Las figuras hacen referencia a alegorías relacionadas con el viento, el agua y las deidades
Jueves 22 de diciembre de 2022, p. 4
Los murales dañados ayer por un incendio en la zona conocida como El Tajín Chico tienen más de mil años de antigüedad, ya que fueron creados por grupos de la cultura totonaca entre los años 800 y 1200 de nuestra era.
Se trata de pinturas que miden 30 metros lineales por uno de alto y se encuentran en el interior del Edificio I de ese sitio arqueológico. Plasman grecas y escenas con personajes antropomorfos, probablemente la representación de algún gobernante o sacerdote. Los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) aseguran que son una muestra de que la ciudad estuvo pintada en su totalidad.
Las imágenes, detalladas y pequeñas, decoran los taludes, tableros, molduras y cornisas de la construcción, también hacen referencia a alegorías relacionadas con el viento, el agua, las deidades asociadas con esos elementos, además de animales fantásticos como jaguares o serpientes con cuerpos felinos; plumas y nubes en forma de grecas con una variedad de colores, como rojo, negro, blanco, azul, verde, rosa, café y amarillo.
Especialistas del INAH consideran que esas obras denotan el trabajo de un grupo especializado que se dedicaba a pintar y que tenía amplio conocimiento de los materiales con una técnica elaborada.
En las estructuras arquitectónicas de este complejo destacan los pisos bruñidos del Edificio I y la belleza de los murales, que reflejan el alto estatus de quienes habitaron esos espacios.
Según datos del INAH, la construcción fue edificada en tres etapas. En la última se realizó un estuco muy bruñido en blanco con diseños geométricos que hacen referencia al agua y la floración.
Se ubica en una área elevada de la antigua ciudad donde se recuperaba el agua que bajaba de los cerros aledaños hacia los arroyos que hay más abajo. Esta circunstancia, sumada a la composición de la piedra y el uso del cemento en intervenciones anteriores, favoreció la migración de las sales y la aparición de manchas de humedad.
En 2007, un grupo de restauradores de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural, encabezado por Dulce María Grimaldi Sierra, comenzó los estudios para rescatar y conservar esas pinturas; además, se incluyeron trabajos de aplanados, pisos y estucos en ese edificio.
Grimaldi Sierra, en un artículo publicado en la revista CR. Conservación y Restauración en 2018, destacó que fue evidente que las causas de la alteración de la pintura mural provienen de la construcción del edificio.
Los deterioros que presentó están relacionados con filtraciones de humedad. El estudio, diagnóstico y documentación se realizó a lo largo de varias temporadas principalmente en dos niveles: el arquitectónico y el de la pintura.
Los murales presentaban algunos desmoronamientos producidos por sales, que se hallaron tanto en pisos, paredes, escalones, alfardas y nichos que forman parte de la decoración de toda la vivienda, probablemente ocupada por algún personaje de alto rango.
Los expertos restauradores limpiaron cada panel con sustancias especiales y de forma meticulosa para eliminar las capas o velos blancos de sal que se generaron con el paso del tiempo y que impedían la visibilidad de las imágenes.
También se fijó la capa pictórica que estaba a punto de desprenderse y se corrigieron las irregularidades en el plano, de tal modo que con esas labores de conservación se logró la recuperación de los elementos iconográficos y de la gama de colores.
El Tajín, descubierto en 1785 por Diego Ruiz, es uno de los asentamientos prehispánicos más complejos de la costa del Golfo de México, cuyo desarrollo se inició alrededor del año 600. Entre el conjunto de edificaciones expuestas al público, destaca el Edificio I, el cual conserva una mayor cantidad de pintura mural in situ. Está dividido en dos grandes sectores: el monumental y el residencial. En el primero se localizan edificios administrativos, políticos, altares y juegos de pelota, mientras en el segundo se hallan áreas habitacionales como el Tajín Chico. Ambos territorios están divididos por una muralla que marca la verticalidad del poder, con la que también se controlaban los accesos a la parte superior.