tiros en Guadalajara cuando era delegado del IMSS en Jalisco. En 2009, el rector de la UdG, Carlos Briseño, puesto en el cargo por Padilla pero luego confrontado gravemente con él, en una pretensión ingenua de asumir un poder propio y rechazar el aplastante cacicazgo, también se suicidó, luego que la maquinaria padillista lo quitó de la rectoría.
Y, mientras hoy se consuma la instalación de cuatro consejerías electorales, entre ellas la correspondiente a la presidencia, que significarán una nueva correlación de fuerzas y un nuevo enfoque procesal y conceptual, ¡hasta mañana, con una nueva vuelta al hospital de Jesús Murillo Karam, responsable histórico de la verdad
con que se mintió respecto a lo sucedido en Iguala con los normalistas de Ayotzinapa!
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