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Nosotros ya no somos los mismos

Testigo directo de las efemérides // Entre los recuerdos // Un hecho que cambió la historia

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▲ El regente del Distrito Federal entre 1966 y 1970 fue Alfonso Corona del Rosal, uno de los protagonistas al comienzo del conflicto estudiantil de 1968.Foto La Jornada
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lgunos argumentos que se vierten en contra de mi persona, lo reconozco, son sencillamente incontrovertibles. Por ejemplo: ¿qué puedo alegar en contrario cuando, alguien o álguienes, me imputan que, en razón de mi provecta edad, estoy obligado a conocer con alto grado de veracidad lo acontecido en los tiempos en los que la gran mayoría de los actuales mexicanos aún no nacía? Como protagonista, antagonista, actor de reparto, extra o figurante, estuviste en fechas y lugares que, en razón a tu minúscula existencia social y política, no fuiste siquiera registrado. Pero allí estabas como esos personajes en aquellas inolvidables fotografías del Archivo Casasola, en las que ante las antediluvianas cámaras (de cajón o daguerrotipos), se amontonaban un titipuchal de sombreros vaqueros, texanas, guaripas correspondientes a las cabezas de los caudillos que encabezaban esos variopintos levantamientos campesinos que en un momento dado –sobreponiéndose a su diversidad y diferencias– lograron constituir el férreo ariete que derrotó al poderosísimo ejército de clase que dominaba desde hacía terribles décadas al país. Miguel y Agustín, los hermanos Casasola, eran muy cuidadosos de la correcta identificación y ubicación de los personajes participantes en cada una de sus fotos, por eso para ellos no había peor preocupación que la aparición del pescuezo de una Giraffa Camelopardalis (la de cuello más alto entre todas las especies), que se acomodaba entre las cabezas de los principales protagonistas y asumía con sencillez y pleno de dominio, la dirección del importante evento que se estaba desarrollando. El acto no era en lo más mínimo responsabilidad de los Casasola, sino tan sólo el testimonio de lo acontecido. Razón suficiente para que cada vez que inevitablemente el extraño aparecía, estuviera también una leyenda aclaratoria a pie de grabado: ciudadano no identificado. Él, que veía y oía, pero a quien nadie registraba. Ese es el rol que algunos lectores, miembros de la multitud, alborozadamente me exigen: Órale, Ortiz: escupe Lupe. Habla, habla boca de tabla, me incita el doctor Raúl Fernández desde Zihuatanejo. Sí, contaré algunos aconteceres, algunas anécdotas ilustrativas, la única limitante es que a nadie que ya no pueda ejercer su derecho de réplica, se le involucre en un asunto que no pueda ser plenamente comprobable. De allí en fuera, me siento en libertad de relatar todo aquello que mi memoria no sea esquiva en recordarme como sí lo está haciendo estos días con mis lentes o mi cubrebocas.

Era la fatídica medianoche del 30 de julio de 1968, el año del horror. En uno de los salones principales de la entonces Regencia estaba reunido el general (ya para entonces licenciado) Corona del Rosal y sus más cercanos colaboradores (Rodolfo González Guevara, Salazar Toledano, Antonio Murrieta, el oficial mayor, licenciado Lerdo de Tejada y algunos más), haciendo pequeños grupos y hablando como en un velorio. De pronto, un estruendo nos envolvió a todos. Pasaron varios minutos para cobrar conciencia de que algo intempestivo, anormal y grave había sucedido pero, al mismo tiempo, que nadie de los presentes había sido dañado. Escoltas y asistentes querían envolver al regente, pero pronto éste tomó el mando y ordenó a todos replegarse a la parte interior del salón y que nadie se acercara a puertas y ventanas. Los teléfonos comenzaron a repiquetear. El primero que tomó fue el de su casa. Habló brevemente con su esposa, le pidió que le pasara a su hija Rosita, a quien le ofreció que ya salía para su casa. Tomó finalmente la llamada de Gobernación y fue breve: Lo imprescindible es que Él apruebe cada movimiento y conozca de inmediato resultados y consecuencias. Ya en la puerta, el licenciado Lerdo de Tejada no pudo evitar comentarle algo parecido a esto: Ahora que el Ejército ya decidió actuar, para nosotros es un descanso. El general no le contestó y dirigiéndose a todos los asistentes, dijo: Quiero rogar a todos ustedes discreción sobre este momento. Con familiares, amistades, guárdense su versión de lo acontecido. Mañana conoceremos la verdad y ya ustedes se harán partícipes de ella. Al licenciado L. de T. le recomendó suavemente: No endilguemos responsabilidades tan temprano.

Muchos años después, Carlos Monsiváis y Julio Scherer publicaron un ensayo, reportaje, entrevista, con don Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional en 1968. También ahí un dato queda claro, no hay que confundir al Ejército Nacional y sus mandos, con el Estado Mayor Presidencial.

@ortiztejeda