Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de marzo de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Las caras de la izquierda latinoamericana
E

l próximo 5 de abril se celebrará la Cumbre Iberoamericana en República Dominicana. El momento es por demás interesante, tras varios años en que la izquierda –o al menos varias versiones de la izquierda– en los últimos años ha marcado el paso del continente. Jamás ha existido una idea homogénea en los gobiernos de izquierda en América Latina; las particularidades de cada nación, lo hacen verdaderamente complicado, y así, Cuba sigue siendo, como desde hace medio siglo, el faro intelectual de la izquierda latinoamericana.

No obstante, las últimas dos décadas del ejercicio del poder y de la competitividad electoral no se entenderían sin Hugo Chávez y los años de bonanza en los que, indudablemente, forjó las posibilidades de la izquierda en Venezuela, Bolivia, Argentina y Ecuador.

Desde Tijuana hasta Buenos Aires soplan fuerte los vientos hacia la izquierda. Lo hacen, Gabriel Boric en Chile, que es un buen ejemplo, a pesar de una cultura política que durante los últimos 40 años favoreció a la centroderecha. El péndulo político posdictaduras no había llegado al límite superior en los 90 ni en lo que vamos del siglo XXI para las izquierdas latinoamericanas. Sin embargo, los gobiernos de centro y de centroderecha, dejaron de conectar. En Chile, Argentina, Brasil, México y Colombia la lección es la misma: la ciudadanía se cansó de escuchar que el desarrollo económico era premisa básica para la igualdad, que la apertura y la competencia eran las grandes fortalezas de la economía, que la disciplina fiscal sería premiada en el presente y en el futuro por los mercados, así como que la movilidad social es posible. La gente se cansó de las promesas de la economía y optó por el cambio social.

Está claro que en el inmenso mosaico de izquierdas, Nicaragua o Venezuela tienen poco que ver con Brasil o Argentina, pero la premisa básica subsiste: la derecha y el centro gobiernan para minorías, para élites, tratando de mantener el statu quo, posponiendo –en la opinión de las izquierdas– siempre el futuro. La izquierda, o al menos eso se sostiene con indudable éxito en los últimos años, apuesta a las mayorías, al presente, a la igualdad de oportunidades a pesar de la desigualdad de condiciones, y a retomar rasgos identitarios que la globalización, brújula del centro y la derecha, había desdibujado en las últimas décadas.

En suma, hoy lo social está prevaleciendo sobre lo económico en América Latina, y ese viraje tiene que ver con un cambio generacional muy relevante. Los jóvenes que llevaron a Boric al poder no participaron en la construcción de la democracia chilena post Pinochet; para ellos, esa es una plataforma dada, que sirve para algo más. En otras palabras, tenemos una generación ávida de derechos, de tiempo, de equidad, de libertades versus otra que encontraba en la estabilidad, la paz y la democracia elementos suficientes para considerarse satisfecha.

Esta condición, tan conveniente y favorecedora para las izquierdas en América Latina, es una enorme oportunidad para que gobiernos rompan clichés y prejuicios históricos: que la izquierda quiebra a los países, que no pueden convivir el cambio social y la estabilidad económica entre muchos otros. Lo digo porque el radicalismo confesional y las derechas de corte fascista rondan persistentes ante la debilidad y total falta de legitimidad del centro político y las derechas moderadas. Ahí está Bolsonaro, el Trump del Amazonas, que recoge lo peor de la derecha latinoamericana, y que en sólo unos años significó una regresión en materia de derechos sociales y cuidado al medio ambiente en Brasil.

La recomposición del centro llevará tiempo y que se presente atractivo como alternativa política. Lo que por muchos años se apreció como mesura, hoy se descarta y vilipendia por considerarse tibieza. Una sociedad que quiere cimbrar estructuras no quiere tibieza. Quiere todo, menos tibieza. Por ello, si la izquierda logra romper sus propios lastres históricos sobre el manejo de la economía y su visión democrática, dadas las condiciones que hoy soplan, podría inaugurar una era de varias décadas detentando el poder en América Latina. Una región no solamente pauperizada, sino profundamente –como ninguna otra– desigual.

Si de entre todas las izquierdas existentes surge la izquierda posible que mantenga la estabilidad, defienda derechos, respete conquistas legítimas de la sociedad civil y promueva la desigualdad social a partir del crecimiento económico, la derecha no podrá aspirar un buen rato a posiciones de poder en América Latina.

Si falla, le abrirá la puerta al radicalismo ignorante y peligroso, que en este juego pendular, siempre está al acecho.