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Los espíritus de la isla
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▲ Fotograma de la cinta de Martin McDonagh.Foto cortesía Cineteca Nacional
L

a amistad, elevada a rango pasional, tiene mucho en común con la pasión amorosa. Cuando es mediocre, el viento más ligero la apaga, cual llama; cuando reposa sobre algo sólido, ese mismo viento la aviva aún más y la vuelve duradera. De esta manera, cuando el granjero irlandés Pádraic Súilleabháin (Colin Farrell) descubre un día que su mejor amigo y compañero de taberna Colm Doherty (Brendan Gleeson) ha decidido, de la noche a la mañana, y sin motivo aparente, no dirigirle nunca más la palabra, su primera reacción es de estupor; la segunda, de un amargo resentimiento. A Pádraic le atormenta no saber qué error suyo pudiera ser tan grave para justificar semejante revés en la camaradería que durante largos años ha cultivado con su amigo Colm y que para ambos ha representado una distracción y un bálsamo para su soledad de hombres solteros y ermitaños.

El granjero tiene como única compañía doméstica a su hermana Siobhán (Kerry Condon) y a Jenny, su entrañable burra, pequeña como un poni, la cual recibe trato de mascota. A su vez, el viejo Colm comparte su cabaña rústica únicamente con su perro Morse, entregado a la música, tocando el violín, componiendo melodías, en una morosidad y una rutina apenas distintas de aquellas que le reprocha a su amigo Pádraic, hombre limitado e ingenuo que poco o nada entiende de la necesidad de sobresalir o ser algo excepcional en un mundo donde tanta gente vive en paz y sin angustias, siendo justamente nadie.

Los espíritus de la isla (The Banshees of Inisherin, 2022), de Martin McDonagh (Tres anuncios para un crimen, 2017), sitúa su acción en la pequeña isla de Inisherin, a poca distancia de una Irlanda que en ese mayo de 1923 vive la fase última de una guerra civil. Los ataques y llamas a lo lejos son parte ya de la vida cotidiana de los habitantes, una violencia apartada y ajena que contrasta de modo singular con la vida apacible a que están acostumbrados. La súbita enemistad que surge entre Colm y Pádraic, y que lejos de apaciguarse alcanza altos niveles de irritabilidad y fastidio, es una señal ominosa de que la tranquilidad y concordia locales son sólo un espejismo. El título original de la cinta es al respecto sugerente: los espíritus de Inisherin son almas en pena que anuncian una fatalidad próxima. También es el tema de la melancólica melodía que compone el viejo Colm, seguro de que su propio fin está cercano y de que el poco tiempo restante de vida deberá concentrarlo en vivir en paz y entregado a la música, sin desperdiciarlo en las pláticas insustanciales, las rutinas desgastantes, que ha sostenido con Pádraic, a quien se limita a decirle, a manera de explicación lacónica por su distanciamiento afectivo: Eres alguien que ya no me agrada. A esto añadirá más tarde, como nefasto ultimátum ante la terca insistencia del joven en recuperar su amistad, la amenaza de cortarse uno a uno sus dedos de violinista por cada intento de conversación suya, recurso brutal para una ruptura completa.

Las actuaciones en esta cinta son formidables, en especial la de Kerry Condon en su papel de joven solterona harta de la intransigencia de las dos masculinidades en pugna, pues a sus ojos las dos son igual de insípidas y aburridas, o en todo caso apenas distinguibles de la monótona grisura de tantas otras existencias en esa isla que ella elige abandonar en la primera oportunidad. Hay también personajes secundarios muy interesantes en esta ácida descripción de un pueblo chico vuelto infierno grande: Dominic (Barry Keoghan), el tonto del pueblo, es revelador involuntario de la mezquindad moral y abusos de su padre policía (Gary Lydon); un sacerdote de malignidad insondable (David Pearse) rebosa de hipocresía hacia sus fieles; pero sobre todo hay la lúgubre presencia shakesperiana de la vieja McCormick (Sheila Flitton), un espíritu errante, vaticinador de tragedias. Nótese que en esta isla, en la que apenas están presentes los niños, la intensa soledad de los habitantes (disminuida en parte por el alcohol y la convivencia en la taberna) tiene otro alivio pasajero en la adopción de esos hijos sustitutos que son los animales, cuyo papel es aquí tan destacado como en la perturbadora cinta Cordero (2021), del islandés Valdimar Jóhannsson. Los espíritus de la isla, relato singular sobre una amistad herida y las funestas consecuencias de un desencuentro absurdo. Se exhibe en la Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía, Cinemex y Cinépolis.