Por más de dos décadas las comunidades de la cuenca Atoyac-Zahuapan, en los estados de Puebla y Tlaxcala, han denunciado la grave contaminación industrial de sus cuerpos de agua y tierras de cultivo. Las comunidades de la cuenca recuerdan un paisaje que no puede ser comunicado más que con suspiros de lo que fue una belleza incomparable. El proyecto anárquico de industrialización y urbanización de la cuenca tiñó los ríos de colores extraños, impregnó de olores fétidos el territorio y alteró el aire, suelo y agua con sustancias cuya sola presencia es considerada inaceptable en otros países.
La recuperación de la cuenca, como bien afirman las comunidades, no puede consistir simplemente en una remediación técnica; implica recuperar lo bello: la convivencia en los campos y el río, el diálogo en los espacios que antes pertenecían a comunidades campesinas, las corrientes traslúcidas ricas en nutrientes y la posibilidad de un futuro digno para las nuevas generaciones. Al simplificar el problema como algo meramente técnico, las autoridades han continuado un proceso de descomposición que derivará en una dificultad, cada vez mayor, de recuperar una cuenca bella y sana para sus comunidades.
En la región se han asentado 22 mil 235 empresas manufactureras, de las que destacan la industria automotriz, liderada por Volkswagen; la industria textil ―que no puede destintar su participación en la trata de mujeres y niñas con fines de explotación― y la industria alimentaria. El 85% de la población de la cuenca vive a menos de 3 kilómetros de una gran industria manufacturera, en un país donde menos del 10% de la industria reporta qué vierte al ambiente y en el que se privilegia el consumo “productivo” del agua sobre el necesario. En 2019, se extrajeron 370,490,591 m³ de agua de la cuenca, que hubiese dotado a 6.4 millones de personas con 160 litros diarios de agua; además, 50% de las descargas de agua residual se encuentran a menos de 500 metros de los cauces principales de los ríos.
Al desaparecer fuera de los límites de la propiedad y moralidad de las empresas, las sustancias que impactan gravemente en la salud, el territorio y las tierras, son desestimadas como “externalidades”. Sin embargo, la empresa individual afecta un entorno colectivo y, por lo tanto, la determinación moral y ética de llamar la contaminación “externa”, desresponsabiliza a la industria y permite a las autoridades justificar el sacrificio del territorio y la salud como un mal necesario para el “progreso”, compensado por la creación de empleos.
La industria manufacturera sólo crea el 20% del empleo en la cuenca, del cual, la mitad no tiene contrato o es informal y cuyo salario es consistentemente menor al promedio nacional ¿Acaso esto compensa que las infancias no sólo vivan el tormento de la trata, pero también padecimientos cada vez más raros que desgarran a las familias afectadas? Mientras que las comunidades han tenido que vender sus hogares, tierras y lo poco que queda después para los costosos tratamientos y traslados. De 1995 a 2022, la Procuraduría Ambiental en este país ha multado con $590,941 por emergencias ambientales a empresas de la cuenca; es decir, 4 centavos por habitante en la cuenca por cada año. Ha de ser tan deslumbrante la “compensación” que las autoridades han quedado ciegas ante el sufrimiento de las comunidades.
Estadísticamente hay una mortalidad por enfermedades crónico degenerativas superior en poblados cercanos a los ríos Atoyac y Zahuapan. A un kilómetro de distancia existe una mortalidad casi 4 veces por encima de la media nacional por enfermedades de la sangre en recién nacidos, 3.1 veces por cáncer de hueso, 2.5 por problemas renales, 2.4 por problemas relacionados con parálisis, 2.1 por cáncer de tiroides, etc. Entre 0 a 2 kilómetros hay una mortalidad casi 4 veces mayor por malformaciones congénitas, 2.7 veces por malformaciones musculares u óseas y del sistema urinario, 2.2 por causa de suicidio (sí, incluso el suicidio es más alto), etc. El problema es más grave en comunidades campesinas cuya convivencia con el río está fuertemente atada a su trabajo, identidad y modos de vida. En las comunidades predominantemente rurales de la cuenca, la mortalidad por malformaciones urinarias está 5 veces por encima del promedio nacional y las malformaciones congénitas, 4 veces.
Toda el agua de la cuenca fluye por los ríos hacia su corazón, en el que solía haber un gran humedal que hasta el día de hoy subsiste como una de las áreas agrícolas más importantes del centro del país. El agua que llega a esta zona está altamente contaminada. Sin embargo, aún más lejana a su primera “externalidad”, tampoco se responsabiliza a las empresas contaminantes por los alimentos irrigados con miles de sustancias en los ríos ―ajenas a las comunidades― que llegan a mercados urbanos de la Ciudad de México, Tlaxcala y Puebla, pero sí se castiga a trabajadores del campo reduciendo el precio de alimentos “de menor calidad”.
Además de enfermar el campo y las personas, en la cuenca se ha alterado el patrón de siembras y cosechas. De un periodo climático a otro ha incrementado en 1°C la temperatura máxima promedio y está lloviendo menos días en mayo, junio y octubre, alterando gravemente el periodo de siembra, canícula y cosecha. Para las comunidades, la pérdida de lo bonito, de lo bello de su congregar, charlar, trabajar la tierra, recoger acociles y múltiples plantas en el río, mirar a las infancias jugar en los cauces de los ríos y tierras limpias es lo más trágico de la destrucción del Atoyac-Zahuapan. Su lucha es por recuperar la tierra, el agua, la comunidad y lo bello de la cuenca, sus campos, sus tradiciones y el futuro de los que vienen. •