l 18 marzo de 1938, el presidente Lázaro Cárdenas se dirigió a la nación para dar a conocer el decreto de expropiación de la industria petrolera. Su mensaje fue rayo en cielo sereno. Solicitó al pueblo que apoyara la decisión. Convocó a los sectores corporativizados –campesino, obrero y magisterial– que se adhirieran a la causa, suceso icónico que significó ruptura e impregnó modernidad al ámbito político, económico y educativo.
El impulso educativo cardenista unió el alfabeto al mundo político, estrategia compatible con los planteamientos de la escuela rural mexicana, descrita por Rafael Ramírez Castañeda como moderna y de espíritu progresivo. Coincidió con las ideas de Moisés Sáenz, cimentadas en la necesidad de integración a la escolaridad tanto a los niños como a los adultos para el mejoramiento comunal. La sensibilidad de las necesidades colectivas sobrepasó las aulas y se resolvieron con el desarrollo de actividades extracurriculares como el arte, la cultura y las prácticas sociales, en tanto se contrarrestaban las tendencias individualistas. La escuela federal fue acceso al muralismo, a la organización cívica, política y al nuevo imaginario nacional con añoranza de utopía ejidal.
La escuela pública de la primera mitad del siglo XX dio frutos diversos. En su andar se entrecruzaron corrientes de pensamiento, desde el positivismo hasta el catolicismo. Por otro lado, transitó el ala jacobina y, así encontramos manifestaciones socialistas, liberales, anarquistas, racionalistas, entre otras. De los casi 40 mil maestros federales al cierre del cardenismo, David Raby considera que uno de cada ocho era militante comunista, y al menos cuatro eran simpatizantes. El gremio se identificaba con el espíritu izquierdista, probablemente por el hincapié de su labor ligada al desarrollo de la comunidad y resolución de los problemas campesinos, que los hacía perceptivos al socialismo.
El estudiante de estas instituciones rebasó los roles, las formas, las vestimentas; conservaba la identidad campirana, familiar y su historia, no obstante, como señala Enzo Traverso, el horizonte que imaginaba y creía fielmente construir con sus actos y palabra, era otro, vivía la utopía. A esta niñez inmersa en las revoluciones sociales, el profesor José Santos Valdés la llamó, niñez proletaria, delineada en su poema que construyó en esa época de sueños e ideales alrededor de la escolaridad:
Niñez proletaria / sin pan, sin cobija, / tú miras tu vida / por una rendija, / mientras los otros, / que tienen dinero / se asoman al mundo / por una ventana. / Niñez proletaria, / tuyo es el mañana / si estudias, primero, / y después combates, / con furia y ardor, / porque es el camino / que eleva al amor. / Niñez proletaria, / sin pan ni cobija, / haz de tu rendija / un gran agujero, / verás cómo pronto / tienes la ventana: / niñez proletaria, / tú eres el mañana.
La pedagogía activa apropiada en las escuelas rurales de todos niveles entró en comunión con conceptos adyacentes al marxismo. Campesinos, sindicatos obreros, autoridades civiles, escuelas rurales, ejidos, padres y ciudadanos sin filiación se dieron cita en apoyo a la expropiación petrolera. El páramo semidesértico del sureste zacatecano, se convirtió en escenario de los nuevos actores sociales que la Revolución apostó a construir, con orientación política afín a los vendavales federales y a la disciplina militante en la órbita del Partido Nacional Revolucionario y la Internacional Comunista. Banderas de México y lienzos rojos con la hoz y el martillo enriquecían la escenografía junto a coros que entonaban el himno al trabajo.
El pueblo abandonó el huarache, ahora, el overol y la bota lo distinguió. Emergió el magisterio rural, organizador ilustrado del campesinado –o al menos disputando el liderazgo–, ante la figura sacerdotal empoderada en las haciendas.
La escuela federal asumió de intersticio a amplio portal de reforma social, resquicio de huellas en la construcción de la simiente popular de la educación que merece ser conocida. Integró la voz de sus actores antes que silenciarla para olvidar. Representó punto intermedio entre la experiencia y horizonte de expectativa.
Camisas pardas, overoles, botas y sombreros destacaban en las manifestaciones campiranas. Todos cimentaron la alianza popular que poco a poco construyó la visión de ideales revolucionarios y educativos del nuevo régimen. Con la expropiación petrolera se sintió el auge del proyecto político y educativo que representó una historia a contrapelo. El aniversario va más allá de la nostalgia para recuperar la memoria. A 85 años de la gesta social y a 100 de la escuela rural mexicana, viene bien recuperar esas voces silenciadas en cada región e imaginar a la escuela pública y su incidencia ante los grandes problemas nacionales como proyecto cotidiano. Mejor que nombre de aniversario, vivámosle en la permanencia y no sólo en las lentas evocaciones conmemorativas.
* Doctor en historia y autor de La semilla en el surco: José Santos Valdés y la escuela rural mexicana (1922-1990)