Discurso y realidad
utoridades financieras de todo el mundo mantienen la idea de que el sistema bancario se encuentra saludable. Los líderes de la Reserva Federal, del Banco Mundial, del Banco Central Europeo y secretarios de Hacienda o del Tesoro de países desarrollados señalan que no hay una crisis en el sistema, por lo que no hay de qué preocuparse.
En teoría, estos líderes hablan con la verdad, porque tienen los datos más relevantes de las operaciones de cada banco y la responsabilidad de informar, revisar y corregir cualquier falla posible que ponga en riesgo la inversión.
Sin embargo, día con día pierden credibilidad porque presentan información fantasiosa con el objetivo de proteger a bancos que técnicamente están quebrados. Si en Estados Unidos, por ejemplo, hay un seguro para los ahorradores de 250 mil dólares, en lugar de apegarse a esa regulación, las autoridades respaldan cualquier monto de inversión, a costa de los contribuyentes.
En Europa sucede lo mismo. Si Credit Suisse no puede hacer frente a sus compromisos, el gobierno sale al rescate con el dinero de los ciudadanos y lo fusiona con el banco más grande, también con fuertes problemas, para evitar que ambas instituciones quiebren.
Ahora le toca el turno a Alemania. Deutsche Bank tiene que vender activos con descuento para hacerle frente a retiros masivos y genera un efecto en cascada, con el desplome de acciones de bancos de toda Europa y ahora esperan el rescate de las autoridades para evitar nuevas corridas financieras.
El problema a estas alturas es estructural. No es que los accionistas de los bancos se roben el dinero, sino que invirtieron mal en condiciones cambiantes y cuando los ahorradores quieren retirar sus recursos para protegerse, resulta que los bancos no cuentan con la liquidez necesaria.
Los cambios abruptos en los rendimientos, producto del control de la inflación, fue la gota que derramó el vaso y las autoridades financieras se mueven al filo de la navaja. Por el momento no saben si es más importante el control de la inflación a través de subir las tasas de interés o mantenerlas estables para evitar nuevas quiebras bancarias.
Por lo pronto, las llamadas a la calma de parte de las autoridades caen en el vacío: todos las escuchan, pero cada vez menos inversionistas creen en ellas.