espués de la restauración de la República a mitad del siglo XIX, México vivía aires de modernidad, trayendo consigo posibilidades para la cimentación de un proyecto de nación basado en los principios constitucionales. Siendo la educación nacional parte de los debates de la propuesta nacional, muchas de estas publicaciones se centraron en la crítica de modelo lancasterista (Lancaster y Bell) traído durante el imperio de Agustín de Iturbide, evolucionando en el modelo dominante por sus bajos costos y su propuesta de cobertura.
Siendo uno de estos grandes modernizadores
educativos Enrique Rébsamen, pedagogo suizo llegado a México para cumplir el encargo de la educación de un comerciante en la ciudad de León, Guanajuato, tiempo después se movió a la Ciudad de México, donde conoció a Porfirio Díaz, quien se interesa por su trabajo, por lo que es encomendado a la ciudad de Xalapa y funda en 1886 la Escuela Normal. Al ser Luis Murillo parte de la primera generación, posteriormente se transformó en discípulo cercano a Rébsamen y en un académico investido de enorme prestigio profesional.
Luis Murillo, nacido en 1872 en Teziutlán, Puebla, ingresó a los 14 años para formarse en profesor de instrucción primaria. De acuerdo con el primer plan de estudios de la escuela normal (1887-1889), Murillo tuvo contacto con diversas asignaturas, entre ellas las ciencias naturales, de las cuales aprendió nociones de química, geología, mineralogía y botánica con aplicación a la vida agrícola e industrial. También interactuó con la física y la zoología. Esto dotaba a los jóvenes normalistas de complementos a los contenidos pedagógicos para la formación de docentes mejor capacitados.
Su pasión por la naturaleza lo llevó a colaborar de 1904 a 1911 con el botánico estadunidense Charles J. Chamberlain, procedente de la Universidad de Chicago; ambos estudiaron una especie llamada las cicadáceas ( Dioon edule), encontrada en Chavarillo, Veracruz, conocida por los lugareños como tiotamal, quiotamal o chamal
. Luis Murillo vinculó su vocación como maestro con su inclinación por el conocimiento sobre la naturaleza. Para él, los niños en las escuelas debían aprender acerca del medio natural que los rodeaba, es por ello que edita Atlas botánico, uno de sus libros más conocidos.
Dicho Atlas botánico, pensado para educación básica, específicamente para segundo de primaria, el texto no es muy extenso, ya que cuenta con 17 páginas que incluyen 132 plantas catalogadas por el propio Murillo en fanerógamas y criptógamas. Las primeras tienen la mayor cantidad de lecciones, son 14, y en cada una se describen temas sobre las raíces, los tallos, las hojas, las flores, la inflorescencia y los frutos; la segunda sección es menor, consta únicamente de tres apartados.
Un elemento que sobresale del libro son sus ilustraciones, hechas con lujo de detalle por parte de Murillo y otras dos por parte de un autor de apellido Gálvez. Cada ilustración hecha a mano muestra un interés pedagógico por explicar las partes y el funcionamiento de cada uno de los elementos de la planta, y crea una armonía que se vuelve pedagógicamente funcional, y genera en los alumnos un interés por las ciencias naturales. Murillo, ocupado por la formación docente, impregnó en un libro de texto su fascinación por el reino Plantae.
Se puede notar la preocupación de Luis Murillo por crear una obra que sirviera a la labor docente dentro del aula. Elaboró un texto llamativo que acompañaba a la información sin romper con la narrativa, la complementaban. Así, los alumnos podían tener ese contacto visual con los objetos de los cuales se habla en el libro o quizá en sus clases; si por alguna razón salían de excursión escolar, lograban identificar las plantas que venían en su libro de texto. Luis Murillo supo interiorizar la responsabilidad docente, sabía que la superación de los profesores era el camino para mejorar la educación.
* Maestro