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El Perú de todas las sangres (derramadas)
U

n mes tardó el gobierno de Dina Boluarte en pasar de la convocatoria al diálogo, la unidad y la tregua, a hacerse eco del anticomunismo histérico de las élites tradicionales y a promover la guerra contra un enemigo interno nuevamente redefinido para la ocasión: indígenas y campesinos de la macrozona sur, provincianos en general, y ahora también estudiantes limeños.

Fueron precisamente los sujetos de su discurso (los nadies, los excluidos, los ajenos) los principales ofendidos por el golpe de Estado, así como las víctimas posibles o efectivas del «terruqueo», esa suerte de macartismo a la criolla que sobrevivió a la propia guerra fría y que goza en Perú de excelente salud. Tan grande es el ascendiente de este fenómeno en el debate político nacional, que hasta la mismísima Comisión Interamericana de Derechos Humanos debió manifestarse, al denunciar en el país la existencia de una fuerte estigmatización por factores étnicos, raciales y regionales, que lleva a la calificación de los disidentes y manifestantes como terroristas o ­senderistas.

Las guerras ganadas. Ocho guerras perdidas con el extranjero; pero, en cambio, cuántas ganadas contra los propios peruanos. La irónica cita es de Redoble por Rancas, la célebre novela de Manuel Scorza, y refiere a las victorias pírricas del Estado y las fuerzas armadas peruanas contra el temible enemigo constituido por su propia población indefensa, en un largo historial de masacres e incursiones punitivas que se repiten ahora. Según la Defensoría del Pueblo, 46 son ya los asesinados por la represión policial y militar de las últimas semanas.

A tono con el clima ideológico dominante, no faltan los que se colocan en las charreteras el aniquilamiento de las guerrillas de Sendero Luminoso y el MRTA, pese a lo cual siguen agitando sus fantasmas por doquier. Tanto es así, que el congresista Héctor Valer, de Somos Perú, llegó a colocar, en pleno recinto parlamentario, un cartel de la extinta guerrilla maoísta junto a las fotos de las víctimas de la represión en Puno.

Lima la horrible. A Lima le ha sido prodigada toda clase de elogios. Insoportables adjetivos han autorizado aun sus defectos, inventándosele así un reverberante abolengo que obceca la indiferencia con que tantas veces rehuyó la cita con el dramático país que fue incapaz de presidir con justicia. Esta otra cita pertenece al ensayo Lima la horrible, de Augusto Salazar Bondy; tiene ya casi 60 años y una vigencia pasmosa.

La profunda crisis por la que atraviesa Perú parece tener un corto ciclo político, que comienza con la manutención de la Constitución fujimorista al dejar éste el poder. Como en el Chile de Pinochet, la Carta Magna permanece como un corsé que tabica las transformaciones que podrían dar carnadura a las precarias y jóvenes democracias, y blinda lo verdaderamente intocable: el modelo económico ultraneoliberal. Pero cuando el sistema político peruano terminó de estallar fue con la guerra desatada entre los propios poderes del Estado, con el fujimorismo remanente actuando desde el Congreso y las corporaciones de prensa, como el perro del hortelano: no gobernando, ni dejando gobernar. En pocos lugares las conquistas democráticas se han demostrado más precarias y reversibles que en el Perú contemporáneo.

Pero hay otro ciclo, tanto más largo, dado que la crisis se encabalga sobre contradicciones profundas e históricas de Perú que vienen desde los tiempos virreinales. Como si nunca hubieran caído las murallas coloniales, Lima aparece como una ciudad de espaldas a su propio país, con clases dominantes paranoicas en grado sumo, fuertemente refractarias a las mayorías campesinas, indígenas, mestizas y provincianas que componen la nación. Por eso no es casual que la toma de Lima aparezca como el objetivo último de las y los manifestantes.

Ponte el alma, Perú. César Vallejo, el universal poeta surgido del pueblo de Santiago de Chuco, supo instar en su poema Los desgraciados a que su país se pusiera el alma. Sin duda, algo hay de regenerativo en este espontáneo y masivo proceso de movilización social en un país que no conoció ni la primera ni la segunda oleadas progresistas. Por todos lados se multiplican los signos de un larvado tiempo nuevo, y de un vasto y complejo conglomerado (la izquierda social la llama el ex canciller Héctor Béjar) que deberá atender a una paradoja insoslayable: ¿cómo construir una izquierda, una alternativa unitaria, donde existen dos o más Perús?

Por ahora, la presión de la movilización local y la diplomacia internacional parecen comenzar a resquebrajar el gobierno de la hasta ahora imperturbable Boluarte. Así lo atestigua la reciente propuesta del Ejecutivo de adelantar las elecciones para fines del presente año. Se trata de una de las demandas más sentidas de las movilizaciones, junto a la liberación de Pedro Castillo y a la convocatoria a un proceso constituyente que pueda por fin comenzar a reconocer, como quería El Tayta Arguedas, al Perú de todas las sangres.

* Sociólogo y periodista argentino. Coordinador de los libros El nuevo plan Cóndor e Internacionalistas

Twitter: @lautarorivara