ás de 400 mil hogares permanecían sin electricidad en Texas hasta ayer por la mañana debido al congelamiento de equipos y la caída de árboles sobre el cableado. La falta de energía, que ya se ha extendido por más de 24 horas, cobra mayor gravedad porque en muchos casos significa también que las personas se quedaron sin calefacción en medio de una tormenta invernal que arroja hielo, aguanieve y nieve en gran parte del sur de Estados Unidos, donde se registran vientos por debajo de 10 grados Celsius.
Aunque los apagones actuales tienen causas distintas y dimensiones muy menores a las padecidas en este mismo mes de 2021, para residentes y observadores ha sido inevitable recordar aquel invierno, cuando la entidad quedó paralizada por el colapso del sistema eléctrico. En la segunda semana de febrero de ese año, una excepcional helada provocó el congelamiento de gasoductos que nutren de combustible a las termoeléctricas que operan con gas natural, además de fallas menores en plantas eólicas y fotovoltaicas. También se congelaron las tuberías de agua, por lo que no pudieron operar las plantas productoras de gas ni las que generan electricidad con carbón y combustóleo.
Como se señaló entonces en este espacio, se trató de un desastre con causas naturales, pero también sociales, puesto que el modelo de privatización y desregulación extremas implementado en Texas ni siquiera exige a los actores de la industria eléctrica privada (única existente) instalar sistemas de respaldo o almacenamiento, ni contar con medidas para prevenir los efectos de las bajas temperaturas. Asimismo, el interés corporativo dictó que la red eléctrica texana esté desconectada de las del resto del país, por lo que fue imposible asistir a la población transmitiendo energía desde otros estados. Para colmo, la liberación total de las tarifas al arbitrio del mercado
hizo que los usuarios recibieran facturas por hasta 300 mil pesos con el pretexto de los aumentos en los precios del gas, y México se convirtió en una víctima colateral del fallido modelo texano cuando el gobernador republicano Greg Abbott respondió a la crisis prohibiendo las exportaciones del hidrocarburo.
La repetición a pequeña escala del fatídico apagón de 2021 confirma la insensatez de privatizar un sector tan clara e indiscutiblemente estratégico: la experiencia de Texas, como la de España, ha exhibido de la manera más cruda que cuando el mercado sienta sus reales en la generación y distribución de energía, la extracción de ganancias se convierte en el único criterio y se dejan de lado consideraciones como la estabilidad del sistema, la preparación ante catástrofes climáticas, la creación de círculos virtuosos que propicien el desarrollo local y nacional y los derechos humanos de los consumidores. También muestra que de nada sirve adoptar acríticamente nuevas tecnologías vendidas como panaceas ante problemas acuciantes como el calentamiento global, pues la transición energética sólo cobra sentido cuando se acompaña por un cambio en la visión de sociedad y los objetivos de desarrollo. De otro modo, no es más que otra campaña de mercadeo para posicionar nuevos productos, sin impacto real en el mejoramiento del medio ambiente ni en la sociedad.
Otra lección de los eventos climáticos que se suceden en Estados Unidos desde diciembre pasado es la inviabilidad de proseguir un estilo de vida (el denominado american way of life, exportado a todo el mundo) cuyas bases son la depredación, el hiperconsumo, el abuso energético y, en suma, la más absoluta irresponsabilidad ante el imperativo de la sostenibilidad y la interdependencia humana con la naturaleza.