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El libro maldito
E

l 11 de enero de 1962, el circo montañoso que rodea Monterrey se mantenía nevado y con una temperatura inferior a cero. Pero como dios es redondo, dice Juan Villoro, una multitud de niños acudió al lecho del río Santa Catarina a recibir un balón: lo ofrecía de obsequio Chava Reyes, el mejor futbolista de la temporada 1961-62, a quien el diario El Norte entregó el trofeo La Página de Plata.

El mismo diario publicaba dos se­manas después: “La reforma educativa alarma a padres de familia…con lo que parece la comunización gradual de la niñez de Nuevo León”. El gobierno federal también había anunciado una reforma laboral: prohibición de trabajar los menores de 14 años, fijación de salarios mínimos y salarios mínimos profesionales, participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas y reinstalación de quienes hubieran sido despedidos injustamente. El anuncio escoció a los empresarios de la ciudad.

Por esas fechas, El Norte criticaba la presencia del periodista José Alvarado, apenas nombrado rector de la universidad pública: Seguramente causará la natural inquietud de esta ciudad de orden, de disciplina y de trabajo patrióticos.

Una semana después, sobre la ciudad cayeron volantes arrojados desde un avión; numerosas camionetas surcaron sus calles con altavoces; se hicieron visitas domiciliarias, y telefonemas llamando a manifestarse en la Alameda Mariano Escobedo para protestar contra el libro de texto gratuito –cuenta Jesús Ávila, historiador riguroso que hizo la crónica sobre la movilización de un sector social, bajo el control de los empresarios locales, con ese propósito (¡En manos libres, siempre libros! La rebelión contra el libro de texto gratuito. 1962, Actas, Universidad Autónoma de Nuevo Léon).

“No se deje engañar por los comunistas… aunque le digan lo contrario no importando las condiciones del clima, aunque llueva”, rezaba el desplegado llamando a la protesta por el anatematizado libro y la reforma educativa de tendencias claramente comunizantes. Con un clima emparentado con la guerra fría, las familias, sus niños, los dueños y directivos de la industria y el comercio –habían cerrado sus puertas ese día y dieron permiso a sus empleados para que pudieran asistir al acto– se lanzaban contra la unidad nacional en la que sustentaba el gobierno uno de los argumentos de su iniciativa. El PAN solía abanderar esa unidad; eso estaba bien. Pero ahora era bandera del Revolucionario Institucional. Eso era pésimo.

Cualquier excusa, como ahora, era buena para hacer la crítica de un gobernante en la Presidencia cuyo perfil no le resultaba satisfactorio a la élite empresarial de Monterrey.

Los conspicuos integrantes de esa élite y su organización operativa, la Unión Neoleonesa de Padres de Familia –filial de la nacional–, el Partido Acción Nacional y algunas organizaciones católicas que demonizaban la educación pública no se ocuparon de hacer una propuesta educativa de carácter ciudadano. Sus demandas históricas son la libertad de educación y la impartición de valores en la escuela. ¿En sus escuelas privadas prevalece esa libertad y en ellas enseñan valores como la solidaridad, la igualdad, la justicia, la inclusión, la democracia y sus contrapartes? Tampoco lo hacen ahora quienes claman contra ese libro editado por la Secretaría de Educación Pública a causa de incluir El capital, de Karl Marx, y el ¿Qué hacer? , de Lenin, entre otras lecturas recomendadas. Y vuelven a sacar el viejo fantasma del socialismo comunizante. Sólo muestran su imaginación nonata y una intolerancia amurallada.

Lázaro Cárdenas había sido tachado de comunista y socializante; igual trato recibieron López Mateos y después Luis Echeverría. En 1962, Jaime Torres Bodet, escritor y secretario de Educación Pública, y el novelista Martín Luis Guzmán, presidente de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, no escaparon al sambenito.

Gracias al socialismo cardenista y a Pemex, los industriales fueron los beneficiarios de la riqueza petrolera. Principalmente, los de Monterrey. En el extremo opuesto, grandes masas de la población permanecían, un cuarto de siglo después, en la pobreza y el analfabetismo. Con el Plan de 11 años , el gobierno de López Mateos logró un incremento sustancial en la matrícula educativa. El gobierno estatal de Eduardo Livas Villarreal pudo elevarla al doble.

El socialismo presupone el monopolio de los medios de producción por el Estado y el comunismo –sin inaugurar– supone la desaparición del Estado. Los anticomunistas gratuitos sorprenden a los desinformados con la ignorancia como material de autoayuda.

La señora Dolores García Téllez de Landa, entonces dirigente de la Unión Nacional de Padres de Familia, guardó silencio durante muy largo tiempo acerca de su participación en la protesta contra el libro maldito: “Me eligieron para que pronunciara el discurso principal frente al palacio de gobierno; yo no quería, pues estaba embarazada… y pagué muy caro mis 15 minutos de fama. Me sentí utilizada, manipulada, al saber eso. Es una verdad terrible y la he callado durante 30 años”.

Ayer y hoy, niños y adultos perversamente manipulados. Same old story, same old song.