l capitalismo tardío tiene entre sus múltiples imágenes, el de una guerra que dice librar contra los mercados de las sustancias sicoactivas. La verdad es una contra los cuerpos y las mentes que tiene una máscara de salvación escondiendo la muerte y la explotación.
La Organización de Naciones Unidas para la Droga y el Crimen (Unodc) estima en 61 millones las personas que en 2019 consumieron opio por razones no médicas, principalmente en EU y en Asia. La mitad usó heroína. Entre 2010 y 2020, el estimado de usuarios de opioides se duplicó; las muertes por este consumo representó 69 por ciento del total por uso de drogas y causó 40 por ciento de los casos de tratamiento en 2020.
El opio y sus derivados producen, como dice Antonio Escohotado, un modo refrigeración
en la cual baja la respiración hasta un punto en que puede ser mortal, se pierde la línea divisoria entre estar dormido y despierto, y se establecen dependencias que el autor expresa como la necesidad de intoxicarse para no sentirse intoxicado
. La crisis en el país del norte es gravísima y se agudiza al sustituir la heroína por fentanilo. Según la Unodc, en 2020 hubo 91 mil muertes por sobredosis y en 2021 aumentaron a 107 mil; los opioides tienen que ver con 75 por ciento de las sobredosis mortales en EU y 76 por ciento en la Unión Europea durante 2020 y 2019. En el primer año de la pandemia, Canadá reportó el aumento de 95 por ciento de muertes por sobredosis de opioides.
El principal cultivador de opio es Afganistán, que en 2021 concentró 86 por ciento de toda la producción y desde los últimos 20 años –desde la invasión de EU– ha ascendido. Uno de los acuerdos firmados ante la salida de los estadunidenses de ese país es la prohibición del cultivo y está por verse qué ocurrirá en el mercado global. Hay dos preocupaciones: por un lado la disponibilidad de opio para fines médicos es absolutamente desigual en los países ricos y pobres; por ejemplo, el número de dosis legales disponibles por cada millón de habitantes era 755 veces más alto en América del Norte que en África Occidental y Central en 2020.
La segunda preocupación es el fentanilo, fármaco elemental y lícito usado en anestesia. Producir de forma ilícita el fentanilo es más fácil, rápido y barato que la heroína; se puede producir en cualquier lugar y vender en ampolletas o pastillas. Ante la llegada del fentanilo, la demanda de heroína cayó y muchos traficantes y productores se han organizado en torno a la producción de este sustituto, hasta 50 veces más fuerte que la heroína.
Hay un enorme vacío para explicar por organizaciones que monitorean el fenómeno, las transversales de clase, étnicos y de género que explican estos consumos. Su primera explicación es el aumento de la disponibilidad de drogas, la eterna culpa a la oferta y proponen como primera estrategia a la incautación o destrucción de la oferta. Autores como Phillipe Bourgois dicen que es necesario entender procesos estructurales como la precarización laboral, la mercantilización de los productos farmacéuticos que buscan soluciones rápidas y simples a traumas y crisis complejas, y la concentración de la riqueza que ha llevado al aumento de las desigualdades que hacen insostenible la posibilidad de la reproducción de la vida digna en el capitalismo.
Dasgupta, Beletsky y Ciccarone llaman la atención sobre enfermedades de la desesperación
, mezcla de abuso de drogas, alcohol y el suicidio en contextos de crisis económica estructural. Los hombres blancos de mediana edad sin educación universitaria están muriendo más jóvenes que sus padres y el fenómeno se agudiza donde el deterioro económico se expresa con más fuerza. Explicar todo desde la disponibilidad de drogas limita la solución al ataque a la oferta o reducción de daños, pero no en la urgencia de una reflexión estructural sobre el modelo de administración
del subdesarrollo –la pobreza, las desigualdades étnicas y de clase– en EU. Las crisis sociales y económicas se somatizan en dolores individuales y como afirman, han provocado mayor sensación de vulnerabilidad, aislamiento y desesperanza.
Ante esto, se masifica la opción y la urgencia de personas por dormirse en este sistema que los aplasta. Es doblemente cruel porque el mercado medicaliza las contradicciones de clase: el uso problemático y la muerte es sólo el epifenómeno de las crisis estructurales de un sistema sin oportunidades materiales e inmateriales para la reproducción digna de la vida. Y paradójicamente, esos mercados profundizan esas brechas.
Se vale hacer analogías: estudiando la crisis del capitalismo fósil, varios autores han calculado la tasa de retorno energético, es decir, cuánta energía se gasta para producir nueva energía. Para 1930, EU invertía una unidad de energía para producir 100. En 2000, esa tasa cambió, la inversión de una unidad de energía sólo asegura la producción de 15. Al revés ocurre con los cuerpos y las mentes de la población: puede que sostener un rico antes costara cinco jodidos, ahora cuesta 100; los dormidos son los que sobran. Hay un franco deterioro de la vida colectiva y un proceso inclemente de concentración de la riqueza. Según los datos del World Index Database, en EU durante 1975, el 10 por ciento más rico tenía 31 por ciento de los ingresos y 50 por ciento más pobre lograba arañar 20.4 por ciento de la riqueza. En 2018 estos datos mostraron el éxito del complejo militar-industrial del capitalismo tardío: 10 por ciento poseía 49.1 por ciento de la riqueza y el 50 por ciento más pobre había disminuido su porcentaje a 13.3. Las promesas de prosperidad del mundo liberal están quebradas, para hacer unos poquísimos ricos se necesitan cada vez más sacrificar los cuerpos y almas de los cada vez más extendidos jodidos, y entre esos, algunos encuentran en dormir la letanía digna para resistir y morir.
*Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento de la Amazonia Colombiana, AlaOrillaDelRío. Su último libro es Levantados de la selva