Opinión
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Adiós, maestro
Escritor de la poesía secreta
C

arlos Payán en primera persona: siempre pensé que era un escritor que hacía poesía, que pertenecía a la poesía secreta, acto íntimo.

En los tiempos muertos de la redacción del Unomásuno, en los amplios espacios de la redacción de La Jornada, don Carlos escribía:

Cuando Mack the Knife
ya había guardado su arma
Kurt Weil compuso

“Speak low
when you speak, love…”

mientras veía, sin poder
siquiera pestañear,
el rostro esplendoroso
de Ava Gardner.

En sus poemas habla de la dulzura de la melancolía, del bosque brumoso, de los cálidos rayos del sol, de la piel ardiente y la vigilia.

Tenía predilección por el siguiente, que escribió y leyó bañado en lágrimas:

Sin tus ojos, mi bien,
nada existe;
cuando cierras la cortina azul
de tus párpados
el mundo desaparece.
No hay Ganges si tú no lo
miras,
ni cuerpos incendiados
sobre sus floridas barcas
que flotan sobre sus aguas.
No hay compasión,
ni llanto en medio de la noche.
Ni hay Dios que se lamente
o sude o grite o se conmueva
de tanto ardor y tanto
silencio.

Don Carlos Payán reunió algunos de sus poemas en Memorial del viento, que presentó el sábado 14 de julio de 2018 en Casa Refugio, en la colonia Condesa, y ahí se despidió de todos.

Ahí se dijo melancólico. Soy un ser melancólico. Pero no tengo tristeza por esa melancolía, tengo gusto por los días grises, por la lluvia y los caminos, como los poemas de Vallejo, nomás que sin dolor.

No es de extrañar que Carlos Payán resulte poeta, publicó al día siguiente, en La Jornada, Hermann Bellinghausen. La poesía siempre estuvo en la médula de su acción y en su actitud ante la vida. Más bien cabía sospechar que era un poeta secreto, agazapado en el organizador de proyectos periodísticos, en el sutil sismógrafo de imágenes, en el editor a la caza de la palabra justa asistido por su buen gusto.

Gustaba hablar, es decir, escribir, describir, el esplendor dorado del otoño, sus doradas mieses. Lo suyo era un telar de sueños y deseos “donde un diminuto pájaro –escribió Payán– aparece suspendido y sorprendido / en el aire para quien ha sido testigo activo de la Historia y de nuestras historias”.

El poeta Carlos Payán nos hizo reporteros, nos hizo cronistas, nos hizo llorar de emoción a mitad de la sala donde se hace La Jornada y así formó a una multitud de locos que supimos que la poesía y el periodismo son hermanos.

Adiós, jefe. Adiós, maestro. Adiós, poeta.