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¿La fiesta en paz?

La Maya, una mujer con alas // Otras valiosas opiniones de Antonio Rivera

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▲ En 2026, la fiesta de los toros cumpliría 500 años en nuestro país.Foto Afp
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propósito de mujeres con alas para volar alto, me encuentro la ficha biográfica de Margarita Montes Plata, apodada La Maya, nacida en 1903 en el rancho Los Chilillos, en las inmediaciones del puerto de Mazatlán, que entre otras cosas fue engordadora de puercos, cácara u operadora de proyector en un cine ambulante, mecánica y corredora en bicicleta, pitcher de beisbol y cuarto bate, torera profesional que llegó a alternar incluso con María Cobián La Serranita y, por si faltara, campeona regional de boxeo, que supo noquear a no pocos retadores varones. En 1928, La Maya contrajo matrimonio con José Valdez, estibador de oficio, quien además de su temerario amor debe haber tenido la sangre muy fría. Pero al final de cuentas el problema no estriba en la diferencia de sexos sino en la afinidad de sesos, de entendederas con la suficiente madurez para saber convivir, sin agobios, consigo mismo y con los demás.

¿Qué ha pasado, por ejemplo, con las mujeres toreras de México en la actualidad? La que no convalece de grave cornada colgó el traje de luces y se dedicó a actividades más femeninas, no por falta de valor y de personalidad sino por el machismo sordo de un empresariado y unos gremios poco dispuestos a ver en ellas posibles imanes de taquilla o, con el fogueo suficiente, figuras del toreo en potencia. ¿Cómo es que pocos han sabido valorar la excepcional tauromaquia de Hilda Tenorio, hoy haciendo campo en España con el propósito de reaparecer por allá, o de la extraordinaria novillera Elizabeth Moreno o de la matadora Lupita López? Increíble pero tristemente cierto.

“Después de Valente Arellano y poco después El Glison, ¿qué otro torero con arrastre ha surgido?”, me decía en sabrosa entrevista don Antonio Rivera, coordinador y coautor del revelador libro La Fiesta no manifiesta, esa desconocida, arraigada e invencible tauromaquia de la península de Yucatán. Es el resultado, continuaba, “de haber relegado a los toreros que no sean clásicos, finos o académicos, y este confundido clasismo subestima también al neoaficionado y al villamelón. Esta otra omisión de los taurinos me parece que es reflejo de un desconcierto por su claudicación ante la bravura del toro, por un lado, y ante la concertada agresión de grupos antitaurinos en diversos frentes de batalla, por el otro. Frente a los que militan en el buenismo, ha habido una generalizada indiferencia de gremios y aficionados, una falta de cabildeo con funcionarios, partidos políticos, medios, universidades e intelectuales, esos ‘villamelones de la cultura’, como los clasificara Gabriel Zaid.

Urge abrir foros, añadía Antonio Rivera, incansable investigador de la fiesta en la península de Yucatán, celebrar encuentros, asambleas de aficionados y de taurinos honestos capaces de defender con argumentos sólidos los lugares comunes y las frases hechas de animalistas y antitaurinos tan radicales como superficiales. En México cada año 10 millones de espectadores asisten a las plazas de toros. Eso no se dice porque no se sabe, ni que en 2026 la fiesta de los toros cumplirá 500 años de celebración ininterrumpida en el territorio nacional. El animalismo es otra forma de antihumanismo, concluía este apasionado yucatanense.

Milagro en Arroyo. En la segunda novillada en la plaza de Arroyo dos jóvenes toreros confirmaron la inagotable vocación torera y ganadera de bravo de México: la hondura y el temple del mexiquense Emiliano Osornio, y la magia enloquecida y enloquecedora del hidrocálido César Ruiz.