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Un destino inolvidable
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ara conmemorar el centenario de la muerte de la actriz Sarah Bernhardt, la primera estrella internacional, llamada la Voz de Oro por Victor Hugo, la Divina por muchos, se realizarán en Francia múltiples actividades tan variadas como exposiciones de fotografías y retratos de la comediante hechos por reconocidos artistas, de su vestuario y objetos personales, de sus propias pinturas y esculturas, así como conferencias en torno a su persona y su obra, bailes de disfraces a la moda de la Belle Époque, cenas literarias y teatrales, visitas guiadas, un colectivo bautizado Sarah dans tous ses États, en el Théâtre de la Ville, publicaciones y documentales.

Fallecida en París el 26 de marzo de 1923 a sus 78 años, la muerte parece haber dado un nuevo soplo a su vida al acompañarla en su entrada a la eternidad. Una existencia legendaria que podía prescindir de los inventos posteriores debidos a su mitomanía, pues la realidad vivida por ella fue anticipada por Sarah día tras día, al mismo paso con que iba construyendo su personaje. Genio y figura hasta la sepultura, la de esta comediante fue ensalzada por los más célebres autores y artistas de su época; considerada Emperatriz del Teatro, celebrada como la primera actriz que llevó a cabo giras triunfales en los cinco continentes; Jean Cocteau creó para ella la expresión de monstruo sagrado.

Hija de una cortesana parisina de origen holandés, cierta inclinación a fabular de la comediante hace difícil saber quién fue su progenitor. Durante una infancia místico-católica, representa el papel de un ángel. A sus 15 años entra a la Comedia Francesa, época en que la policía la cuenta entre las 415 damas galantes sospechosas de prostitución clandestina.

Contratada por el Odéon, convierte este teatro en hospital para acoger a los soldados heridos durante el estado de sitio de París en 1870.

Sarah multiplica sus representaciones, incluso de personajes masculinos, como Hamlet, sus giras, sus éxitos y sus amantes. No sin ironía matizada de admiración, el escritor portugués Eça de Queiroz escribirá un delirante texto donde la diva ordena uncir estudiantes brasileños como caballos para su carroza. Los elogios ditirámbicos no faltan. Pero no satisfecha con su éxito teatral, Bernhardt pinta y esculpe con éxito. Escribe y, después de 120 espectáculos, se vuelve actriz de cine. En Nueva York conoce a Edison y registra en un cilindro una lectura de Fedra. Amistad con Oscar Wilde, apoyo de Zola durante el affaire Dreyfus, sostén de Louise Michel y posición contra la pena de muerte.

Para festejar sus 50 años, organiza la Jornada Sarah Bernhardt a la gloria de la artista, con un banquete al cual le tout-Paris se precipita. Sarah comprende la importancia de los anuncios publicitarios, pone en escena cada minuto de su vida y no duda en asociar su nombre con la promoción de productos de consumo. En 1915, a sus 70 años, Sarah es amputada de la pierna derecha. Lo cual no le impide seguir actuando... ahora sentada en una silla. Sarah Bernhardt muere durante la filmación de una película de Sacha Guitry.

Podría afirmarse que Sarah se ocupó de poner en escena cada minuto de su vida y construyó a su antojo el personaje escogido por ella. Cabría preguntarse quién se esconde tras las capas de espejismos que la envuelven bajo sus múltiples disfraces. Muchos comediantes se extravían, perdidos en sus personajes. Sarah logró sobrevivirles anticipándose a su propia muerte y a la de sus representaciones.

Cabe, entonces, preguntarse hasta dónde puede transformarse un actor al interpretar un personaje sin ponerse en peligros tan graves como la pérdida de identidad. Acaso, para protegerse de estos riesgos letales, el actor o la actriz crea su propio personaje, esa imagen iluminada por los reflectores que presentan al público y terminan por representar para ellos mismos y con ellos mismos, olvidados de quién fueron, de quién dejaron de ser.