n el caso de la política exterior actual se les antoja nueva a quienes no tienen conciencia de lo que ésta había sido hasta mediados de la década de los 90. La anterior, que en verdad era de presumir, se gestó al término de la Revolución con principios de destacados mexicanos de entonces, más o menos agrupados en torno a Lázaro Cárdenas, aunque hubo algún infiltrado callista, quien por cierto resultó de los mejores: Bassols.
Podríamos manejar diversos nombres, pero bastará con mencionar a Isidro Fabela. Tampoco puedo resistir mencionar a Luis I. Rodríguez y a Gilberto Bosques, quienes ejecutaron aquellos principios, ya establecidos, en la Francia nazi, salvando la vida de decenas de miles de personas, y otros muchos, a lo largo del tiempo, como Gonzalo Martínez Corbalá, quien hizo lo propio en Chile en 1973.
Se trataba de llevar al máximo el derecho de asilo que México preconizaba. También conviene recordar el derecho de autodeterminación de los pueblos, que se cimentó al haberse negado a reconocer el gobierno espurio y criminal del general Franco en España, y la solución pacífica de las controversias, entre varias cosas más.
Se dice, por ejemplo, que en México ha habido asilados políticos de casi todos los países latinoamericanos, exceptuando quizás a Costa Rica.
También puede agregarse que a nuestro país vinieron a dar, en primera instancia, más refugiados españoles que a todos los demás países de América juntos.
No puedo negar que resultaba placentero representar oficialmente a México en el ámbito internacional en aquel entonces. Pero también resulta alentador que ello vuelve a suceder.
Dos hechos, entre varios, enmarcan el derrumbe de nuestra política exterior. El gobierno de Fox entregó a varios asilados vascos a la España del casi fascista José M. Aznar, siendo que incluso dos de ellos habían adquirido ya la nacionalidad mexicana. Cabe reconocer que el PAN jugó un importante papel en el entreguismo mexicano de las primeras dos décadas de esta centuria.
Pero cierra el cuadro el propio PRI que se traicionó expulsando sin motivo al embajador de Corea del Norte. El ejecutor fue el tal Videgaray, quien dijo tomar la cartera de Relaciones Exteriores para aprender y lo que hizo fue meter la pata y dejar al país en ridículo, todo por andar de lambiscón de un cuate gringo.
Vale pregonar que con Marcelo Ebrard la vieja política exterior emprendió de nuevo el vuelo. Ahí están los casos de la salvación de Evo Morales, el respaldo a la presidencia de Argentina y el respeto a Venezuela, por poner tres casos, de tal manera que jóvenes de otros países se deslumbran sorprendidos y los viejos nos relamemos los labios porque México vuelve a sus gloriosas andadas de antaño. Ojalá que no se interrumpa.
Un ejemplo incontrovertible es el de Barcelona, donde el consulado se había convertido en una caja fuerte para que no se permeara en él ninguna influencia local. La hermosa finca se concretaba a dar atención a mexicanos en problemas, pero sus demás obligaciones quedaron olvidadas. No hace un año que tomó posesión la nueva cónsul, doña Claudia Pavlovich, antecedida por poco por nuestro paisano Adrián Michel, y aquello empieza a convertirse en un hervidero de gente y de actividades, al tiempo de que la cónsul se sale de sus cuatro paredes y ha empezado ya a incursionar en ciudades más pequeñas: para mi regocijo, la primera fue Girona, pero ya prepara su presencia en las demás.
Podemos asegurar que pronto tronarán los chicharrones de México en la jurisdicción consular barcelonesa, aprovechando que el terreno está abonado en Cataluña, no obstante que las anteriores gestiones les hicieron el feo.
Pongo un ejemplo tan sólo: en 2014, la Universidad de Girona hizo un homenaje a Lázaro Cárdenas y al pueblo mexicano por la ayuda recibida durante su Guerra Civil. No obstante haber sido especialmente invitado, el consulado de México no asistió ni se disculpó…