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La filosofía de Guillermo del Toro
L

os antecedentes góticos del cuento Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi, que apareció por entregas en la prensa italiana en el siglo XIX, han sido vindicadas por críticos recientes. Entre ellos, Anatol Rosenfeld, que encuentra en la mutación de un títere inanimado a un ser con vida ecos de esa obsesión cabalista del siglo XVI en la que el ser humano es, al igual que Dios, capaz de crear a otro humano. La leyenda del Golem, vinculada a la historia del rabino Loew de Praga, data a una figura hecha de arcilla que cobra atributos humanos para defender a los justos. El atrevimiento –igualarse con la divinidad– termina en catástrofe: el Golem se rebela contra sus hacedores.

Sin embargo, en el cuento original de Collodi, Pinocho –un títere hecho de pino– procede de un pedazo de madera que habla y se burla de Geppetto llamándolo Polendina por su alebrestada cabellera. Esta versión se hallaría más cerca del hilomorfismo de Duns Scoto, la metafísica del siglo XIII y la univocidad de las formas de vida. En el siglo XIX, la masonería y el espiritismo se encargarían de su recepción renovada.

No así la excepcional recreación animada del cuento concebida por el cineasta Guillermo del Toro, que se estrenó en diciembre pasado, obra que nos obliga a pensar sobre la condición de la finitud en la actualidad. En ella, a diferencia del original de Collodi, Pinocho se asoma definitivamente a la tradición gótica. El subtítulo podría haber sido perfectamente: Si te dicen que morí. El carpintero Geppetto pierde a su hijito Carlo en un bombardeo durante la Primera Guerra Mundial. Un misil extraviado cae sobre la iglesia en la que Geppetto cumplía con la encomienda de reparar una figura de Cristo que había perdido un brazo. Por accidente, el explosivo mata al pequeño Carlo. Geppetto se hunde en el dolor y el alcohol durante años. El carpintero se rebela contra Dios por la indecible injusticia (Carlo muere al pie de la figura de Cristo que está reparando). No soporta la vida sin él y quiere recuperarlo.

Decide entonces construir un títere a imagen y semejanza de Carlo. En el árbol que corta para obtener la madera, se encuentra Pepe Grillo, que en la película de Del Toro es un escritor. Frente a su mesa de trabajo cuelga una fotografía de Schopenhauer, el filósofo alemán. Y así, como si fuera una voz en off, el pensamiento del autor de El mundo como representación y voluntad va dictando la ironía de todo el relato. Sin que nunca aparezca como tal, la obra de Schopenhauer con la cual el artista entabla una conversación es acaso: Los dolores del mundo. Toda la trama de Pinocho-Del Toro se desarrolla como una radical refutación de la versión que Disney consagró en 1940. Pinocho emerge a la vida carente de conciencia, es decir, sin cierto sentimiento de culpa, lo cual desconcierta a Geppetto. Se deja seducir por un marionetero, el conde Volpe, que ve en él la promesa de un cuantioso negocio. Aquí ingresa Schopenhauer: Pinocho ha devenido la voluntad de Geppetto, su otro innegociable. Sin él, la vida cobra su rostro más profundo: el espectro del dolor. Su falta se transforma, una vez más, en la pregunta por el sentido de la presencia.

La cinta está ambientada en la época del fascismo italiano. El conde Volpe y Spazzatura –un mono que encarna a su ayuda y sirviente a la vez– llegan a la idea de que una función especial para Il Duce Mussolini serviría como escena de su consagración. Del Toro opta aquí por lo que ha hecho de su cinematografía un documento esencial de la crítica contemporánea: Pinocho deviene rebelde, pero no de orden político, sino para imaginar la condición posible del desprendimiento. Es decir, un misfit, alguien que no encaja, una suerte de fisura sin concesiones. El desprendimiento del poder, el dinero y la fama. Algo que lo vuelve intuitivamente el acopio de una voluntad innegociable: no necesita nada más que a Geppetto. Mussolini ordena que lo quemen. El poder no negocia con quien lo enmudece.

Quien lo salva son sus aliados animales: Pepe Grillo y Spazzatura. Al igual que en Schopenhauer, la condición animal merece en la vida y la muerte la misma dignidad que los humanos quisieran prometerse entre sí. Y es reconocimiento lo que evita el enmudecimiento de su voluntad. Una vez dentro de la panza de la ballena, Geppetto y Pinocho idean una nueva treta para salir de ella. Pinocho debe mentir hasta que la nariz le crezca tanto que pueda tocar el paladar del animal y hacerle cosquillas. Porque la verdad no nos hará libres, sólo enloquecerá a los otros. ¿Cuál es esa verdad?

Todas las versiones de Pinocho concluyen en el festejo del encuentro con Geppetto. Del Toro va más allá. Geppetto muere, muere Pepe Grillo y también Spazzatura. Los tres merecen tumba y memoria como atributos de una vida en que la existencia está basada en la voluntad de no abandonar al otro. Y al final de la existencia: todo comienza. La conciencia de los tres marca a la figura de Pinocho.