Desde 1972, el informe sobre los límites del crecimiento alertaba de la catástrofe que seguiría a la humanidad si continuaba con los mismos patrones de producción y explotación. La tesis principal era que el propio planeta pondría límites al crecimiento, a través de los recursos naturales no renovables, la tierra cultivable disponible o la capacidad del sistema para absorber la polución producto de la actividad humana. A partir de entonces, el concepto de sustentabilidad se convirtió en un término recurrente en las agendas política y académica. Y es que ¿quién puede cuestionar la importancia de cuidar y conservar los recursos naturales que dan sustento a la vida?
Sin embargo, el hecho de que se haya convertido en un término plenamente difundido y aceptado lo ha convertido también en un término retórico, hoy usamos la palabra sustentable para casi cualquier cosa, desde el cuidado ambiental hasta la industria cosmética, pasando por el turismo sustentable: hoteles, gastronomía, destinos turísticos sustentables, los cuales en realidad no tienen logros claros ni cuantificables en el desarrollo de los países, la mejora al bienestar de la población o la preservación de los ecosistemas.
En el estudio del turismo, uno de los aspectos más debatidos es el de la degradación ambiental, su análisis implica cuestionarnos sobre los beneficios y la operatividad dentro de un modelo de desarrollo neoliberal que plantea la búsqueda de un crecimiento sostenido, pero dentro de un planeta con recursos naturales finitos. Así, la pandemia de Covid19 no significó sólo una crisis de salud, supone también una reestructuración del orden económico y social del que por supuesto el turismo formará parte. La postpandemia promueve con más fuerza la reconfiguración de los ámbitos rurales a través de la instrumentación de proyectos turísticos como alternativas de desarrollo que pueden ayudar a contrarrestar los efectos negativos de la globalización al vincular la conservación de los ecosistemas, la promoción del bienestar humano, la equidad intergeneracional y la participación comunitaria en la toma de decisiones con el Estado como su principal promotor.
El turismo rural se presenta como una alternativa para aquellos que a raíz de la pandemia revalorizaron los espacios naturales, lejos de las masas, y que ahora buscan experiencias “únicas” al entrar en armonía con la naturaleza, en una especie de idilio en el que volver a las raíces supone la solución a la deficiente gestión económica y ambiental de siglos.
Hablar de turismo rural implica una serie de problemáticas y contradicciones conceptuales y prácticas asociadas a las características ambientales, económicas y culturales de la región que se analice. En la Unión Europea, por ejemplo, aún con los diferentes resultados entre regiones, el desarrollo del turismo rural fue instrumentado de manera general con políticas gubernamentales y la creación de fondos de carácter financiero como un intento por frenar la migración hacia áreas urbanas, reactivar la economía de las zonas rurales y con productos turísticos centrados en el turista doméstico.
En México, el turismo rural se ha impulsado más bien bajo una lógica empresarial, como una oferta turística complementaria alimentada por el discurso gubernamental, pero con pocos apoyos financieros y logísticos, muchos de los cuales incluso han sido eliminados por el actual gobierno al ser instrumentados a través de fideicomisos. A este problema debemos añadir la falta de un sistema de información nacional que permita conocer los resultados de programas de ordenamiento territorial y ecológico, tendencias del turismo rural y la apropiación de espacios naturales o el perfil del visitante. Como es común en nuestro país, no hay cifras que den sustento a los proyectos, solo es posible encontrar largas listas con definiciones y discursos sobre las bondades que el turismo rural puede traer a la economía de las comunidades, como si los procesos comunitarios y de apropiación de la tierra sucedieran por añadidura. Pareciera ser que si decidimos realizar turismo rural, por arte de magia nuestra visita se traducirá en una adecuada alfabetización de las comunidades, una mejora de su calidad de vida, la revaloración de su cultura, ritos y tradiciones o en un pleno convencimiento de que los árboles valen mucho más vivos que talados.
Es necesario tener políticas públicas transversales que contemplen esta complejidad. Los retos del turismo rural van más allá de los operativos: atracción de demanda, uso intensivo de TIC´s para su difusión, gestión eficiente de los recursos, diversificación de productos y experiencias, o combatir la estacionalidad. Hablamos del debilitamiento de la lógica colectiva, de la amenaza a la forma de vida de las comunidades y los ecosistemas, la sola búsqueda por aumentar la llegada de turistas a espacios rurales en nombre de la sustentabilidad constituye un grave riesgo para la sustentabilidad misma, para la preservación de comunidades o espacios naturales, y desvanece la posibilidad de una contribución real en la calidad de vida de quienes allí habitan. •