l tiempo, ¿qué es? La pregunta me la formuló a bocajarro don Abelardo, un rezandero na savi, mientras descansamos en una improvisada banca, después de que él había concluido parte de su ceremonia dirigida a una mezcla de santos propios y católicos, donde también aparecían nombres de personas que, después me explicó, eran rezanderos que habían partido a otra dimensión y lo ayudaban a que los dioses escucharan sus ruegos. Era el último día del año en el calendario gregoriano y los principales, junto con las autoridades civiles, religiosas y agrarias de la comunidad San Miguel Cuevas –nuyuku, la nombran en su lengua– habían acudido al Cerro del Venado, por donde penetraron al inframundo, mientras otros de sus compañeros lo hacían por el Cerro de la Olla. Afuera, en el monte, una banda de viento tocaba mientras las personas cocinaban la parte de los animales sacrificados que no había sido ofrendada a los dioses, para degustarla entre ellos y acompañarlos a disfrutar su comida.
Su pregunta me desconcertó y don Abelardo se dio cuenta, así lo entendí cuando vi la mirada socarrona que me lanzó, acompañada de una explicación de lo que en realidad quería saber. Me dijo que la ofrenda de este año tenía el propósito de pedir a los dioses que las aguas llegaran a tiempo para que hubiera buenas cosechas, porque el maíz y el frijol han subido mucho de precio, que el carnaval viene muy pronto y no entendía quién era el que fijada los días en que debía celebrarse esta fiesta, que también es ocasión para equilibrar al mundo; que estaban muy preocupados y querían que ya terminara tanta inseguridad que se vive en la región. Por sus interrogantes entendí que lo que ellos buscaban con su ceremonia era trascender el tiempo de inseguridades de todo tipo en que viven los pueblos, para arribar a todo más tranquilo. Lo intuían, pero no estaban claros de las causas de esta situación. De ahí la importancia de su pregunta.
No respondí nada porque no tenía nada que decirle y él mismo derivó la charla hacía cosas más mundanas. La plática se interrumpió cuando le llevaron los insumos que necesitaba para continuar la ceremonia. Me puse a observarlo en silencio. Con las partes del carnero que afuera habían sacrificado, sobre un ancho recipiente, fue formando montoncitos de carne. Desde donde me encontraba los conté, eran 13, como 13 eran también los nombres de santos, católicos y propios, así como de rezanderos a los que invocaba. De inmediato llegó a mi mente lo que otro rezandero, en otros tiempos, me había explicado: que el 13 es un número de equilibrio y juntando lo cuatro treces que corresponden a los cuatro elementos que integran el mundo (agua, tierra, fuego y aire), se consigue el equilibrio del mundo, los 52 años que los antiguos concebían como el ciclo de vida. No me quedó duda, los rezanderos na savi buscaban trascender su tiempo, como en otras latitudes otros lo hacían en sus lugares apropiados.
Cuando don Abelardo tomó otro descanso le pregunté por qué había formado 13 montoncitos de carne y su respuesta confirmó lo que yo pensaba. Me dijo que aprendió que así se equilibraban las fuerzas que definen los tiempos, aunque ignoraba cuál era la razón. Con su respuesta confirmé otra suposición: que el conocimiento indígena profundo no pasa por la racionalidad occidental; su lógica, si la tiene, es otra. Don Abelardo y sus compañeros rezanderos encargados de la ceremonia sabían lo que estaban haciendo y para qué, aunque no entendieran las razones de que fuera así. En esas cavilaciones estaba, cuando comenzaron a llamar a todos los principales y miembros de las autoridades para que pasaran a una limpia, para comenzar purificados el año. Después de ellos comenzaron a hacer lo mismo con los presentes, incluidos los que no éramos de la comunidad.
La ceremonia había comenzado por la mañana del último día del año y terminó con la entrada del nuevo, como una forma de ligar el fin de un ciclo y el comienzo de otro. Las personas ajenas a la comunidad que tuvimos el privilegio de participar de la ceremonia sin ser parte de ella nos retiramos antes de que terminara, para llegar a nuestro destino con la luz del día. Nos despedimos dando las gracias por la oportunidad de ser parte de ellos un instante y participar de sus rituales por la trascendencia del tiempo. Don Abelardo me encargó que le consiguiera una información que necesitaba para entender mejor sus actividades. Escuchando nuestra plática, un principal del pueblo se me acercó para aconsejarme que no dejara de observar el cielo y la naturaleza en los próximos 12 días. Que cada uno de ellos irá pintando los meses del año que comienza y ahí podremos saber cómo serán los tiempos por venir.
Otra forma de construir el futuro, pensé.