De los primeros pasos
os primeros pasos eran, tal vez, dar a conocer las milpas, en su composición histórica y geográfica, biológica y botánica, edafológica e hídrica, nutricional y cultural, porque sólo quienes han convivido con algunas de ellas a través del territorio nacional, habiéndolas convertido en terrenos de juegos, luego trabajado, e incluso mejorado, pueden comprender nuestra insistencia, en estas machaconas columnas, y habrían logrado conformar un movimiento atendible, aglutinante y comprometido que contrarrestara la triste impresión de vagar por un desierto de sobrentendidos equívocos e inmovilizadores…
Hace tres años, instintiva, pero conscientemente, concursamos dentro del proyecto Chapultepec con uno que superponía la milpa al maíz como tema central del museo, dado que el maíz es sólo una parte, emblemática por cierto, pero insuficiente, para sustituir al todo del que forma parte: el invento prodigioso de un policultivo en concreto que dio vida a millones de humanos y animales a lo largo de milenios… Hasta que vinieron los pueblos de los trigos, con su tecnología expansionista y depredadora forjada dentro de las culturas de los monocultivos que impusieron sobre las milpas, tal como hicieron en Asia y África, empobreciendo los suelos y la alimentación de los pueblos hasta la catástrofe planetaria que vivimos ahora.
Desgraciada, aunque previsiblemente, el director del proyecto Chapultepec y sus consejeros minimizaron la importancia de exhibir en el bosque más antiguo de nuestras culturas el milagro humano de las milpas de, al menos –yo proponía–, ocho regiones de México, con su correspondiente ilustración cultural –códices y esculturas– dentro del museo que terminaron llamando del maíz
. Dicha propuesta incluía una rotonda con puestos de comidas de las milpas donde finalmente se privilegió el paseo, cosa natural como resultado de la ignorancia urbana de lo que son las milpas, sin descartar ese pequeño desprecio que se usa en las zonas urbanas contra lo que aporta el campo vivo (porque el campo histórico sí tiene su monumento mayor enfrente, del otro lado de Chapultepec).
Pero, dado que eso ya no tiene remedio y constatando que el Presidente de la República no ve todavía la importancia de abrir todas las puertas a la recuperación de las milpas y se contentan en la capital con llamar así a sembradíos para la exportación practicados en chinampas (cuyo nombre, dicho sea de paso, no se acaba de explicar y, por ende, ni de comprender correctamente), la tarea de concientizar tiene que dar sus primeros pasos (¡y pensar que perdimos cuatro años!), pero ahora, con prisa y fuerza, sin pausa ni miramientos, reuniendo a la mayor cantidad de personas de buena fe y pensantes para inclinar la balanza hacia nuestras metas de conservación de la naturaleza, rehabilitación del orgullo cultural y de saberes ancestrales, resurgimiento de la confianza de clase en cada campesino y campesina, de su organización y toma de un poder que les viene de suyo, pues sus ancestros fueron los creadores; nosotros, los urbanos, no tenemos nada más qué hacer sino aportar las novedades tecnológicas que sirvan a su desarrollo productivo, pero no al desplazamiento de los conocimientos y prácticas que tardaron milenios en formularse, practicarse y fortalecerse gracias a sus propios resultados.
Porque los saberes no se sustituyen, sino que se entrelazan cuando están manejados por seres socialmente éticos y generosos. Si gracias a ello la humanidad pobló el planeta, ¿qué nos impide entrar en la misma lógica, al tiempo que damos una patada a la sobrevaloración de una modernidad que nos tiene empantanados moralmente, físicamente enfermos y emocionalmente derrotados?
Trabajemos con los campesinos tradicionales, haciendo gala de una modestia que no tenemos; aprendamos de ellos lo que es producir vida y serenarse, y mientras ellos refuerzan su clase con convicción y fuerza, para ayudarnos a pasar este periodo de derrotas, démosles nosotros a sus hijos otras valiosas herramientas que no nieguen su propio valor en la historia. Hagamos pueblo, revolución de las conciencias y paz. Es tiempo de luchas; de otro modo es suicidio colectivo, imperceptible en el día a día, pero seguro.