Si te encuentras inmerso en el mundo del turismo alternativo, rural, comunitario, etc., seguramente has escuchado frases como: “el turismo genera desarrollo y crecimiento económico en las comunidades”, “dependemos del turismo para generar economía”, “hay que explotar lo que tenemos para el turismo”, “si no llega el turismo, no tendríamos trabajo” entre muchas otras. Estos argumentos expuestos por gobiernos, empresas e incluso por personas de las mismas comunidades, en muchos casos, han generado acciones que desequilibran la evolución natural y expresión de las manifestaciones culturales, así como de la vida comunitaria.
La nueva realidad?
Con la llegada de la pandemia nos dimos cuenta, “a la mala desafortunadamente”, que el dinero no se puede comer, que la vida es más que una simple rutina que genera crecimiento económico. En las comunidades rurales cercanas de alguna ciudad pensamos, al inicio de la pandemia, que la enfermedad no llegaría y no afectaría, pero desafortunadamente lo hizo: atestiguamos los despidos de empleados, el cierre de negocios locales, el retorno de personas de la ciudad hacia la comunidad por no poder trabajar… en el mejor de los casos, si bien te fue, podías trabajar desde casa; incluso los que afortunadamente no perdieron su empleo y conservaron su sueldo (trabajadores de gobierno en su mayoría) experimentaron estrés y caos al tratar de adaptar su vida y trabajo al confinamiento.
¿Y qué pasó cuando ese encierro se convirtió en semanas, meses y años? ¿qué pasó en lugares donde el dinero mueve tu vida, te alimenta, te viste y, sientes que te hace feliz?… Buena parte de la sociedad sufrimos crisis, no solo económica sino civilizatoria: aumento de violencia familiar, divorcios, suicidios. Muchos nos preguntamos ¿quién soy? y ¿de dónde vengo?, ¿quiénes fueron mis abuelos y como vivían?, ¿de donde proviene lo que consumo?
La rutina en la que estábamos tan cómodos se rompió; rutina parecida a algo así: despierto, me baño, desayuno, trabajo ocho horas, regreso a casa, más trabajo, ceno, duermo; al otro día lo mismo, quizás agregando algunas horas de ejercicio y convivencia… Esa rutina se fracturó, y con ello, surgió la nueva normalidad y la necesidad de conectarse con la naturaleza, visitar espacios abiertos en busca de un cambio en el ritmo de vida.
Ahora, enfocando los párrafos anteriores al fenómeno turístico, ¿qué paso? Destinos como los Pueblos Mágicos donde gran parte de los habitantes dependen de la afluencia turística, atravesaron una fuerte crisis económica; negocios como tour operadoras, hoteles y restaurantes se enfrentaron a una nueva normalidad. Afortunadamente, en nuestras comunidades rurales e indígenas no nos es posible tener una rutina estandarizada o dedicarnos a una sola cosa, la pluriactiviad de nuestros pueblos fue lo que nos permitió salir adelante en esta pandemia, incluso sin turismo.
Nosotros en nuestros pueblos, en esos lugares donde abunda la naturaleza, nuestra normalidad por miles de años ha sido ser uno mismo con la naturaleza, trabajar la tierra, estar siempre unidos con la familia pase lo que pase, poder caminar en el inmenso monte. Nuestra normalidad es que no hay normalidad, porque no siempre hacemos lo mismo, si Dios y la Madre nos lo permiten, despertar temprano, desayunar en familia y trabajar la tierra nunca es igual porque dependemos del temporal para cada actividad, sea atender a los animales, limpiar nuez, sembrar o ir por hongos, y claro que es indispensable tener otros oficios para ayudar a la casa (algún negocio familiar, la música, carpintería, venta de algunos productos, plomería, recolección de productos en el bosque, venta de comida, etc.). Haya o no pandemia no podemos descuidar el campo, porque si bien en el 2020 y 21 no había dinero, sí había alimento para nuestras familias, había tierra que cuidar, que nos hace realmente felices, que nos integra familiarmente y nos distrae de las distintas crisis a las que estamos expuestos. Cuando termine esta pandemia seguiremos cuidando nuestra tierra, a nuestra familia, nuestra agua, seguiremos sembrando y agradeciendo la milpa y seguiremos con nuestros oficios. Continuaremos haciendo eso que nos enseñaron nuestros ancestros hace más de 500 años y que ahora nos permite mantenernos y regenerarnos en medio de las crisis.
Entonces, en el turismo, ¿cómo afecta o beneficia la nueva normalidad? Esta nueva necesidad o moda por re-conectarse con la naturaleza o lo rural trae desafíos; en el colectivo comunitario Yoloaltepetl nos hacemos las siguientes preguntas: ¿acaso nuestra nueva normalidad será ver a cientos de personas venir a “conectarse” con la naturaleza? ¿en mi terreno?, ¿es ver 100 casas de campaña a dos metros de distancia cada una o un camión de 50 plazas con apenas 25 pasajeros por la sana distancia? ¿utilizar cubrebocas diario porque vienen los de afuera? ¿dejar de trabajar la tierra o con los animales para atender a turistas?
Creemos y defendemos que la pandemia, a pesar de todo el dolor que nos ocasionó, es una oportunidad para que el turismo genere conciencia no solo de visitar la naturaleza y los espacios rurales sino de valorarlos, de respetar a la Madre Tierra y a sus habitantes; no fomentar el viaje masivo y, en cambio, promover el turismo mediante grupos pequeños con los cuales, más que brindarles una atención, les ofrecemos convivir con todo lo que somos.
Buscamos no vivir del turismo y no ser dependientes de esa actividad, pero eso no quiere decir que no disfrutemos de visitas y viajeros deseosos de compartir con nosotros, y nosotros con ellos, nuestras distintas realidades, de aprender uno del otro en una relación de reciprocidad, de diálogos interculturales y de ocio creativo, continuar y compartir nuestro diario vivir, nuestro buen vivir. •