La última función de cine
o es un azar el hecho de que India, país que posee la industria de cine más prolífica del mundo (más de mil largometrajes al año), haya producido en 2021, en plena pandemia y en medio de una amenaza de deserción de espectadores, una película como La última función de cine (Chhello Show), del realizador hindú Pan Nalin (Samsara, 2001). Y es que lo que propone la cinta no es sólo un homenaje al cine, sino a una forma artesanal de hacer cine, y también de sentirlo y entenderlo.
Su protagonista central, Samay (Bhavin Rabari), un niño de nueve años, descubre durante la proyección de una cinta de tema religioso a la que asiste con su padre, el magnetismo subyugador de las imágenes en una pantalla grande. Más tarde, ese mismo padre, un humilde vendedor de té en una estación de trenes, prohibirá a su hijo ver otras películas debido a una variedad de contenidos laicos que en su opinión atentan en contra de la moral y las tradiciones locales.
Con la complicidad de Fazal (Bhavesh Shrimali), proyeccionista del viejo cine Galaxy en el pueblo rural de Chalala, el niño Samay y un grupo de amigos frecuentan clandestinamente esa sala, y una vez descubiertos deciden crear un espacio propio para proyectar, del modo más elemental imaginable, narrativas propias con restos de celuloide que consiguen recuperar.
El director Pan Nalin evoca aquí, como antes lo hiciera Truffaut en Los cuatrocientos golpes (1959), un despertar temprano a la cinefilia vinculado a una dura realidad familiar y al impacto emocional que provoca en el niño descubrir una sociedad dividida en castas en la que no hablar inglés representa, para un hombre como su padre, una marginación casi total.
Hay un momento particularmente emotivo en la cinta donde, en un tono documental, el realizador sigue paso a paso la conversión industrial del celuloide obsoleto en objetos de plástico, algunos de uso ornamental. Los niños asisten así a ese colapso de su primera ilusión cinéfila simbolizado por el paso inevitable de una era analógica en el cine, a otra, menos artesanal y presumiblemente más perfeccionada, que es la era digital.
La última función de cine, basada en experiencias de infancia del propio director, consigue evitar la deriva sentimental excesiva que pueden propiciar algunos relatos en torno a una devoción cinéfila infantil –al estilo de la muy exitosa Cinema Paradiso (1988), de Giuseppe Tornatore–, para dotar a la historia del pequeño Samay de una dimensión social tan enriquecedora como inesperada.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 14:15 y 18:45 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1