odo cinéfilo de altura reconoce, al margen de cualquier consideración histórica, genérica, estética o crítica, que la franquicia fílmica más importante (además de duradera) es la del inefable James Bond, el ubicuo e igualmente duradero Agente 007.
Es un hecho, también, que uno de los elementos más interesantes (e importantes) de las 25 películas hasta ahora filmadas sobre las aventuras del flemático agente británico es su música. El desarrollo del universo sonoro de James Bond ha ido a la par del desarrollo de la franquicia misma, y sin duda es mucho lo que se puede disfrutar, y aprender, de la música de las películas de James Bond.
Con motivo de los primeros 60 años de la presencia de Bond en el cine, que dio inicio con El satánico Dr. No (Terence Young, 1962), Mat Whitecross ha dirigido en 2022 el documental The Sound of 007 (El sonido de 007), que es un viaje muy detallado e ilustrativo por la historia musical del legendario personaje. Por lo general, cuando uno habla de fórmulas en el cine lo hace con cierta intención peyorativa, aludiendo a recetas inflexibles y predecibles; en el caso de la música de 007, la fórmula ha sido invariable desde el primero hasta el más reciente de los filmes de la franquicia, y ha demostrado ser la más exitosa en la historia del cine. Hela aquí, decantada a su expresión más sencilla:
1.- Monty Norman esboza y escribe el inolvidable tema de 007.
2.- John Barry lo arregla para establecer su versión básica.
3.- Barry procede a escribir la partitura para 11 películas de la serie.
4.- Después, numerosos otros compositores se involucran en la creación de las partituras para los filmes.
5.- Prácticamente todos ellos, sin excepción, incluyen en su partitura claras referencias al tema original de Norman-Barry.
6.- Cada película lleva, además, una canción tema, cuya interpretación se encarga a un(a) cantante popular del momento.
Con esta fórmula, se ha creado un mundo de música fílmica que es inconfundible, potente y eficaz, y que ha tenido una durabilidad y trascendencia que no han sido replicadas aún. En el documental se muestra que esta fórmula fue probada tentativamente y refinada en las primeras películas de la serie, y que cuajó plenamente en la tercera entrega de James Bond, Goldfinger (Guy Hamilton, 1964). Entre los muchos y fascinantes datos duros que ofrece Whitecross en su documental está la descripción de John Barry como trompetista de oficio; de ahí, la abundancia y eficacia de los metales en las partituras que contribuyó al universo de Bond, y que se volvió uno de sus sellos sonoros inconfundibles. Además de este y muchos otros datos puntuales, esta película es abundante en anécdotas entrañables.
La estructura del interesantísimo documental de Whitecross no se ata a una cronología estricta, lo que permite una atractiva flexibilidad narrativa; de hecho, la primera presencia destacada en El sonido de 007 es la de Billie Eilish, la joven cantante estadunidense responsable de la canción tema de la más reciente entrega de la serie, Sin tiempo para morir (Cary Joji Fukunaga, 2021). Después, hacen su aparición numerosos compositores, letristas, instrumentistas, arreglistas, cantantes, directores, productores, críticos, historiadores, actrices, actores; con los testimonios de todos ellos se va construyendo una riquísima historia musical de esta aparentemente interminable saga de aventuras. En medio de todo ello, dos datos de relevancia particular; el primero, la bienvenida y destacada abundancia de mujeres en la interpretación de las canciones tema de los filmes, algunas de ellas ya clásicos indiscutibles; el segundo, una breve mención de algunos intérpretes que pudieron haber sido y no fueron, como Amy Winehouse. El visionado de El sonido de 007 es indispensable para todo cinéfilo-melómano que se respete, entre otras cosas porque la lista cronológica de los intérpretes de las canciones traza una interesante historia de la evolución de la música popular en estas seis décadas.
¿Que si tengo momentos favoritos en medio de todo esto? Varios, entre los que destaco las formidables interpretaciones de esa gran cantante que es Shirley Bassey. Su versión de Diamonds are Forever es, literalmente, una joya, pero no hay nada, nada mejor que verla y oírla soltar su legendario y seductor Goldfingaaaaa... a todo pulmón. No tiene precio, ni en oro ni en diamantes.