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Xolos generan temor, extrañeza y fascinación

Según la cosmovisión náhuatl, representaban la oscuridad, el inframundo y la muerte

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▲ Al tacto, la piel de Mezcal es casi tan suave como la humana y le encantan las caricias.Foto Ap
 
Periódico La Jornada
Jueves 9 de febrero de 2023, p. 6

Mezcal no es un perro cualquiera. Más allá de ese nombre que comparte con un destilado de agave, su insólita piel sin pelo preserva los genes de un ancestro sagrado.

Desde el patio de un recinto cultural en la Ciudad de México, un puñado de curiosos observa a este ejemplar de raza xoloitzcuintle a la distancia. Algunos se acercan titubeando, como si estirar la mano hasta su lomo supusiera un peligro insospechado.

Pueden tocarlo, dice sonriente su dueña, Nemiliz Gutiérrez. Le encantan las caricias.

Al tacto, la piel de Mezcal es casi tan suave como la tez humana. Tiene el color oscuro de una sombra. Orejas tiesas que apuntan al cielo. Dientes largos que rara vez muestra, pues un xolo no suele ladrar.

Nemiliz y su hermana Itzayani, quien también tiene un ejemplar, al que llama Pilón, integran el proyecto Xolostitlán, que promueve la crianza y adopción responsable de estos cachorros de origen prehispánico.

Somos privilegiados porque tenemos entre nosotros unas preciosas joyas de la historia que son patrimonio cultural vivo, explica Itzayani durante una conferencia reciente que organizó el Colegio de San Ildefonso para difundir el valor histórico y cultural de los antepasados de Mezcal y Pilón.

Gracias al estudio de códices y registros escritos tras la conquista (1521), los expertos han logrado establecer la relevancia de los xolos entre algunas civilizaciones de Mesoamérica.

Antes de la llegada de los españoles –y con ellos la evangelización–, el xoloitzcuintle fue un perro sagrado que según la cosmovisión náhuatl representaba al dios Xólotl, hermano gemelo de Quetzalcóatl. Y así, mientras este último personificaba la estrella de la mañana, la vida y la luz, el primero era efigie de la oscuridad, del inframundo y de la muerte.

En un artículo publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la historiadora Mercedes de la Garza explica que al ser una criatura capaz de moverse a través de las tinieblas, el xolo era el encargado de llevar el espíritu de su amo hasta el mundo de los fallecidos. Es decir, cuando un alma llegaba al río del inframundo, ésta encontraba a su perro y se montaba sobre su lomo para atravesarlo juntos.

La arqueología sustenta esta idea: en diversos enterramientos, los restos hallados no son sólo humanos, sino también caninos, por lo que se piensa que el xolo era sacrificado en los ritos funerarios para ser colocado junto a su amo.

Representante de los hombres ante los dioses

Que el amor hacia nuestros perros se nos meta hasta los huesos no es un impulso reciente. En tiempos remotos, la cercanía entre el hombre y el xoloitzcuintle fue tan profunda que éste llegó a servir como animal de sacrificio para remplazar al humano en los rituales que se ofrendaba a las deidades.

En aquellas ceremonias se mataba al perro extrayéndole el corazón y esto, según la experta de la UNAM, le diferenciaba de cualquier otra criatura de sacrificio y tenía un significado especial: Es el animal por excelencia del hombre y, por lo tanto, el que puede representarlo ante los dioses.

Si hoy tecleamos x-o-l-o en la barra de búsqueda de la Real Academia de la Lengua, el sitio nos devuelve monstruo, traducido desde el náhuatl. Parece un recordatorio de que el xolo arrastra sus anomalías hasta en el nombre, pero su singularidad no sólo ha despertado cierto temor o extrañeza, sino también fascinación.

Hace décadas, esta raza ya despertaba curiosidad entre las élites de México. Más de un xolo aparece en las pinturas de Frida Kahlo y en las fotografías que compartió con Diego Rivera. Varios fueron también los ejemplares atesorados en el Museo Dolores Olmedo, que hasta antes de su cierre por la pandemia eran objeto de visita junto con las diversas obras de arte exhibidas al sur de la capital mexicana.

En 2016, el xoloitzcuintle fue declarado patrimonio de la Ciudad de México y al poco tiempo recobró fama internacional tras aparecer en el filme animado Coco, donde un simpático perro llamado Dante acompaña al protagonista hasta la tierra de los muertos. Hoy, incluso, este cuadrúpedo tiene su propio equipo de futbol, los Xolos, con sede en Tijuana.

En el evento cultural de San Ildefonso, Mezcal y Pilón despiertan tanto interés como sus ancestros. Junto a Pulque y Paki, otros xolos que también llegaron al recinto para darse a conocer junto con sus amos, aceptan mimos y caricias, caminan bajo los reflectores y posan para las cámaras.

Según Itzayani Gutiérrez, del proyecto Xolostitlán, hasta hace poco se creía que los xolos estaban en peligro de extinción y sólo podían adquirirse en lugares apartados de México.

El poco acceso a estos animales elevó su costo e incrementó el interés hacia ellos. De acuerdo con Nemiliz, su hermana y ama de Mezcal, hay criaderos en el norte mexicano que los venden hasta en 70 mil pesos, un costo elevado en un país donde docenas de refugios caninos promueven cotidianamente la adopción.

Hoy es común observar a estos perros paseando en barrios acomodados de la capital, pero uno podría cruzarse con algunos de sus hermanos menos populares sin notarlo: entre los xolos existe una variedad completamente cubierta de pelaje, que pueden nacer en la misma camada que los perros pelones.

Casi nadie los quiere, siendo que son el gen más fuerte de la raza, dice Nemiliz con cierta decepción.

Son casi una rareza entre las rarezas y por eso el trabajo de Xolostitlán e instituciones como San Ildefonso es ampliar la información que se tiene sobre la raza o hallar hogares responsables y cariñosos para todos, sin importar si su piel tiene pelo o no.

Se dice que no hay entre los perros un compañero más leal a su amo que el xolo. Él fue quien acompañó a Quetzalcóatl al inframundo para recuperar los huesos que dieron origen a la humanidad y quien se mantiene como un guardián desde las sombras. Es quien repite esa historia infinita de amor entre el perro y el hombre.