alderón niega haber usado el término guerra
como denominativo y acciones secuentes contra el narco. Con rigor gramatical podría tener razón, pero su actitud y órdenes dadas lo desenmascaran, Aquí se narran algunas. Miente ante los hechos crudelísimos que desató.
Empecemos: Su decisión de patentizar su jerarquía usando una guanga casaca militar no fue casual. Estimó significar así su jerarquía ante sus tropas, pero en vez de despertar respeto y admiración, cualidades deseadas en un mando militar, inspiró la caricatura más aplaudida del sexenio.
En el fondo, no importa el uso o no de una palabra. Lo trascendente fueron las acciones que desde siempre se definieron como bélicas. La verdad que disimula es que, siguiendo el consejo de Juan Camilo Muriño, su álter ego, después secretario de Gobernación, decidió atacar. Si hay fuerza, habrá que usarla, pareciera haber sido la premisa. Aunque ignoremos la materia, agregaría yo.
La verdad incontrovertible es que su guerra
fue real como error político que desencadenó una tormenta que no tuvo ni éxito ni fin. Elevó al crimen y sus espacios de influencia a ese rango, tanto que ciertas bases constitucionales y legales hubieron de ser redefinidas para dar lugar a nuevos instrumentos de contención.
Llegado el tiempo, la recomendación de sus asesores empezó a buscar protagonista, el futuro secretario de la Defensa. En búsqueda de él, semanas antes de tomar posesión, en una oficina destinada a citas confidenciales en la avenida Palmas de CDMX, el cuasi presidente entrevistó individualmente a varios generales.
Alguno me informó que, claramente improvisando, en un acto propio de quien no sabe del asunto, simplemente les lanzó un dardo requiriéndoles:
General, ¿cómo acabaría usted con el problema del narco? Quien esto me participó contestó:
Metería a la cárcel a tres o cuatro gobernadores y me iría con todo sobre los cárteles
.
En esa pregunta claramente inductora, se puede ver que la idea de guerra ya era una disposición en el ambiente presidencial. Sí, en la cabeza del presidente desde entonces estaba el uso desatado de la violencia oficial.
Prueba de ello: el 11 de diciembre de 2006, a días de tomar posesión, emitió la Directiva para el Combate Integral al Narcotráfico 2007-2012
, que redactó Sedena. ¿Por qué lo encargó a ella si no tenía intención combatiente? La secretaría respondió con una orden de 37 páginas.
No hubo ninguna observación del gabinete de seguridad. Todos callaron. El silencio más vergonzoso fue de Eduardo Medina Mora, procurador general de la República, representante de la legalidad.
Sedena hizo lo que le mandaron y sabía hacer: un proyecto beligerante. Fue un documento intérprete de los deseos presidenciales. Calderón sabía lo que quería y Sedena también.
La directiva daba anchurosas órdenes como: “realizar acciones contundentes, con amplia libertad de acción e iniciativa, ante el peligro de que los narcos ocurran a realizar actos tendentes a consumar espionaje, sabotaje, terrorismo, rebelión, traición a la patria, genocidio contra de los Estados Unidos Mexicanos”. La guerra estaba en marcha.
Han pasado más de 16 años de aquel Blitzkrieg. Hoy se piensa más ampliamente en la salud de los mexicanos, en la fortaleza y especialización de las instituciones y en una legítima cooperación internacional. El esfuerzo es demandante de nuevas formas y nuevos valores.
En tan turbio ambiente queda una mancha histórica: un presidente que se ha equivocado dos veces. Una en el desempeño de sus facultades constitucionales y, dos, el error de entregarse a García Luna. Actitudes fatales.
Cuando el país requiere fortalecer su firmeza ante momentos difíciles, debe asimilar el golpe de ver que un presidente careció de inteligencia y entereza para cumplir con su deber.
Todo ello se hace posible por un común denominador: el narco. Actúa frente a nosotros y ante el mundo cuando aún existe un abismo tanto de conocimiento como de acción.
El drama Calderón, Genaro y el submundo que los produjo revela que urge revaluar yerros y aciertos e ir más allá. Es indispensable aceptar que aún se ignora la verdadera dimensión del iceberg.
Urge mantener alarmas preventivas ante lo que hoy es ignorado. Es totalmente posible que un día surgieran nuevas contrariedades. Estamos estacionados sobre las tapaderas del infierno.
Terminemos: en este repaso en tres entregas sobre la evolución del narco, permítanos regresar al eje central, que es subrayar la magnitud de la tragedia en marcha y su alcance todavía indescifrado.
El caso de la Tuta, El Chapo o García Luna, vistos en la perspectiva del tiempo pesarán poco, serán vistos como episódicos. Habrá nuevas pesadumbres.
Nada comparable con la aquí demostrada ceguera de Calderón que,además de sangre, pérdida de tiempo y dinero fertilizó al crimen.
El rechazo hacia él no es por equivocarse, sino por engañar al pueblo, como en estas líneas queda demostrado. En ello perdimos todos. Nos dio seis años de muerte, no de vida.