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De nuevo, los fantasmas
H

ace poco más de 10 años que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe y su entonces secretaria ejecutiva, Alicia Bárcenas, convocaron a la región a la hora de la igualdad. Con tal proclama, los estudiosos de la Comisión pensaban en senderos viables y racionales para la acción política y, más allá de la coyuntura, en renovadas configuraciones de los estados, cuyas poblaciones todavía celebraban el arribo o la recuperación de la democracia.

Así, frente a una desigualdad económica y social inicua, se buscaban enfilar los descontentos por la ruta del diálogo y la acción colectiva, actualizando los hallazgos de los estudiosos que habían hecho época en el pensamiento latinoamericano a cuya vanguardia habían estado Raúl Prebisch y sus compañeros de la fantasía organizada, como la bautizara el gran pensador brasileño Celso Furtado.

Por primera vez en mucho tiempo, el subcontinente se hermanaba con prácticamente todo el resto del mundo, donde los sindicatos, algunos partidos socialistas y de la social democracia, y muchos jóvenes, descubrían a la desigualdad como la fuente de agudos descontentos, enfilando sus baterías contra una globalización sin ojos para hacerse cargo de esa herida, cuya superación era puesta siempre en un horizonte evanescente.

En México teníamos ya muchos años mejorando nuestros conocimientos sobre las desigualdades y sus múltiples derivadas. Desde fines del siglo XX la democratización del Estado marcaba la pauta del debate político, pero en el subsuelo estaban unas realidades sociales inamovibles frente a la flamante democracia que se estrenaba, así como también frente a las promesas del cambio estructural globalizador que abría el nuevo milenio con una recesión más profunda y larga que la del vecino y socio del norte.

Luego los años duros de la gran recesión de 2008-2009, que ahora podemos decirlo, fueron sobre todo una suerte de primera llamada para la pandemia de 2020 y su obligado correlato: una paralización económica de grandes proporciones que sumió a muchas sociedades en una grave crisis de desempleo y colapso productivo.

Más allá o más acá de esas dimensiones, buena parte del mundo, y nosotros con él, topamos con debilidades y fallas institucionales que, sin ambages, apuntaban directamente a una incapacidad mayúscula en materia de atención y cuidado de la salud de toda la población.

No salimos bien parados de esa magna prueba civilizatoria cargada de mensajes apocalípticos, ampliados por la constatación científica de que el mundo ya vive en los bordes de una enorme calamidad que suele denominarse cambio climático; por el contrario, se prefieren desechar los conocimientos generados, se maltrata a figuras emblemáticas que han abierto brecha a la conciencia medioambiental, como al doctor Sarukhán, o se eluden evidencias del no funcionamiento económico.

Pero, más allá de negaciones y dichos, lo cierto es que, de acuerdo con los datos recientes sobre la pobreza y sus diferentes categorías presentadas por el secretario ejecutivo del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, quien dio a conocer el informe de política social 2022, cifras (que) fueron levantadas entre agosto y noviembre de 2020, (y) a finales de junio tendremos los datos de 2022, y en agosto tendremos la información, como le dijo a Azucena Uresti y agregó: Tenemos 43 por ciento de personas en situación de pobreza, muchos factores, entre ellos la pandemia, ocasionaron el aumento (y) hubo un incremento de 3.8 millones de mexicanos en situación de pobreza (https://twitter.com/azucenau/status/1626382556349472770). El hecho duro es que sigue sin tomarse en serio la deuda que la sociedad –y desde luego el Estado– mantiene con los mexicanos pobres y vulnerables y que, nos guste o no, parece ir en aumento como consecuencia de las veleidades globales, el demoledor impacto de la pandemia, pero también de una conducción económica infortunada, presa de creencias e imaginerías elementales y articulada por la fe en el equilibrio presupuestal y una batalla anticorrupción que no parece tener fin ni resultado alguno.