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Aprender a morir

Dos percepciones agudas

S

obre la columna Rehusar hospitales (16/1/23), un lector comparte: En cuanto te internan en un hospital proceden a lo básico: quitarte la ropa y dejarte en cueros. Bueno, con una ínfima telita encima como un símbolo que parece subrayar tu indefensión, una batita equivalente a nada. Si lo sabré yo, que me han operado 11 veces. Por eso, según algunos, lo primero que se pierde al ser internado, es la dignidad. Otros sostienen que lo primero que pierde uno en una cama de hospital es el pudor, pues la dignidad es algo mucho más personal e intocable. Otros, que es el dinero, los ahorros. Otros, que más que empezar a recuperar la salud, es empezar a autoengañarse... Bueno, hay muchas opiniones.

Otro lector afirma: Glifosatos, pesticidas, transgénicos, fluoruro en agua y cremas dentales, aluminio en las vacunas de los niños y patógenos de muerte lenta y programada en las vacunas anticovid, gluten y grasas en botanas chatarra, hormonas en la carne, mil porquerías en las medicinas, abundante azúcar en los refrescos, agua desmineralizada en botellitas de plástico, fumigación de los cielos con aviones a chorro, esterilización continua en mujeres y reducción del esperma en hombres, venenos en cuanto comemos, tomamos y respiramos, en una campaña permanente de debilitamiento y condicionamiento de la especie humana. Agrégale la basura mediática impresa, cine, radio y televisión, metiéndonos miedo a la contaminación, a la guerra nuclear, a la plandemia en curso y plandemias por venir, al quesque calentamiento global, música estridente con letras soeces, métodos educativos que fabrican sujetos sumisos y obedientes, sistemas políticos corruptos y, para cerrar este circo, un sistema bancario que obliga a millones de habitantes en este secuestrado planeta a que paguemos intereses sobre una deuda inverosímil que se creó de la nada por un puñado de capos de un cártel criminal que nos hace bailar al son que nos toquen, a unos pasos de la implementación del dinero digital que nos dosificarán a su antojo. En fin, nada de lo que entrega este sistema nos favorece y, sin embargo, lo sostenemos y caminamos dormidos (y hasta contentos) como ovejas deslumbradas con baratijas hacia un callejón sin salida que nos privará de las pocas y elementales libertades que van quedando.