Desde hace varias décadas, se decidió que la Cuenca del Alto Atoyac, nuestra cuenca, sería un territorio destinado para el asentamiento de miles de empresas industriales, y nos dijeron que eso era “el progreso”, despojando a las comunidades de sus tierras para usarlas en la construcción de fábricas, las cuales se han multiplicado por miles. Éstas se han aprovechado de la abundancia de agua superficial y subterránea en la cuenca y la extraen en grandes cantidades para uso en sus procesos industriales. Por otro lado, se aprovecharon de la existencia de cauces naturales para verter el agua residual resultante de sus procesos productivos que, sin tratamiento alguno, va directamente a los ríos, arroyos, canales de riego, zanjas de agua limpia, campos de cultivo, drenajes municipales y a la atmósfera, convirtiendo ahora la red hidrológica de la Cuenca del Alto Atoyac en un instrumento de difusión, transferencia y exposición crónica a sustancias con probados efectos cancerígenos, mutagénicos y degenerativos.
Esta situación de devastación socioambiental en la Cuenca del Alto Atoyac ocurre bajo el continuo amparo de los tres niveles de gobierno, pues son quienes han promovido, autorizado y financiado procesos de cambio de uso de suelo agrícola a urbano e industrial con una nula vigilancia oficial.
A las descargas industriales se añaden las descargas de aguas residuales de todos los municipios que se asientan en la cuenca y que también son desechadas en las corrientes de agua sin tratamiento alguno, debido a la insuficiencia e inoperancia de las plantas de tratamiento de aguas residuales, construidas a lo largo de los cauces que forman la red hidrológica de la cuenca.
Ese mal llamado “progreso” nos fue impuesto a cambio de empleos mal pagados en fábricas, que pertenecen a personas a las que no les importa ni les interesa la vida de nuestras comunidades, nuestra cultura, identidad, ni nuestra suerte. Ese falso progreso nos despojó de una fuente de riqueza colectiva que es el río Atoyac, el cual nos juntaba para hacer comunidad. Ahora han destruido una de las cosas más valiosas que teníamos en las comunidades ribereñas: el agua, privándonos de toda posibilidad de autosostenernos con nuestro trabajo, en nuestras tierras, con los medios que nos da la Madre Tierra para cultivar nuestros alimentos regados con agua del Atoyac.
La contaminación en la cuenca es tan grave que a simple vista se puede mirar, esos tonos oscuros, verdes, azules, grasosos, el olor penetrante y fétido que respiramos, nos hablan de su grave contaminación. No pueden decir que las empresas están dentro de los rangos permisibles de desechos tóxicos cuando frente al río las personas no se pueden reflejar y cuando se acrecientan de manera acelerada las distintas enfermedades en nuestras comunidades: cáncer, leucemias, malformaciones congénitas, insuficiencia renal, anemia o púrpura trombocitopénica, que en su mayoría culmina en fallecimientos. Estas enfermedades antes no existían en nuestras comunidades, han aparecido en la medida que las empresas comenzaron a verter metales pesados, compuestos orgánicos volátiles y persistentes, solventes, adhesivos, pinturas o hidrocarburos a los cuerpos de agua.
Además de lo anterior, por la avaricia de unos y la negligencia de otros, se ha extinguido en su totalidad una gran variedad de animales acuáticos y la flora nativa se ha visto afectada.
No faltan voces que pretenden responsabilizarnos a las comunidades de la contaminación de los ríos, porque según ellos carecemos de cultura cívica o ambiental, lo cual, aunque en parte cierto, no nos convierte a los pobladores de las comunidades en los mayores contaminadores de los ríos. Por el contrario, desde el gobierno se calla sobre quiénes tienen la mayor responsabilidad de la contaminación de nuestros ríos y ecosistemas, es decir, las grandes empresas.
Como el sistema económico y los gobiernos nos consideran personas descartables y privadas de nuestros derechos humanos, quienes habitamos en las comunidades ribereñas a la cuenca, hemos emprendido una reflexión colectiva para reconstruir nuestra vida comunitaria que nos fue arrebatada, por eso nos hemos organizado en la Coordinadora por un Atoyac con Vida (CAV), acompañadas por el Centro Fray Julián Garcés, y hemos buscado el diálogo con científicas y científicos solidarios, quienes con sus investigaciones dan sustento a nuestras afirmaciones, que la devastación en la cuenca daña la vida de la población y a la Madre Tierra, obligando al gobierno a reconocer públicamente que la cuenca sí está contaminada, pues abiertamente se negaba.
Hemos sido víctimas de una simulación continua por parte de las autoridades federales, estatales y municipales, quienes montaron costosos y ficticios planes de saneamiento en la cuenca, los cuales nunca se pusieron realmente en práctica ni contemplan la problemática en su integralidad, a pesar de que destinaron cientos de millones de pesos del erario público.
Necesitamos que se detenga la muerte de nuestro territorio y la muerte de nuestros familiares, para ello es necesario que las comunidades, organizaciones sociales y personas de la academia fortalezcamos un proceso de exigencia social informada, responsable y consciente que concluya en la limpieza de nuestros ríos, acuíferos, suelos y bosques, así como en la atención inmediata y humana a nuestros enfermos y en la garantía de que este desastre socioambiental no volverá a suceder, porque para ello deberán promulgar nuevas normas y reglas que impidan verdaderamente que se siga lucrando con la muerte de nuestros seres queridos. •