Los años noventa se caracterizaron por un contexto de desregulación y racionalización propios de la impronta global en la que México se integró hacia un nuevo destino de la mundialización. En dicha realidad, el turismo que desde los años 50’s jugó un significativo papel en la generación de divisas, entró también a la nueva perspectiva, planteando un escenario que diversificó el producto turístico del país.
La globalización se caracterizó por el concepto de la racionalización como raíz del clásico significado de sustentabilidad originado en el informe Meadows en 1972, recontextualizado y ampliado por Gro Brundtland en 1987 al replantear una mayor exigencia sobre el cuidado, la racionalización y la preservación de los recursos naturales.
El ascenso de la sustentabilidad se adoptó e insertó en el flujo continuo de la dinámica social humana, originando una moda en la que todos los procesos productivos debían ser sustentables y “verdes”. La integración del turismo a este contexto implicó adecuarse a las exigencias y, siguiendo a la Organización Mundial del Turismo, promovió estrategias para una relación más armoniosa entre anfitrión, naturaleza y turista, principalmente en el ámbito rural del país.
En términos de practicidad, el turismo rural es un espectro cuya mezcla plantea actividades que promueven la participación en cualquier esfera de la vida natural, en la cual, sin restricción alguna se desarrollan una gran combinación de acciones de tipo recreacional, cultural, étnico, histórico, gastronómico, ecológico, y medioambiental; todos dentro del contexto de sustentabilidad agroturística integral. En esta línea, se puede establecer que no existe una definición del turismo rural, y que, en un intento pragmático, al integrar las actividades turísticas en el ámbito del agro, es posible decir que el turismo rural, es complejo, heterogéneo y plural.
Las investigaciones explican que el concepto tiene su raíz en la necesidad manifestada por los agricultores europeos de encontrar complementos a sus ingresos agrarios. En México, el tema encontró su identidad en el programa de turismo planificado que desarrolló el turismo masivo en los cinco centros turísticos integralmente planeados en la década de los 70’s. El concepto de turismo rural tuvo voz por primera vez con la construcción de los primeros hoteles ejidales en el estado de Nayarit; el caso de Bucerías, por ejemplo, y el intento del gobierno en los fallidos fideicomisos que buscaban integrar tierras ejidales y comunales a la actividad turística.
Con la globalización, el turismo mexicano es un producto que depende no solamente de los flujos de turistas, sino también de los fenómenos de tipo natural, económico, social, y de salud en el sentido de que en el mundo los espacios cerrados ya no existen, y que la pertenencia global fluye y permea cualquier acontecimiento desde cualquier rincón del planeta, debido a que no existen eventos exclusivos del espacio donde acontecen.
La tesis se sustenta hoy con el brote del Síndrome Respiratorio Severo Coronavirus2, conocido como Covid-19, que en solo tres meses provocó una gran metástasis global, comprometiendo la vida económica y cotidiana de las sociedades en el mundo. El miedo y pánico al contagio como elementos fundamentales colisionaron el papel funcional del turismo por su dependencia en la movilidad, y la relación interpersonal que caracteriza dicha actividad.
Experimentar la pandemia desgranó situaciones que mostraron la gran debilidad y la dependencia del turismo con la movilidad humana. El congelamiento del dinamismo humano durante la pandemia produjo la interrupción operativa de los grandes centros turísticos, y ante la desesperación de las personas por salir, la alternativa condujo a la promoción del turismo de pueblos cercanos o rurales y de naturaleza, ya que dichos destinos son de alguna manera de bajo riesgo debido a sus grandes espacios propicios para el distanciamiento.
Desde su concepción los destinos rurales y naturales experimentan una tendencia creciente de visitantes, normalmente nacionales, que buscan experiencias de paz y tranquilidad, consumiendo a la vez alimentos frescos elaborados por manos artesanas, y por supuesto por ser destinos seguros para la familia.
En una etapa pospandémica, las comunidades rurales deberán entrar en el proceso de resiliencia operativa, basados en sus capacidades de absorción, e incluso derivar en la innovación para resolver los desafíos subyacentes en las propias comunidades basados en sus culturas y tradiciones originales, como recursos para ensamblar el crecimiento económico y el desarrollo de las entidades o pueblos. En esta combinación es importante privilegiar el encadenamiento del turismo con el emprendimiento social y el desarrollo de los pueblos. •