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Carlos Payán, el estadista del periodismo
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na manta, un poncho y la bandera roja con la hoz y el martillo del Partido Comunista Mexicano (PCM), cubrieron el féretro de madera de Carlos Payán Velver. En distintos momentos, lo cobijó también, un ejemplar de La Jornada donde se reporta su deceso.

Tres imágenes rodearon el ataúd. Su retrato fue colocado sobre la cabecera de la caja. A su costado izquierdo se puso una fotografía de gran formato y una laca automotiva sobre lámina, obra de Damián Ortega. En ella, el periodista saluda jubiloso con los brazos en alto, ataviado con un gorro contra el frío en lugar de su tradicional sombrero, guantes y anorak, con su viejo Volkswagen sedán a sus espaldas. Con más de 100 ramos de flores y coronas mortuorias se alzó una especie de monumento, acompañado de veladoras con el pabilo iluminando el camino al Mictlán de los ateos.

Homenaje sobre homenaje, puño izquierdo en alto, en dos ocasiones los asistentes al velorio entonaron La Internacional. Quienes no conocían la letra se incorporaron al rito tarareándola. El camarada, el capitán de las naves periodísticas, el amigo, el colega, fue despedido en medio de interminables aplausos.

Las ceremonias del adiós al director fundador de La Jornada estuvieron atravesadas por sus dos grandes pasiones: la militancia comunista y el periodismo. Ambas se encontraron cuando, en el marco de la reforma política impulsada por Jesús Reyes Heroles en 1977, se legalizó al Partido Comunista y se abrieron las puertas para construir una corriente progresista en la opinión pública, a través de una nueva prensa. Payán, que no venía del mundo de los medios, pero se convirtió en un extraordinario periodista, fue fundamental para aterrizar este sueño.La libertad de prensa es de quien la trabaja, acostumbraba decir. Fue, sin exagerar, un estadista de los medios.

Ese papel como bisagra entre la izquierda partidaria y el periodismo se hizo explícito en dos hechos. Arnoldo Martínez Verdugo, el dirigente del PCM durante 18 años, fue el político que más respetó. Y, de los muros en su despacho de La Jornada, pendía una gran foto enmarcada de Enrico Berlinguer, el dirigente comunista italiano creador del eurocomunismo (https://bit.ly/3ZY5A8N).

Payán entró al partido en 1958, en plena huelga ferrocarrilera. Su esposa, Cristina Estupiñán, era parte de las juventudes comunistas en la UNAM. En una carta narró que su ingreso al partido era, probablemente, el hecho más importante de su vida, la que le dio sentido y lo formó dentro de una ideología. Un comunista –advirtió– es una conducta en favor de los trabajadores, de la justicia social y una ética para enfrentar al futuro, porque, como se decía a mediados del siglo XX: quien no era comunista, es que no tenía corazón.

Según Rodolfo Echeverría, Chicali, Carlos Payán tuvo una militancia reservada en el PCM, es decir, formó parte de una célula clandestina que atendían Martínez Verdugo y Eduardo Montes, y muy al final, el mismo Chicali. Allí participaban camaradas que tenían cargos importantes en el gobierno o en actividades políticas que no se quería que se conocieran.

En la ceremonia en la que la Universidad de Guadalajara le entregó el doctorado honoris causa, contó su incursión en el periodismo (https://bit.ly/3llPV4n). La historia comienza cuando, a raíz del golpe de Luis Echeverría a Excélsior en 1976, surgieron dos grupos. Uno, comandado por Julio Scherer, que dio vida a una agencia informativa y al semanario Proceso. Otro, impulsado por Manuel Becerra Acosta, que se propuso dar vida al periódico Unomásuno.

Payán fue invitado por el ex militante de las Juventudes Comunistas, Juan Garzón, a una asamblea del naciente diario, para asesorarlos en la formación de una cooperativa, su especialidad. Electo por unanimidad para dirigir la asociación, les dijo que el acuerdo le parecía una locura; fue nombrado secretario general de la cooperativa. Comenzó así para él, la larga marcha por gestar un nuevo medio, que sería su puerta de entrada al periodismo, y que llegaría a ser el otro acontecimiento, el más importante de mi vida, que me produjo una felicidad perdurable. Finalmente, en 1977 zarpó el barco del Unomásuno. De la mano de Becerra, aprendió la profesión y comenzó a tomar en sus manos el timón del tabloide.

La izquierda partidaria ensanchó su presencia pública. “Un día –explicó– me invitó a tomar un café Martínez Verdugo. Ahí me presentó a Rolando Cordera, a José Woldenberg, a Trejo Delarbre, jóvenes talentosos, con un sólido pensamiento crítico, quienes pronto se incorporaron como columnistas. Algunos reporteros llegaron a advertirme que estaba izquierdizando el periódico”.

Según él, en Unomásuno se practicó un periodismo que no estaba contra el gobierno, pero sí frente a él. Se avanzó en contar lo que pasaba en el país y en dar voz a quienes las puertas de los demás medios de información estaban cerradas. No hicimos un periódico comunista y por el solo hecho de contar lo que pasaba en el país lo llamaron comunista o izquierdista, precisó.

Cuando Becerra se apropió indebidamente del capital del diario, el autor de Memorial del tiempo, junto a Carmen Lira (quien más adelante tomó la estafeta) y otros periodistas, salieron del uno y fundaron, cobijados en una amplia y vigorosa convocatoria ciudadana, artística y popular, un nuevo tabloide, que vio la luz en 1984: La Jornada. La publicación sería, dijo Hugo Gutiérrez Vega, el mejor poema de Carlos Payán.

Director del Cemos y consejero de su revista Memoria, trató de recuperar la lu­cha incansable de los parias de la tierra, “de alguna manera fracasada y triunfante, pero que ya nadie –ni los izquierdistas de ahora– quieren recordar; es una vergüenza”, dijo.

Disuelto el PCM y transformado en PSUM, ya sin militancia propiamente dicha, hasta nuestros días, nunca he dejado de ser comunista, dijo el estadista de periodismo. Por eso, fue despedido envuelto en bandera roja y con los acordes de La Internacional.

Twitter: @lhan55